Apuntes Perdidos / Naufragio a los diez
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Apuntes Perdidos / Naufragio a los diez

TIJUANA, BC - jueves 24 de julio de 2014 - AFN.
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Por Marco Antonio Domínguez Niebla
 
Naufragio a los diez. Mínimo era una semana de duelo. Lamentos por las noches de beisbol que no volverían en un buen rato. Nostalgia por los ocho meses de espera hasta la siguiente temporada. Todo era así por aquellos primeros años, los del romance entre el equipo y la afición. Al final de cada temporada la escena era tan parecida a esto: los dueños del equipo al centro del campo, junto a peloteros y cuerpo técnico, siendo blanco del estruendo salido del corazón de cada uno de los aficionados que demostraban que no se precisa más de un año para generar eso a lo que llaman sentido de pertenencia. Qué importa si se trataba de los dos campeonatos ganados o de las semifinales o las finales perdidas. La gente y su equipo en franca comunión. Y pobre de aquel que osara cuestionar cualquier situación en torno a los responsables de darle a la pequeña ciudad “el espectáculo del beisbol”. Pero a veces la correspondencia no es recíproca. Entonces suele suceder que la gente, por muy fiel que sea, se cansa o aburre, se rebela o desencanta, cuando detecta las primeras cuarteaduras, los defectos, el egoísmo de la otra parte. De repente, un día cualquiera, el peso de los años desgastó el amor, tal como sucede en cualquier otra relación de esas en la que uno se brinda sin condiciones y el otro condiciona lo poco que brinda.  Y cuando se cumplió el décimo aniversario, el equipo, tan lejano al de otras épocas cuando el amor a los colores y la garra parecían sello indisoluble de los primeros Marineros, dijo adiós de manera prematura y lejos de casa, además. Sí, todo había cambiado tanto en diez años. Ni duelo, ni lamentos, ni nostalgias. Tampoco aplausos para nadie. Ni una semana pasó y ya nadie recordaba nada.
 
Hay niveles. Siempre lo entrevisté por su carrera como gimnasta. Uno de los mejores que ha dado México, sin duda. A su retiro lo he seguido entrevistando por las actividades que ha emprendido ya lejos de la exigencia del entrenamiento diario. Se volvió juez y directivo. De gimnasia, por obviedad. Pero también se volvió empresario. Y uno de sus proyectos es la firma de ropa deportiva que fundó con un socio, el softbolista Daniel. Freeda se llama la marca de Santiago y Daniel que hace un año acordó la distribución de su producto a un equipo de futbol llamado Diablos. Sólo que ni Manuel, la persona que estableció el convenio con ellos y que luego renunció al equipo de futbol, ni las dos personas que heredaron la responsabilidad, de nombres Raúl y Bardo, le resuelven ni a Santiago ni a su socio Daniel. Semanas y luego meses. Llamadas y llamadas y nada. Entonces, como se enteró de que ese proyecto sigue en pie y que próximamente tendrá su magna presentación bajo el pomposo nombre de Tiburones Blancos en vez de Diablos, Santiago me pregunta si puedo entrevistarlo sobre el tema. Y cómo habría de negarme. Para la gente decente, para un deportista de esa talla, siempre tendré un espacio disponible.
 
Desenmarañando. Todo se sabe, todo trasciende, todo llega a las manos de quien menos lo imaginan. Por ejemplo, un periodista que trabaja y al que así solitos le caen los testigos y las pruebas que atesora tanto como ese cheque sin fondos que giró aquel directivo sumido en las deudas y el descrédito mientras mendigaba por “30 de los grandes” solicitados para prolongar su agonía tanto dentro como fuera del terreno de juego.
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