Por Marco Antonio Domínguez Niebla
Ha vuelto a hablar el profe. Me caía bien. Lástima de lo último, aquel encuentro previo a la liguilla cuando se disculpó el profe. “Lo siento, chicos, pero no me dejan hablar con ustedes”, dijo, todo apenado, como aguantándose las frases que dedicaba en cada entrevista concedida con gusto, fuese cual fuese el resultado, mientras el presidente del equipo, un directivo de esos pasajeros, inexpertos, lo cuidaba como carcelero para confirmar que acataba la orden de silencio, de “cuidado y nos desobedezcas”. Lo siento por el profe. Merecía otra despedida frente a eso que llaman la opinión pública, pocos días antes de que echaran a los suyos –literalmente al diablo– en las ardientes tierras michoacanas, a las primeras de cambio. En fin, como todo entrenador, era empleado el profe. Por eso lo entendí. Hace días, por cierto, me contactó por redes sociales. Ya tiene nuevo trabajo. Volvió a su ex equipo. Por eso pudo hablar ya sin esa especie de mordaza que le aplicaron los segundos mandos del equipo que hasta hace un mes dirigió. Ya no nos veremos, dice el profe desde San Luis, ya en tierras sonorenses. No, profe, ya no nos veremos. Igual ni nos veríamos si hubiera seguido acá. Ya no tendría oportunidad de negarme entrevistas por órdenes superiores. A ese equipo de tercera al que le dimos cobertura de primera, aunque sean Diablos o Santos o Pescadores o Leñadores o cualquiera que sea el nombre que lleven, yo no vuelvo ni como periodista ni como aficionado. A mí con una vez que me digan “no”, entiendo. Ni que fueran de primera. Ya de perdida de segunda, profe.
Un amigo menos en mi “Face”. Todos hablan de sus virtudes por otros motivos que los que yo describiré a continuación. Para mí era uno de esos contactos certeros, fuente fidedigna. Dato adelantado por él, dato cierto. La vía de comunicación, la mayoría de las veces, eran las redes sociales, ya tarde, generalmente por las noches. Además de eso, porque tengo un montón de abastecedores de información, en este caso se trataba de un buen tipo, un hombre fácilmente estimable. Tantas charlas, siempre con su pasión, el beisbol, como tema predominante. Otros pueden contar una mayor cantidad de virtudes de él. Por ejemplo, dicen que fue uno de los mejores pitchers nacidos en Baja California, con facultades tales para haber llegado a ser el primer grandes ligas ensenadense, de no ser por aquella lesión que exigió el retiro a sus veintitantos. Buen maestro, buen amigo, buen compañero de equipo, buen hermano, buen beisbolista y manager, buen esposo y jefe de familia, dicen quienes lo conocieron en esas facetas. Yo, la verdad, lo extraño como contacto, como amigo de Facebook. Cuestión de tiempo. Al rato nos encontramos, Juan Carlos, para actualizarnos de cómo anda todo por allá y cómo anduvo todo por acá. Hasta pronto, querido “Vaca”.
Ídolo. Lo veía constantemente en el café de siempre o en el cine de a un lado, el de siempre. Y como siempre, tomado de la mano de ella paseando por la ciudad en la que nació y a la que decidió volver cuando el retiro. Me gusta acercarme y saludarlo cuando lo veo, me hace sentir importante. Vuelvo a ser el niño que lo admiraba tanto cuando escuchaba de sus nuevas hazañas por el mundo o de su boda con ella, la miss universo venezolana. En cada encuentro, el mejor tenista mexicano que jamás haya existido, jamás ha rehuido a la charla. Por el contrario. Más si se trata de su deporte, su pasión. Y empecé diciendo que lo veía porque hace un montón de tiempo que no lo encuentro ni en el café de siempre ni en el cine de siempre. Últimamente sólo la he visto a ella, Maritza. Imagino a Raúl por el mundo viendo esos torneos donde compitió llevando el nombre de su Ensenada con orgullo. Que todo ande bien, ídolo.
