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¿Dónde están?

TIJUANA, BC - viernes 13 de marzo de 2015 - Gilberto LAVENANT.
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Palco de Prensa

Hasta antes del domingo 1 de marzo, del año en curso, el canal del Río Tijuana, estaba convertido en albergue de personas de varios tipos. Drogadictos, malvivientes, indigentes, deportados, enfermos.
 
Casi todo mundo sabía que estaban ahí, aunque pocos se atrevían a asomarse al interior del canal. Cuando mucho, se dedicaban a comunicar, de voz en voz, las historias generadas entre los integrantes de esa población, tan especial.
 
Al sitio, le conocen como “El bordo”, porque muchos de ellos se postraban sobre los bordos laterales del canal.
 
Algunos de ellos, en espera de una nueva oportunidad para tratar de cruzar hacia Estados Unidos, en busca del “sueño americano”.
 
Otros, en espera de las horas pico del tráfico vehicular, sobre las principales vialidades colindantes con el canal, donde tratarían de recaudar dinero, mendigando, limpiando carros, vendiendo dulces o asaltando transeúntes.
 
La ropa rasgada, sucia, la evidente falta de limpieza personal, eran rasgos distintivos de que se trataba de “residentes” del canal.
 
Había quienes, hicieron pozos bajo la loza de concreto del canal e improvisaron viviendas en el interior de los mismos. Otros más, sobre los montones de tierra y hierba, acumulados en algunos puntos, fabricaron chozas con pedazos de cartón y palos.
 
Se trataba de un submundo, por completo ajeno a los residentes formales de Tijuana. Y aunque sabían de su existencia y se imaginaban las condiciones infrahumanas en que se encontraban, pocos se atrevían a asomarse. Peor aún, pocos manifestaron voluntad de acudir en ayuda de ellos.
 
Ante el anuncio de torrenciales lluvias, que de inmediato se reflejaron en incremento de los escurrimientos de aguas al interior del canal y por lo tanto el aumento de las corrientes que fluían a lo largo del canal, el domingo 1 de marzo, las autoridades municipales de Tijuana, determinaron desalojar a los “residentes”.
 
En las redes circulan videos de las labores de rescate de varios de ellos, que quedaron atrapados en pequeños islotes de tierra y basura, formados al centro del canal. No fue nada sencillo. Hasta un helicóptero fue necesario utilizar. Todo indica que no hubo pérdidas humanas qué lamentar.
 
Obviamente, no se les pidió permiso. Si se hubiera pretendido que salieran por su voluntad, ahí continuaran.
 
El interior del canal, pese a las limitantes, significaba un lugar ideal para refugiarse y mantenerse fuera del alcance de la policía. La zona, era algo así como un “pueblo sin ley”.
 
Salían a la civilización, para ganar u obtener dinero. Lícita e ilícitamente. Por las noches era el refugio ideal, para guarecerse. Para pernoctar, drogarse, realizar labores de narcomenudeo y mantenerse aislados del resto de la población. Salvo raras excepciones, la policía no ingresaba ahí. Las personas “normales”, ajenas, mucho menos.
 
El tema de la población del canal, era excelente pretexto para lucimiento de políticos y vivales. Pero nadie, absolutamente nadie, hacia algo para tratar de rescatarlos y acabar con este problema.
 
El Alcalde Jorge Astiazarán, se atrevió a ordenar el desalojo, con elementos de policía municipal, además de bomberos, protección civil y de otras dependencias.
 
Unos fueron trasladados a albergues. Otros a centros de rehabilitación. Obviamente, no faltaron las voces de actores políticos, para descalificar tales acciones. Incluso de aquellos que usufructúan el tema de los migrantes.
 
Hoy, muchos preguntan que ¿dónde están? Afirmando que los buscan en albergues y no los encuentran. Echan a volar la imaginación y suponen que el caso de los normalistas de Ayotzinapa, guardadas las proporciones, podría repetirse en Tijuana.
 
Los que nada hicieron para ayudar a los habitantes del canal, hoy se erigen en defensores de los desalojados. Si antes, ni siquiera acudían al interior del canal, a conocer las condiciones en que vivian. Mucho menos a llevarles comida, agua o medicamentos.
 
Seguramente pocos tratan de entenderlos. Individuos ajenos a todo orden social. Incapaces de ser autosuficientes, económicamente. Muchos de ellos, con enfermedades graves y sin medicamentos. Otros con adicciones incontrolables.
 
La indolencia de las autoridades, había dado lugar a todo esto. Hoy se ha dado el primer paso, para erradicarlo. Se requieren acciones precisas y contundentes, para evitar que se repitan.
 
Los tres niveles de gobierno, deben intervenir para ello y darle a cada quien, el trato que merece, según sea el caso. Retornar a sus lugares de origen, a los que quedaron estancados en esta frontera, en la ruta hacia la búsqueda del “sueño americano”.
 
Proporcionarles oportunidades de empleo, a los que realmente sean productivos. Someter a tratamiento a los adictos, tratando de lograr su rehablitación. Evitar el narcomenudeo y la proliferación de enfermedades contagiosas. Que volteen a verlos y acudan en su ayuda. Que dejen de preguntar, ¿Dónde están? si antes ni voltearon a verlos.      

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