Una breve introducción al filósofo Byung Chul Han
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Una breve introducción al filósofo Byung Chul Han

Ciudad de México - miércoles 2 de julio de 2025 - Hugo Alfredo Hinojosa.
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Por: Hugo Alfredo Hinojosa

CIUDAD DE MÉXICO 2 DE JULIO DE 2025.- El pensamiento del filósofo surcoreano Byung-Chul Han se posiciona como una voz incisiva en el panorama filosófico actual. De su crítica a la modernidad emerge una metáfora que captura la esencia de nuestra época: lo terso. Esta noción, desarrollada con agudeza en obras como La salvación de lo bello y La sociedad del cansancio, describe un mundo donde las superficies lisas, desprovistas de resistencia, definen nuestra interacción con lo real, esto es: dejarnos manipular sin oponerse a nuestra decadencia sin libertades. Lo terso no es solo una característica estética, sino una condición existencial que transforma nuestra relación con el entorno, el arte y nuestra propia interioridad, invitándonos a cuestionar el precio de una vida sin fricciones.

Pensemos en un mundo donde todo fluye sin obstáculos: objetos de diseño pulidos hasta la perfección, pantallas táctiles que responden al menor roce, espacios urbanos que guían el movimiento sin permitir pausas. Esta es la estética de lo terso, una búsqueda implacable de eliminar cualquier aspereza que perturbe la experiencia. Pero esta suavidad, que promete comodidad, oculta una pérdida profunda. Al desterrar lo rugoso, lo que resiste, también desterramos la posibilidad de detenernos, de reflexionar, de encontrar sentido en el esfuerzo. Lo terso nos seduce con su fluidez, pero nos condena a deslizarnos por la superficie de las cosas, incapaces de aferrarnos a algo que perdure.

En el núcleo de esta idea yace una aversión moderna a la negatividad. Vivimos en una época que rechaza lo incómodo, lo que desafía o hiere. Las superficies tersas, ya sean físicas o digitales, se presentan como la solución a esta intolerancia: experiencias sin aristas, relaciones sin conflictos, entornos que no exigen enfrentar lo diferente. Sin embargo, esta obsesión por la suavidad tiene un costo. La resistencia, el dolor, incluso la fricción, son elementos esenciales para el crecimiento humano. Al eliminarlos, perdemos la capacidad de transformarnos, de aprender a través del encuentro con lo que nos reta. Lo terso nos envuelve en una comodidad engañosa, pero nos deja en un vacío donde nada arraiga.

El ámbito digital encarna esta metáfora con una claridad inquietante. Las pantallas de nuestros dispositivos, perfectamente lisas, son el símbolo de una interacción sin esfuerzo. Deslizamos los dedos, navegamos por contenidos curados por algoritmos que refuerzan nuestras preferencias, evitando cualquier roce con lo desconocido. Estas burbujas digitales, diseñadas para minimizar la fricción, nos aíslan de la alteridad, de aquello que podría desestabilizar nuestras certezas. Vivimos en un entorno que privilegia la inmediatez y la conformidad, sacrificando la riqueza de lo impredecible.

Esta lógica de lo terso trasciende lo digital y se infiltra en los espacios que habitamos. La arquitectura contemporánea, con sus cristales impecables y sus diseños minimalistas, refleja esta misma aspiración. Aeropuertos, centros comerciales y plazas urbanas están pensados para el tránsito, no para la permanencia. Son lugares que no invitan a detenerse, a contemplar, a dejar que la mirada se pose en un detalle que despierte la reflexión. En estos entornos, el individuo se convierte en un pasajero perpetuo, moviéndose sin cesar, incapaz de encontrar un lugar donde anclar su experiencia.

En el arte, esta dinámica se manifiesta en la tensión entre dos tipos de belleza. Por un lado, está la belleza rugosa, que exige tiempo, atención y una disposición a enfrentar lo complejo. Por otro, la belleza tersa, que se consume en un instante, impacta sin dejar huella. Gran parte del arte contemporáneo, según Han, ha cedido a esta última lógica, convirtiéndose en un producto de consumo rápido, diseñado para captar la atención fugaz en lugar de sostener una contemplación profunda. Esta transformación no es solo estética; revela un cambio en nuestra relación con el tiempo y la atención, en nuestra capacidad de habitar lo que nos rodea.

Las consecuencias de esta proliferación de lo terso son profundas. La existencia se vuelve un deslizamiento continuo, carente de puntos de apoyo. La falta de resistencia genera un agotamiento peculiar, una sensación de vacío que Han vincula al malestar de nuestra época. Sin fricciones que den textura a la vida, sin obstáculos que nos obliguen a detenernos y repensar, nos encontramos atrapados en una superficie perfecta pero estéril, donde la depresión y la desorientación se convierten en síntomas de una modernidad que ha sacrificado el sentido por la fluidez.

Esta lógica también se extiende al ámbito político. Los discursos actuales tienden a evitar las aristas, buscando un consenso aparente que no ofenda ni provoque. Esta política tersa, sin embargo, oculta las tensiones reales de la sociedad, sofocando el potencial transformador del conflicto genuino. Al eliminar la rugosidad del debate, se produce un estancamiento disfrazado de armonía, donde las verdaderas diferencias no encuentran espacio para manifestarse.

Frente a esta hegemonía de lo terso, surge la pregunta: ¿es posible resistir? La respuesta comienza por revalorizar lo que nuestra época ha desechado: la rugosidad, la resistencia, la incomodidad. Esto implica cultivar una atención que no busque la gratificación instantánea, sino el encuentro con lo que desafía y transforma. También requiere recuperar un sentido del tiempo que no se someta a la velocidad de lo terso, sino que permita la lentitud, la pausa, el roce con lo diferente. Aceptar la fricción no es un retroceso, sino un acto de valentía: un reconocimiento de que el crecimiento y la autenticidad nacen del esfuerzo por enfrentar lo que no se desliza con facilidad.

La crítica de lo terso nos confronta con una paradoja: lo que parece facilitar la vida también la empobrece. Al eliminar la resistencia, hemos perdido los contornos que dan forma a la experiencia humana. Las preguntas que plantea Han no ofrecen respuestas simples, pero su sola formulación ya es un gesto de resistencia. Nos desafían a imaginar una existencia que no tema la aspereza, que encuentre en la fricción no un obstáculo, sino una oportunidad para reconectar con lo que realmente importa. Y entre nosotros lo terso también permea… con las tabletas sobre las manos de los niños comenzamos a educarlos para ser inservibles, pues sin callos en las manos, lo que sigue es la invalidez de cara a la dureza del mundo.

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Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.

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