Columnista de La Silla Rota ROBERTO MORRIS
En la comunidad existía una base militar. Había cierta enemistad entre los habitantes y los soldados a quienes llamaban “guachos”. Habían innumerables casos de madres solteras que habían quedado embarazadas por aquellos muchachos rapados que estaban en continuo movimiento. Yo nunca supe de casos de violación, más bien eran casos de novela. Un día eran novios, el otro, a él lo habían relocalizado. Ella estaba embarazada sin saberlo. Jamás se volverían a ver.
En la ‘prepa’ yo estaba encargado de impartir Historia de México, la materia abarcaba desde la Revolución Mexicana hasta la contemporaneidad. Cuando llegamos a los años 50´s y el dichoso “Milagro Mexicano” comencé a predicar la grandeza de la época y la concepción de nuestras instituciones. Me bastó mirar por la ventana del salón al camino de terracería y a las casas con techos de asbesto y sin escape para las estufas para realizar que el “Milagro Mexicano” nunca llegó allí. Ni el primero ni el segundo.
San Jerónimo estaba dividido en “ghettos”. El sector PRIísta tenía luz eléctrica y la escuela primaria; el PRDista tenía la telesecundaria, un (1) cable de luz del cual todos se colgaban y la pequeña clínica de la comunidad. El sector del EZLN tenía la ‘prepa’. Nadie tenía drenaje. Pocos tenían piso de concreto. Cada sector tenía su propia cárcel y “cuerpo policiaco”. Un “policía” no podía arrestar a una persona de un sector distinto al de él. Si existía una situación de ilegalidad se le tenía que avisar al “sheriff” correspondiente. En caso de que no se respetara esto, grupos de ciudadanos armados iban a romper los candados de las cárceles para sacar a los suyos. El alcohol era ilegal, lo culpaban por el declive de la grandeza indígena ante los caxlanes (extranjeros).
El día en Tulijá acababa con el sol, la gente se retiraba a sus casas. Cenaban en familia y se preparaban para la siguiente jornada laboral. En algunas casas, donde había televisión, se hacían reuniones para ver la programación y convivir. En noches especiales, se hacían festejos. Se congregaba la gente en la iglesia o en la casa del ejido, se comía y se bailaba. En una de esas noches…
- “Que bonita noche” le dije a Tatik Juan (padre de familia y capitán zapatista)
- “Se ven todas las estrellas”, agregué.
- “Tú ves estrellas, yo veo sequía” contestó cabizbajo.
Allí fue donde entendí el zapatismo. Si a los pueblos indígenas los excluyeron del Milagro Mexicano, el cielo les negaba la lluvia y la Secretaría de Educación, maestros; pues es lógico levantarse y tomar lo que único necesita. Eso incluye la dignidad.
Si la gente piensa que el zapatismo se trata de zapata, o de algún encapuchado, es que no lo acaban de entender.