*.- Lo importante no es la altura, sino la diablura

Tijuana BC 30 de diciembre de 2014 (AFN).- Desde tiempos inmemoriales, entre la plebada de Higuera de Zaragoza, Sinaloa, se practica un juego que representa una diversión sana, natural, ecológica y segura: Volar papalotes.

Los chinos inventaron las cometas para efectos de tener señales militares, y hubo en Francia quien las usaba para enamorar mujeres. Hasta para "cazar" rayos y centellas las usó Benjamín Franklin, un ex presidente gringo.

Pero cuando éramos niños eso no nos importaba, sólo elevarlas lo más alto que se pueda.

Comprarlos hechos ni chiste tenía. Hacer un papalote ("papalótl" en náhuatl, que significa "mariposa" o "flor voladora") era y es todo un arte. Rústico, pero arte al fin.

Una bolsa de plástico del pancito bimbo y hasta del detergente de la foca eran suficientes. Luego, unos carrizos delgados, piola o hilo de coser o delgados mecates de ixtle de tendedero, y retazos de trapos para hacer una colorida cola. ¡Y ahora a correr!.

Yo sufría para elevarlas más altas que los demás hasta que entendí que lo importante no es la altura sino la diablura, así que me dediqué a disfrutar del juego. Volaba cometas con mis hermanos en el canalón, en los descampados, en La despensa, en El Aguajito, en el riíto de San José a donde íbamos de excursión y en las playas de San Juan cuando no había granjas camaroneras.

Mi lugar favorito era la laguna en los terrenos de la Comisión del Río Fuerte, donde ahora es fraccionamiento y entonces había tierras de cultivo.

Una vez en verano fui con mis hermanitos, entonces peques y que ahora casi son abuelos, a volar papalotes en el cerro del Chivari. Todo bien, porque ni estorbos ni árboles grandes ni cercados ni cablerío.

Recuerdo que el papalótl que hice con una bolsa verde tensada con carricitos del patio de mi nana Güera (QEPD) se elevó más alto que nunca, para mi gusto. Mis hermanitos gozaban del espectáculo y nos alternábamos el control del hilo o enviábamos "telegramas" con pedazos de papel al plástico volador. Fue una tarde feliz y la recuerdo por la diversión compartida.

Lo mejor de la vida se mide por el tiempo que duran tus dientes pelones.

El año nuevo del 2012 regresé sobre mis pasos a ese punto del Chivari. El cerro ya no es como entonces y en dos décadas le han colocado antenas y construido edificios, escaleras, receptores de señales, repetidoras y estorbos en general.

Hasta la luna de la foto se andaba enredando. El cablerío ahora haría más difícil practicar allí la diversión sana, natural, ecológica y segura que es volar papalotes.