EL HANNIBAL LECTER MEXICANO
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EL HANNIBAL LECTER MEXICANO

TIJUANA BC - miércoles 14 de noviembre de 2018 - AFN.
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*.- CRÓNICA DE UN MEXICANO SENTENCIADO A MUERTE

REPORTE ESPECIAL PARA AFN

*.- Este miércoles 14 de noviembre, otro mexicano será ejecutado en Estados Unidos. Se trata de Roberto Moreno Ramos, quien asesinó a su esposa y a sus dos hijos menores de edad, y que pese a que no cursó estudios superiores, durante sus varios años en el “pabellón de la muerte” en un centro penitenciario de Texas, devoró libros y acumuló conocimientos. Este mexicano tiene además una asombrosa habilidad para dibujar. Con este hombre, que este día acudiría a la última cita con su destino (porque de última hora se suspendió temporalmente la ejecución) habló el tijuanense Francisco Ruíz, quien nos entrega esta interesante relatoría.

Por Francisco Ruiz

TIJUANA BC 14 DE NOVIEMBRE DE 2019.- “Quiero que conozcas al Hannibal Lecter mexicano”, me dijo mi jefe. De esta manera, y como parte de mis labores en el Consulado General de México en Houston, en 2011 conocí a los 13 connacionales sentenciados a muerte, quienes se encontraban recluidos en la Unidad Allan B. Polunsky, un centro penitenciario del Departamento de Justicia Criminal de Texas (TDCJ, por sus siglas en inglés).

Entre estos destacaba Roberto Moreno Ramos, 12º mexicano sentenciado a muerte por ser el responsable del asesinato de su esposa y sus dos hijos menores de edad. Su ejecución ha sido programada para la tarde de este miércoles 14 de noviembre en Huntsville, Texas, por ello, en el presente texto comparto la experiencia que tuve al convivir con este hombre.

Para llevar a cabo dicha visita consular mensual, se debe trasladar por carretera durante una hora y media hacia Livingston, pero el verdadero viaje ocurría al interior de la prisión.

Para ingresar al pabellón de la muerte se requiere dejar todas nuestras pertenencias en el vehículo, luego atravesar un primer filtro de seguridad, el cual sirve para evitar la introducción de cualquier tipo de aparato electrónico y obtener el gafete de identificación. Hecho que me recuerda aquella frase de Dante Alighieri: “lasciate ogni speranza, voi ch´entrate” (los que entráis, perded toda esperanza).

Un largo corredor al aire libre separa el acceso principal de un segundo edificio, ese extenso pasillo es “decorado” por una cerca de metal de gran altura, la cual se encuentra coronada con alambre de púas.

En invierno, la temperatura máxima en dicha región suele registrar 19º C, mientras en verano alcanza los 37º grados, con una sensación térmica extremadamente bochornosa. Por lo que, pasar del frío de las oficinas al calor externo, significa un catarro seguro y altas probabilidades de contraer gripa.

Después de atravesar las puertas de alta seguridad y múltiples registros, finalmente se arriba a la sala de visitas. Dos máquinas surtidoras de bebidas y alimentos nos dan la bienvenida a los cubículos de entrevista, los cuales impiden al visitante el contacto con el recluso mediante un cristal grueso, siendo un teléfono el único medio para establecer comunicación.

Preferí evitar conocer los motivos por los cuales estaban recluidos los sentenciados, hasta después de intercambiar algunas impresiones con cada uno de ellos. Así, llegó el turno de conocer a Roberto Moreno Ramos, un mexicano nacido en 1954 y radicado en Estados Unidos desde fines de la década de los 80, quien fue sentenciado a la pena capital como resultado de un asesinato múltiple.

El encuentro con Roberto fue peculiar desde la primera ocasión en que crucé palabra con él. Hostil en su trato, con semblante desconfiado, una mirada fulminante y dedos regordetes; una primera impresión en la que su presencia me pareció intimidante, sin embargo, charlar sobre los aztecas, la antigua Grecia, José Martí y Salvador Allende, suavizó su comportamiento. Tantos años arrestado, permitieron que Ramos se dedicara a ampliar sus conocimientos a través de la lectura; con lo cual se ganó el mote del “Hannibal Lecter mexicano”, entre nosotros.

La actitud de Ramos siempre fue excesivamente arrogante. Desdeñaba a sus compañeros, a quienes tildaba de ignorantes; se jactaba de tener un buen inglés y de que sus pinturas eran subastadas en Europa, los cuales generaban ingresos que le permitían darse ciertos lujos en medio de un total aislamiento.

Reunirse con los presos ameritaba ofrecerles comida de la máquina expendedora, comida que no debía ser tocada más que por el custodio asignado para tal efecto; tocarla, significaba comerla, a pesar de que se encontraba perfectamente envuelta. Así de extremistas son los cuidados que implementan en una prisión de máxima seguridad.

En algún momento, entre la hamburguesa y la fruta, Roberto encontraba espacios para conversar sobre los sucesos icónicos de la Humanidad, de la Historia. Una historia que, para él, de cierta forma, se detuvo con su detención.

Una vez finalizada mi primera entrevista con Ramos, pregunté sobre su crimen, el cual fue cometido el 7 de febrero de 1992 en Progreso, Texas, una pequeña ciudad fronteriza que apenas superaba los tres mil habitantes en ese momento. Las víctimas fueron su esposa Leticia, cinco años mayor que él, y sus hijos Abigail, de siete años, y Jonathan, de tres.  Luego de haberle dictado sentencia el 23 de marzo de 1993, Ramos ha permanecido recluido bajo el número de registro 00999062.

Llevar puesta una chamarra en el exterior en pleno verano texano resultaba una acción ridícula, pero servía para sobrellevar la baja temperatura dentro del pabellón de la muerte, la cual pasaba de fría a helada, todo a voluntad de los custodios, quienes así nos recordaban su presencia y, a su vez, parecían apresurar nuestra partida.

La segunda ocasión que me entrevisté con Ramos, luego de saber lo que había hecho, me pareció aún más inquietante ya que en mi mente aparecían las imágenes emanadas de los sucesos que mi memoria había registrado al dar lectura a su expediente, frente a mí se “revelaban” cada uno de los episodios de la historia que lo llevó al pabellón de la muerte. Una narrativa que horroriza a cualquiera e indigna a todo aquel que tenga respeto por el género humano.

Intercambié varias cartas con Ramos, en ellas me compartía sus opiniones y anécdotas, resultado de su ávida lectura, amplia creatividad y vasto tiempo libre. Junto a esas misivas, Moreno Ramos me obsequió nueve dibujos, prueba de su creatividad y talento, realizados con un particular esmero y gracia, producto de una privilegiada inteligencia que desgraciadamente sufrió la manipulación de su mente distorsionada. Así, comparto esta cita, un fragmento de alguna de sus “letras” :

“…la vida en la Casa de los locos sigue su ritmo…se me fue el tiempo dentro de los relatos y con una narración que te detiene en la historia, ni modo…adiós tiempo y prisión…y terminadas mis mariguanadas literarias, regreso a la realidad y al trabajo…” (SIC).

La última vez que vi a Roberto, sin planearlo, como parte de mi improvisada entrevista y asombrado de saber que no había finalizado la secundaria, le pregunté sobre cómo había aprendido a plasmar sus ideas mediante el lápiz y papel, Ramos me respondió que sus primeros trazos los hizo y vendió en Tijuana, ciudad que habitó antes de exiliarse a la Unión Americana.

Mi misión en el extranjero terminó, volví sin despedirme y sin revelarle a Roberto Moreno Ramos que yo también partí hacia Texas desde Tijuana. Hace algunas semanas, nuevamente tuve noticias sobre quien, después de 25 años de prisión y de perder un par de apelaciones, será ejecutado este 14 de noviembre.

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