Por Marco Antonio Domínguez Niebla
Cafres. Ni pensar en abordar hasta dos micros. Inimaginable una ida y vuelta por 27 pesos, sujetando asientos sueltos o medio sentado entre resortes saltados. Ni en sueños eso de aventurarnos a subir en una ruta saturada, bien agarrados y de pie, en espera del pisotón al freno de algún cafre mal encarado de esos que ni el saludo corresponden, ni el cambio mucha veces. Entonces se podía vivir la calle con la pelota bajo el brazo sintiéndose a salvo camino al campo sin necesidad de arriesgar la vida en dependencia de un tipo que sabría dios qué habría consumido antes de sentarse al volante. Del mismo modo, llegaba uno descubriendo hallazgos en cada aventura, en cada trayecto rumbo a la jornada de juego. Sin proponérselo, uno controlaba su tiempo y su espacio, como si la ciudad fuese en realidad suya y no de esos señores que conducían las mismas unidades de ahora con las mismas conductas de ahora frente a unas autoridades tan parecidas a las de ahora. Lujos de la adolescencia.
Tierra de por medio. No se le ha visto al director. Ni sus luces en la rueda de prensa para anunciar la carrera. Antes siempre iba, no faltaba a ese tipo de actos. Además, tampoco fue visto el domingo en la carrera. Pensé que lo encontraría por ser eventos relacionados con el aniversario de la facultad que dirige y por ser la única carrera atlética celebrada en el estado con ese motivo. Igual se ha presentado a todas las celebraciones que entre lunes y viernes se realizaron en Ensenada, o igual se quedó en los festejos de Mexicali o Tijuana. Lo cierto es que a Édgar no se le ve por estos rumbos, cuando menos en actos de prensa como aquel último en el que calificó a los promotores de bautizar el gimnasio universitario que sigue sin nombre. Vándalos, les dijo entonces.
Farsa. Dicen que fue legal, una competencia en la que los dos mejores llegaron a la final, aun cuando las dos selecciones de Ensenada renunciaron a jugar las semifinales. Rosarito, desde el inicio, era el gran favorito. De eso no hay duda. Y sí, pudo ser el mismo campeón si las cosas se hubieran hecho bien. Pero no se hicieron bien. Hubo trampa. Y trampa comprobada por un tribunal que de unos meses a la fecha está más que interesado por dar seguimiento a cualquier intento por torcer los reglamentos de parte del señor que dirige la Asociación Estatal de Beisbol, un tramposo consumado, un mitómano profesional asesorado una estructura conformado por gente de su misma catadura moral.
Sangre fría. Ahí anda como siempre, deambulando por el deportivo Antonio Palacios tan campante, tan quitado de la pena, como si nada pasara, endeudado hasta el cuello con peloteros hartos de haber jugado para él sin recibir lo pactado y con todo aquel que haya osado establecer alguna relación donde haya dinero involucrado. Desde la presidencia de la Liga Municipal, refrendada hace menos de un año gracias a todo tipo de artimañas asesoradas por el mañoso mayor que preside la Asociación Estatal de Beisbol, ha fincado una especie de puente que le permite vivir lejos de cualquier apuro sin importar el descrédito que le dispensa la opinión pública. Pero él conserva la tranquilidad, relajado, con cuando menos otro año más de gestión por delante y el consecuente desahogo económico. Tiene la sangre fría de todos los cínicos. Y vaya pedazo de cínico que es Sergio López.
