Por: Dr. Marco Antonio Samaniego López *
TIJUANA 21 DE SEPTIEMBRE DE 2016.- El país que se construye todos los días, es responsabilidad de quienes en distintas formas actuamos y tomamos decisiones sobre la condición social en que nos desenvolvemos. Una idea de la modernidad que se ha generado en nuestra sociedad es la libertad para expresar lo que consideramos relevante. Los medios electrónicos han generado un flujo de información y opinión que sin duda propician el acercamiento, pero también los discursos que pueden calificarse de resentimiento y división.
En días pasados, en relación a las marchas realizadas por ciudadanos cuya opinión sobre el concepto familia no creen que deba considerar a la homosexualidad en cualquiera de sus formas, se presentaron numerosos comentarios en relación al atraso y la ignorancia de quienes participaron en ese sentido. En los escritos editoriales así como en comentarios de las redes sociales, los términos utilizados para designar a quienes ejercían el derecho de expresión fueron sin duda fuertes e, incluso, excluyentes.
En los comentarios que se realizaron en torno a ello, quien esto escribe planteó que todos tienen derecho a expresar su opinión en cualquier sentido. Se puede estar de acuerdo o no con el tema, pero se debe de respetar la expresión pública como una condición para reflexionar, conocer u opinar sobre cualquier asunto. Dicho de manera sencilla, expresar las ideas de la forma que sea, es un derecho constitucional. Y quien lo ejerza en función del tema que sea, es parte de la construcción de una sociedad con mayor apertura.
Si bien estamos acostumbrados a que la marcha y la protesta estén relacionadas con demandas de índole social no debe preocupar que salga una opinión distinta y se contraponga a lo que un grupo determinado considera su derecho. Es sano, necesario y conveniente.
En la actualidad, en las redes sociales es posible expresar las ideas sobre cualquier tema. Es imposible que se ejerza una censura ante lo que sectores activos plantean. De la postura que sea ante el tema que cualquier grupo considere pertinente puede y debe ser escuchado sin que se califique el argumento. En todo caso, lo que importa es tener un discurso que permita la confrontación de ideas, no la descalificación. La construcción de ese discurso es lo que obliga a plantear de mejor manera las cosas, no para eliminar al otro, sino para ubicar los temas en el orden que resulte conveniente en el espacio público.
Los calificativos siempre colocan los temas en los extremos, los argumentos ayudan a la toma de decisiones. El mismo derecho tienen lo que se oponen a un tipo de familia y/o quienes consideran que ciertos temas no deben ser discutidos en función de una posibilidad de reestructura del núcleo familiar. Si la gente sale a marchar por una posibilidad, enriquece la discusión y se fomenta la necesidad de reflexionar sobre los argumentos. Su carácter público obliga a presentarse ante una comunidad no articulada que recibe los mensajes de distintas maneras.
La exposición no es unidireccional, sino multidimensional y relativa. Quienes observan la discusión también participan y deciden. Y los discursos de odio en cualquier sentido saturan los argumentos a que se apela. Por ello, que marchen unos y otros. Los antagonistas no afectan, perfeccionan la argumentación.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.
* Marco Antonio Samaniego López. Doctor en historia por el Colegio de México. Su tesis doctoral, Los ríos internacionales entre México y Estados Unidos, fue galardonada como la mejor tesis en el año 2004 por la Academia Mexicana de Ciencias.