Por: Marco Antonio Samaniego
TIJUANA BC 18 DE JULIO DE 2025.- La marcha en contra de la gentrificación realizada hace dos semanas, y la que se ha programado para el próximo domingo 20 de julio, demuestra la existencia de diversos Méxicos y de diferentes maneras de observar el proceso.
Para quien esto escribe, es impensable que en ciudades de la frontera y en amplias zonas de estados como Baja California Sur, por ejemplo, se realicen o encuentran participantes que se sentirían confundidos. Observar las consignas en contra de los estadounidenses, sin duda, muestra que entender nuestro país requiere de mayor apertura y reflexión.
Como señalo en infinidad de ocasiones, las razas no existen, pero la creencia – apoyada en métodos “científicos” hasta mediados del siglo XX – si generó la racialidad y el racismo. La primera entendida como una forma de normalizar relaciones de poder asimétricas en función del tono de piel, mientras que la segunda, con el apoyo de la violencia y discursos de odio que aun podemos escuchar en quienes consideran que existen diferencias (para algunos genéticas, para otros en la sangre) pero no demuestran en qué consisten.
Simplemente se dan por sentadas y existen hasta la fecha numerosos ejemplos de racialidad y racismo. Así, hacer la diferencia de que los mexicanos son “morenos” y los estadounidenses “blancos o güeros”, es una aberración en todos sentidos, pero eso no evita los usos de los términos y que se tomen acciones en ese sentido. La marcha de hace dos semanas, paradójicamente, reafirma las tesis absurdas de que existen diferenciaciones raciales.
Por otra parte, la idea de la gentrificación se gestó en la década de 1960 en Londres. Gentry, hace referencia al caballero, por tanto, alguien con mayores ingresos, sujeto que desplazó en el centro de la mencionada ciudad a quienes tenían menores recursos al reinvertir en los espacios y generar mayor plusvalía. En determinados momentos, la gentrificación ha sido observada como positiva y en otros como un efecto negativo. Como en muchos procesos, las posturas se confrontan dado que para unos se trata de generar mayores ingresos, promover el turismo y el orgullo local. Para otros, el desplazamiento fue acompañado de acciones violentas y represivas, de las que, por cierto, existen muchas evidencias al obligar a quienes se negaron a vender, a moverse o reducir la posibilidad de recibir beneficios. Aquí sólo apunto que son actos de poder de actores sociales que imprimen su sello, con el fin de obtener ganancias, bajo argumentos de progreso, civilización, plusvalía o modernización.
Si bien muchas ciudades son un ejemplo de ello, Tijuana es uno más, lo mismo que Mexicali. Invertir en los centros y colocarle el termino “histórico”, lleva la función de legitimar que ahí sucedió algo distinto, “importante”, “necesario” conocer para el turista que viaja.
Es motivo de inversiones, orgullo local, o discusiones, como ha sido el caso de La Chinesca en Mexicali y el famoso, no por su existencia, sino por las discusiones, el cocinero chino, mismo que es conocido por muchos como el cochinero chino.
Sin embargo, al imaginar una posible marcha contra a gentrificación en las ciudades fronterizas, permite ubicar los diferentes Méxicos a los que aludí al principio del escrito. ¿Cómo expresarse en contra de los estadounidenses, cuando, por la apariencia física, es imposible distinguir quién y quién no? ¿cuántos parientes de quien esto escribe son estadounidenses por nacimiento o naturalización y viven en ambos lados de la frontera sin hacer ese tipo de distinciones? ¿Cómo afirmar que los estadounidenses provocan la gentrificación cuando cientos de estadounidenses por nacimiento, viven en cientos de colonias de escasos recursos en Tijuana? ¿Cómo hacer diferenciaciones cuando, alrededor de 80,000 personas, sólo en Tijuana, cruzan legalmente a diario a trabajar a Estados Unidos?
De acuerdo con informes generados por dependencias estadounidenses de finales del siglo XX y principios del XXI, alrededor de 100 000 estadounidenses, en su mayoría retirados, vivían en el corredor Tijuana- Ensenada. Todo ello generaba cientos de empleos, muchos de ellos centrados en servicios geriátricos. En el camino a Tijuana- Ensenada, se puede observar las casas y departamentos en las que muchos de ellos viven, y también, numerosas “casas” construidas con tablas, techos de lámina, llantas, en las que viven las numerosas familias que proveen parte de los servicios, sobre todo de limpieza. Que mejor ilustración de la gentrificación que esa. Es posible ver la diferencia en ingresos, acceso a la salud, capacidades de cada Estado-nación y el sentido de uso del espacio en el propio país y para este caso, en la llamada carretera más hermosa del país.
¿Una marcha en contra de la gentrificación? ¿Una marcha en contra de los estadounidenses, que, por cierto, son nuestros vecinos en colonias y fraccionamientos, amigos de escuela o parientes? ¿una marcha para decir que los mexicanos son “morenos” – y supuestamente, según mi lectura, una “raza” – en contra de los güeros, si es que tal cosa existe más allá de los usos del lenguaje?
Cada nación crea sus mitos fundacionales, muchos creen en ellos y los repiten son suma laxitud, sin pensar en las formas de racialidad que significan. Pero buscar soluciones al problema de la vivienda, con diferenciaciones justificadas en “razas”, es repetir los discursos de los europeos del siglo XVI que, ante el conocimiento de un nuevo continente, América como los nombraron ellos. Y aun peor, es tomar las formas de supuesto conocimiento que llevaron a crímenes atroces en todo el siglo XIX y sobre todo en el XX, cuando los creyentes en supuestas razas superiores llegaron a expresiones brutales, mismas que, por desgracia, son repetidas por las llamadas actualmente “nuevas derechas”, mismas que sin base alguna repiten las mismas tesis basadas en el tono de la piel (nótese que no uso color, sino tono).
Legítimo, pues, demandar mejores condiciones de acceso a la vivienda. Es una manifestación social valida y para este caso, una critica antes procesos que se han vivido en diferentes partes del país. Por haber residido en la Ciudad de México a principios de este siglo, muchas veces hice la pregunta hasta dónde estaría el límite que de lo que pasaba durante el gobierno de AMLO. Me tocó verlo durante casi una década de viajes constantes, aunque ya no fuera residente con Marcelo Ebrard como dirigente de la ciudad. En los años de Mancera y Claudia Sheinbaum no puedo manifestar diferencias notables. El hecho, es que mezclar gentrificación y “raza”, es peligroso y equivoco. La gentrificación no es neoliberal ni focalizada. Es una conceptualización derivada de un proceso inglés, que se ha registrado como valido – y muy cuestionado, pero eso es aparte – y que debe llevar a políticas públicas que no han generado el acceso a la vivienda en condiciones de justicia.
Y por supuesto, imaginar una marcha que mezcle tales conceptos, en ciudades como la nuestra, es no reflexionar en el espacio en que vivimos. Como apunto, los espacios fronterizos – ni los de la Ciudad de México – responden a esos escenarios simplistas y racializados. Ojalá no se llegué al racismo, que, en ningún momento, ha sido un camino a la igualdad, la equidad y la justicia social.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.