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Apuntes Perdidos

TIJUANA, BC - viernes 5 de septiembre de 2014 - Marco Antonio Domínguez Niebla.
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Por Marco Antonio Domínguez Niebla
 
Detector de tramposos. Su nombre, el puro nombre, no sé por qué, y desde que lo conocí, me generó una especie de desconfianza. Será que antes de él no conocía a ningún Freddy. Sí, Freddy como nombre de pila y no como especie de abreviación cariñosa. Ni Alfredo ni Godofredo ni Sigifredo. No. Freddy. Así, tal cual. Freddy y luego Armando para completar el nombre. Lugo por parte de padre. Y Valenzuela por parte de madre. Freddy o Freddy Armando o Freddy Armando Lugo Valenzuela o “El Freddy Lugo” o cualquiera de los alias que ha acumulado por los campos de beisbol del estado, es un personaje por sí mismo. Vocinglero, desafiante, braverillo, adicto al conflicto y a salirse siempre con la suya sin importar los medios. Esa desconfianza que me generó de primera, ya hace tantos años, se robusteció, entre otras cosas, cuando comprobé que si alguien lo acusa de algo, ataja la imputación con aquella frase en tono de culpabilidad manifiesta tan utilizada en las películas cuyos villanos camuflan sus fechorías lanzando la sentencia: “a mí que me lo comprueben”. Ahora entiendo que desconfiar de un puro nombre por una corazonada no siempre resulta tan frívolo. Por el contrario. El proceso de comprobación, sin embargo, ha sido largo y pesaroso. Tuvo que aparecer en escena un tribunal especializado en sancionar tramposos.
 
Juegos de manos. Su suficiencia al hablar de futbol, su semblante altivo, contrastaba con el manejo de sus manos. Unas cuantas veces me centré en ver esa especie de temblor que el técnico venezolano trataba de controlar como masajeando los dedos, las palmas. Del mismo modo, las manos de Farías temblaban ligeramente si la actuación de su equipo era convincente o si salía rechazado por la grada del estadio de Tijuana. Lo cierto es que nadie esperaba que esa noche de viernes, después del empate con sabor a derrota frente a Leones Negros, fuera su última comparecencia en el lugar como entrenador del equipo de casa. Sus declaraciones, pese a la baja productividad entregada, fueron en el mismo tono de siempre, seguro, altivo. Esa noche, tal vez cuando él mismo ya conocía su destino, también miré sus manos. Igual temblaban.
 
Colega. Pudo ser la amistad con mi padre. O tal vez la afición en común, ese americanismo llevado con orgullo en las buenas y en las malas. Como siguiente opción podría encontrar la pasión por el periodismo, por contar historias y ser testigos de ellas, o protagonistas en algunos casos, dependiendo del género a desarrollar como obreros del oficio en común tanto en la radio como en la tele y el diario durante tantos años de coincidencias. El rigor me obliga a revisar los puntos anteriormente expuestos y decido que no, que todos han influido, sí, pero que a Luis Castillo lo respeto y lo estimo por una simple y sencilla razón: es un buen hombre, de esos cuya talla va más allá de cualquier empresa o de cualquier patrón de turno.
 
Decadencia. La nota habla sobre el editor del diario local. La foto es de archivo, grande, a todo plana, con la imagen del editor del diario local con un trofeo. Y la nota es escrita por el editor del diario local, que se va a pasear con “los mejores medios de comunicación” para probar las llantas de un patrocinador de eso que llaman off road. Cierro la sección deportiva de El Vigía. Suficiente. Eso, en algún momento, llegó a ser otra cosa.
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