Asuntos del corazón. Nunca he sabido explicarlo cuando algún incrédulo me lo pregunta. Simplemente es como un pálpito, una corazonada. Enganchas con uno y eso te lleva a repeler todo lo que tenga que ver con el otro. Y cuando gana el uno y pierde el otro, la euforia. Y si es al revés, la desazón. En Argentina, por ejemplo, nada que ver con el azul y la franja horizontal en amarillo. Pero cómo olvidar aquella primera impresión desde que vi esa camisa que me pareció heroica, digna de las gestas que forjaron quienes llevaron y siguen llevando esa franja roja atravesando el pecho en diagonal como si fuera fuego puro. En México ya ni qué decir con el amor al crema y la repulsión a las rayas en rojo y blanco, o en España la afinidad al azul y grana y no al blanco. Igual en el beisbol y Nueva York en vez de Boston, o en el americano con el acero sobre la estrella solitaria. Nunca he sabido explicarlo cuando me lo preguntan porque no es algo que pueda explicarse. Y es que el sentimiento no tiene lógica ni fundamento. Simplemente es ese llamado de quién sabe qué. Y uno se limita a obedecer al corazón, si es que el corazón tiene que ver en este ámbito de irracionalidad. Si hay algo más, una cuestión científica o razonable, de verdad me declaro incompetente para colgarme del debate. Ignoro. Sólo hay que dejarse llevar por esa pasión tan parecida al amor que sólo se entiende cuando se vive.
El hombre del casco. Siempre salía al frente. Así lo hacen quienes padecen alguna discapacidad para tomar distancia sobre el resto del pelotón. De primera, el puro nombre, por lo común, pudo traerme a la mente a un montón de conocidos. Por eso, cuando me informaron sobre la muerte de Jorge Hernández, se me heló la sangre. Ya luego me explicaron que era un corredor al que no reconocí así de nombre. Fue que lo relacioné hasta que me relataron el modo trágico de su fallecimiento. Recién lo había leído: “Muere atropellado por un tráiler” o “Muere arrollado por un trailero” o “Conductor de tracto camión atropella a peatón”. Era todo lo que referían las frías crónicas reseñadas en la nota roja de los diarios locales con los datos de cajón. Ya más tarde, cuando me fue descrito físicamente, terminé por ubicarlo. Difícil imaginar en principio que se trataba del hombre del casco, ese que, por problemas auditivos, salía en avanzada cada domingo de carrera atlética en Ensenada.
Con dinero… Qué prestigio ni qué trayectoria ni qué ocho cuartos. A la leyenda fulana de tal que regó de sudor el terreno de juego o al promotor que entregó su vida e invirtió su dinero para mantener en pie el espectáculo del beisbol amateur ya les llegará su oportunidad, ya bautizarán el torneo con su nombre y les colgarán su camisa allá en el fondo de los jardines después de una de esas ceremonias aletargadas de cada año. Por ahora, con Sergio López en la presidencia, las prioridades son otras. Dinero, efectivo, cash, contante y sonante. La Liga Municipal no está para sentimentalismos. De eso no come la familia. Puertas abiertas al señor diputado, que como todo buen señor diputado quiere ser alcalde, para que parta y reparta. Así que venga, señor Novelo, el torneo es todo suyo.
Pinta de crack. Le dije una y otra vez a mi entonces compañero de redacción y vecino de asiento en el ya desaparecido primer palco de prensa del Estadio Caliente, que era bueno ese contención del Pachuca. Los juegos en el Caliente aún eran los domingos a mediodía. El marcador ni lo recuerdo. Sólo el nombre de ese chico, un novato entonces de aspecto tosco, tipo Ribery, que robó balones como loco y los distribuyó siempre con idea: Héctor Herrera. Después del juego, pasó por la zona mixta y nadie le solicitó entrevista. En ese momento ni quién se lo peleara. Qué más daba que el debutante fuera de Rosarito o de Tijuana. Precisaba contar esto porque casi nunca acierto en nada. Fue de las pocas veces. Con mayor razón ahora que rinde igual que aquel domingo soleado de 2011 sobre la grama sintética de Tijuana, sólo que como titular en todo lo que juega el Porto. Hasta la Champions.
