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Votar en blanco

MÉXICO DF - viernes 30 de marzo de 2012 - Abel Muñoz Pedraza.
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Procesos Políticos
Por: Abel Muñoz Pedraza


En México, lamentablemente, votar en blanco, anular el voto, escribir en la boleta el nombre de una persona que no está registrada ante el IFE como candidato o, incluso, abstenerse a votar voluntariamente teniendo la posibilidad de ejercer el sufragio, nunca han sido opciones reales que signifiquen llevar a cabo cambios en el sistema político mexicano.

En este sentido, las razones por las que un ciudadano decide orientar su voto por alguna de las opciones anteriormente mencionadas –con excepción de la abstención electoral voluntaria– van estrechamente ligadas con el reconocimiento y el ejercicio de un derecho y un deber cívico, que es el de ir a depositar el sufragio a la urna, sin embargo, también denotan una protesta o un rechazo hacia todos los candidatos, hacia un candidato en especial y/o al régimen político en su conjunto.  

Le presto atención a este tema porque durante esta semana Javier Sicilia, escritor y activista social que ha emprendido el llamado “Movimiento por la paz con justicia y dignidad”, convocó a la ciudadanía para que el próximo primero de julio vote en blanco. La razón principal que Sicilia expuso en sus declaraciones es “que ninguna de las opciones políticas representa una salida al conflicto que atraviesa México por la violencia”.

Probablemente Javier Sicilia tenga razón y ninguno de los cuatro candidatos garantice un cambio de rumbo en el tema de la violencia generada por el combate al crimen organizado.

En lo personal creo que, con lo poco que hasta ahora sabemos sobre las propuestas de los candidatos, ya nos encontramos en una posición que nos permitiría comparar y diferenciar la oferta política que estará disponible a partir del día de hoy con el inicio de las campañas político-electorales, finalizando tres días anteriores a la jornada electoral.

Pero volviendo al tema de fondo, el voto en blanco –o cualquier forma de voto que implique un desacuerdo con el sistema– ha servido de poco para cambiar las cosas en el país. Una de sus principales debilidades es que éste no se puede contabilizar de manera exacta, ya que la boleta electoral, por ejemplo, no incluye un recuadro que haga referencia a la intencionalidad del voto nulo, es decir, no podemos saber si un voto anulado fue un acto premeditado o un simple error. En consecuencia, la percepción que tienen los políticos sobre este tipo de movimientos no favorece en la generación de compromisos con el ciudadano, ya que no se sienten amenazados en sus posibilidades de contender por el puesto.

Si hacemos memoria, en la elección federal intermedia de 2009, existieron varios movimientos que promovían votar en blanco, escribir en el recuadro de “no registrados” el nombre simbólico de un candidato o tachar toda la boleta para manifestar el desacuerdo con el sistema político. Durante esa elección, se registraron altos índices de nulidad y se pensó que los movimientos anulacionistas habían ganado la batalla, sin embargo, la mayoría de las demandas que impulsaron estos grupos no prosperaron y el posible temor que los políticos iban a tener al observar los altos porcentajes de anulación no existió.

Otras de las limitantes y consecuencias que tiene este tipo de voto son que, a pesar de que se registre una alta tasa de anulación en una elección, no se podrá cambiar al ganador de la contienda, incluso si el número de votos nulos es superior al número de votos que sumó el triunfador, sumado a que no existe un porcentaje mínimo de votos válidos para que una elección sea calificada como legal. Además, al anular nuestro voto, colaboramos a que el voto duro de los partidos pese más que el voto independiente. En consecuencia, el voto en blanco en México se convierte en un voto “inútil”.

Está claro que existe un descontento general por nuestra clase política, por los partidos y las instituciones que rigen gran parte de nuestras actividades, pero habría que pensar si el anular nuestro voto contribuye realmente a mejorar las cosas. Anteriormente se pensaba que sacar del poder a un partido por medio de la alternancia haría que los políticos, en general, reaccionaran y valoraran de mejor forma lo que significa estar en el gobierno, sin embargo, como hemos visto, la llegada del PAN al ejecutivo en el 2000, tras más de 70 años de gobiernos priistas, no significó ni representó un cambio visible de la clase política mexicana.

Por tal motivo, ante un escenario en el que las alternancias políticas son fenómenos que en el México actual ya son posibles y, dada la experiencia que tenemos, ahora podemos observar que estas, por sí solas, no pueden generar cambios en la cultura política, me parece que, como se ha señalado en diversas ocasiones en esta columna, los cambios políticos deben de ir acompañados de incentivos institucionales para generar mejores resultados.

Con esto me refiero a que mientras no existan mecanismos de democracia semidirecta como lo es el plebiscito y el referéndum o la relección inmediata de funcionarios de elección pública, con la posibilidad de castigarlos al negarles el voto cuando busquen relegirse por un nuevo periodo, difícilmente podremos aspirar a establecer una relación más equilibrada entre la ciudadanía y los políticos.

Abel Muñoz Pedraza es estudiante de la maestría en Estudios Sociales con línea en Procesos Políticos de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) en la Ciudad de México. Es egresado de la licenciatura en Relaciones Internacionales de la Facultad de Economía y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), campus Tijuana. Correo electrónico: [email protected]
Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.

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