Por Marco Antonio Domínguez Niebla
El malo y los idiotas. El malo es malo de origen. Ese no tiene remedio. Así nació. Pero hay otra especie necesaria para que el malo salga adelante y pueda hacer de las suyas: los idiotas. Se trata de una masa de corderos siempre dispuesta a congraciarse con el malo. El malo decide y los idiotas acatan sin preguntar, sin consultar siquiera como si al cuestionar irrespetaran al malo. El malo, si es listo, sale de apuros negociando, mediando cuando el agua le llega al cuello como una especie de gato exprimiendo vidas al límite. Los idiotas no. Los idiotas acatan lo que diga el malo, sumisos, convenencieros, sin dignidad. Pero, contrario a lo pudiera pensarse, los idiotas siempre son mayoría y por ello resultan más peligrosos. Porque suele pasar que cuando el malo cae en desgracia, ya sin vidas por rescatar, los idiotas lo olvidan, le dan la espalda, siempre dispuestos a congraciarse con el siguiente malo en turno.
Coleguitas. Cada año es la cita esperada. Dos reporteros, a veces hasta tres, con sus dos fotógrafos por diario. Un reportero, o hasta dos, con camarógrafo por canal de televisión. El de la radio, o los de la radio, con quien sea, algún amigo o colaborador. Y hasta los que ni radio ni televisión ni prensa escrita, pero “soy medio de comunicación”. Todos, los que lo hacen sin el menor pudor y los que se la pasan dándose golpes de pecho como ejemplos de moralidad y ética periodística, con la servilleta colgando del cuello en espera del platillo ofertado en la invitación al convivio de fin de año. Devorado el menú sólo resta esperar la rifa de artículos. Y entonces las miradas entre unos y otros, recelosos, en franca competencia y no por llevarse la nota de lo informado durante el acto por el funcionario que ha hecho costumbre los encuentros anuales a modo de “agradecimiento a todos ustedes por su cobertura durante todo el año, muchachos”. No, qué importan los datos, las estadísticas, las proyecciones del año que empieza, cuando la invitación es a comer. El cruce de miradas, cuchillas filosas dirigidas al contendiente, evidencia la disputa por el moderno televisor o la computadora portátil o la canasta de artículos comestibles y bebibles. Finalizado el sorteo, adiós y hasta el próximo año. Esa es la única cita que importa. Termino este apunte, solitario, en el centro de alto rendimiento de la ciudad. Ahora, a medio año, hubo rueda de prensa para informar un plan vacacional. Nada más mi compañero fotógrafo y yo tomamos nota e imagen de lo sucedido. Ni los del periódico, ni los de la radio ni los de la televisión. Es hora de retirarnos con la información recabada. Sólo por eso venimos. Sobra decir que en esta ocasión no se ofertó ni comida ni bebida ni rifa de artículos. De haber sido así algo de compañía habríamos tenido, como sucede cada fin de año cuando convoca la misma dependencia.
El verdadero periodista de la familia. Cómo lo admiro. Rara vez se lo digo. Pero sé que él lo sabe. Y bien que lo sabe. Es el periodista ideal. Escribe tan bien y es tan provocador. De los tres hijos de Ángel y Lilia es el más brillante. Lástima que sólo puedo leerlo en redes sociales haciendo rabiar a medio mundo. Francisco, el menor, mi hermanito, prefirió estudiar. Todo un abogado él.
