Por Marco Antonio Domínguez Niebla
El chico y la nueva política. El chico del instituto dice que no sabe nada, que nadie lo avisó. Se trata del administrador y dice que a ver si hay lugar, que no sabe, pero que si hay lugar no habrá problema. Los dos periodistas, reportero y fotógrafo, pasan al camión que también es abordado por los boxeadores y gimnastas, pero el chico, que es el administrador del instituto, les pide que bajen y les reitera que si queda algún lugar, luego de que los boxeadores y gimnastas aborden el camión, entonces sí podrán viajar con destino al aeropuerto de Tijuana “porque los atletas son lo importante”. Y es cierto, el chico que administra el instituto en el puerto, tiene razón. Los boxeadores y los gimnastas son los verdaderamente importantes. Lo que a los periodistas, reportero y fotógrafo, no les gusta, es la actitud del chico, ese chico que administra el instituto. Y es que antes en ese instituto, cuando menos en el puerto, hasta hace medio año, las actitudes eran otras. Las atenciones también. Entonces se sabía que había delegado. Delegada, en este caso.
Bien arriba. Ajetreo antes de la partida. A las siete en punto para iniciar la travesía del puerto del pacífico al puerto del golfo. Las notas del día de modo exprés y luego las prisas. Y entre las prisas, los olvidos, los despistes. Fue un miércoles de idas y vueltas, del calor y el viento que devoran cerros hasta reducirlos a chimeneas en pleno mayo. Suficiente caos antes de dejar el terruño. Suficiente como para olvidar que era miércoles de apuntes. En esta ocasión sí fueron perdidos, pero encontrados a un montón de kilometros de altura, en pleno vuelo hacia la capital. Será, por única ocasión, espero, un jueves de “apuntes al vuelo”.
Golfeando. La tierra del tiburón rojo y los rojos del águila. Del “Pirata” Fuente y el Beto Avila, los estadios vecinos de la alberca y el foso donde las memorias del gran futbolista y el gran beisbolista son honradas. El calor, la lluvia y la humedad. La historia y los orígenes de lo que hoy es México en San Juan de Ulúa. Los sones y la gente alegre. El puerto del gran malecón. Y ahí, donde también serán los Juegos Centroamericanos y del Caribe, la Olimpiada Nacional. Veracruz, cada vez más cerca. Una escala. Una sola, en el gran aeropuerto, el de la capital.
El mejor de los acentos (Argentino wannabe). Siempre me ha sonado insolente. Despectivo, incluso. En México se utiliza como referencia hacia la mujer de uno. La esposa, la novia, la pareja. “Mi vieja”. Y hoy que me despedí de ella, pensé decírselo por la manera cómo me tomó, cómo sin decirlo me bendijo antes del largo viaje. Lo pensé, sí, sólo que con otro sentido, con otro acento, con otra connotación. Así como lo dicen los futbolistas de la albiceleste en ese spot pre mundialista refiriéndose a la madre de uno. Y es que con acento argentino, ese “adiós, mi vieja”, habría sonado tan lindo, tan devoto. Tal como lo merecía la escena. Tal como ella lo merece.