Mamá
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Mamá

Tijuana BC - jueves 8 de mayo de 2025 - José Alfredo Ciccone.
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TIJUANA BC 8 DE MAYO DE 2025.- El adagio sabio nos recuerda que -madre hay una sola-, como todos, yo tuve una que fue  maravillosa, luchadora, amorosa, paciente y de amor a manos llenas. Tenía sangre gallega y como ‘la tía de Unamuno’, su apodo era Tula. Quedó viuda joven, pero no quiso volver a casarse, quedando con dos hijas niñas aún y un niño de apenas ocho añitos a cuestas.

La primera encomienda que le dejó su ‘soledad marital’, por la ausencia de mi padre, fue criar a sus hijos y darle buenos ejemplos, tarea que realizó con destreza, de manera excepcional, porque respiraba y vivía por ellos. El tiempo pasó y su ejemplo cundió a favor de esos hijos que supieron encauzarse en el terreno fértil y productivo del bien. Hoy, dos de ellos, porque la tercera y mayor de los hermanos, se fue a acompañarla hace unos pocos años, instalándonos el dolor de su partida y extrañándola por haber dejado ese trío excepcional de hermanos siempre unidos por el amor, que agradecen al cielo haber tenido una madre que lo mereció todo, aunque en honor a la verdad, la vida le regresó poca recompensa por lo que dio, entre otras cosas, por llevársela tan joven, con muchos años y caminos por recorrer y algunos nietos que nunca pudo conocer, con larga vida por delante.

Como debe ser, todos los días del año, la recordamos, saludamos y deseamos que nos guíe con su fuerza para enfrentar dificultades de todo volumen, sus enseñanzas reflejadas en actos nobles y su infinito amor, para poder dar gracias a Dios por tanta generosidad e infinidad de cosas logradas en esta vida, bajo su luz, protección y guía. 

Por todas estas cosas y otras que cobran mayor dimensión si las valoramos en toda su extensión generacional, transferida a nuestros hijos y nietos que tratamos hereden esos pensamientos positivos cuando nos referimos a la figura respetada de una madre, su autoridad y amor, todos agradecemos eternamente lo recibido por esta mamá que nos tocó en suerte y que seguirá con nosotros, seguramente hasta el mismo infinito.    

Nos podemos olvidar las llaves del coche o de la casa, la cartera, el dinero, el hoy imprescindible y agobiante teléfono celular, la mochila, la computadora, las tareas hogareñas, el nombre de una tía lejana, las horas de estudio o algunas obligaciones.

Cualquier cosa puede ser válida en este agitado ajetreo de la vida actual, pero lo único que no tiene olvido posible es nuestra madre, seguramente porque llegamos a este mundo con y por su existencia, pegados a su piel, a su corazón y a sus latidos. Fue la que nos hizo conocer la luz al darnos la vida. Es única, irreemplazable, según la nombren en el país que les toque; la patrona de la casa o la jefa en México, la amada vieja en Argentina, la mamma en Italia, o ‘dear mom’ para los vecinos del norte. Son tantas las cosas buenas que aprendimos de ella, que ni el tiempo ni la distancia y mucho menos su ausencia física, pueden hacer que dejemos de pensar en mamá, en la que siempre tendrá en su mirada, una clara e incondicional señal de amor para nosotros, la que vive pendiente de nuestros pasos, la que da su propia vida por sus hijos sin pedir nada a cambio, la que acompaña con fe, incondicionalmente en el dolor y también se ilumina festejando nuestros logros y alegrías.

La que siempre está ahí, la que nunca ‘se queda sin batería’ en su teléfono celular para poder responder con celeridad a nuestros llamados o necesidades.

La que a veces no entiende de tecnología y sus aplicaciones modernas, pero sigue siendo sabia en la conducción de la vida, en ejemplos repetidos por generaciones, enhebrando voluntades, en su infinita paciencia para calmar tormentas familiares con aplomo y sabias decisiones.

Será por esa y otras razones del alma que diariamente la queremos ver, encomendarnos a su imagen cuando no la tenemos y pedirle sin temor, ‘ayúdame mamá’, casi más que a Dios, quizás porque estamos seguros que los dos están muy cercanos, siguiendo nuestros pasos. La sentimos acompañándonos siempre -o su presencia-, si es que como regalo de la vida nos dan la posibilidad de disfrutarla físicamente, abrazarla, besarla y amarla con la misma fuerza de nuestro primer grito cuando llegamos a este mundo, que la hizo llorar de alegría al vernos por primera vez, llenándonos de supremas bendiciones, para iniciar el arduo y desconocido camino de la vida, darnos fuerza y tropezar lo menos posible.

No dejemos de rendirle culto todos los días del año, inculquemos en nuestros hijos y nietos el amor y el respeto por ella, hagámosle la razón de vivir más placentera para devolverle siquiera algo de todo lo que nos dio en este tránsito complejo de nuestra existencia. 

Si alguien quiso ponerle un día comercial para reconocerla aún más, aunque muchos no estén de acuerdo con esta celebración, desde un prisma conciliador, creo que igual está muy bien esta fecha, será otra excusa valedera para decirle ¡FELIZ DÍA MAMÁ!

Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor

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