Las cosas de la política
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Las cosas de la política

TIJUANA, BC - domingo 8 de diciembre de 2013 - Gilberto LAVENANT.
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Palco de Prensa
Por : Gilberto LAVENANT
 
Los individuos, en general, adoptan actitudes sin un claro conocimiento o entendimiento de lo que hacen. En especial por cuanto hace a la política. Vale la pena comentarlo.
 
Muchos, dicen ser políticos, simplemente como una moda, porque consideran que les hace aparecer interesantes, inteligentes o interesados en la problemática social, aunque en realidad no sepan ni lo que es la política.
 
Muchos presumen ser políticos, simplemente porque se afiliaron a una organización política o se colocan un emblema partidista. El caso es que en las elecciones, ni siquiera emiten su voto. Simplemente desperdician o desdeñan ese derecho, para reunirse con los amigos a ver un partido de futbol.
 
Otros, presumen ser políticos, por pertenecer a un grupo político, en donde se habla de todo, menos de política. Cada día surgen nuevos grupos de este tipo, en los que la práctica política consiste en tomar café y decir chistes.   
 
También hay quienes se adhieren a algún grupo político, para matar el tiempo. Porque es ameno, conviven con otros de su misma camada y hasta tienen la oportunidad de simular que son componedores del mundo. Con una facilidad enorme hacen y deshacen.
 
En especial, en temporada de elecciones. Les resulte interesante el que los candidatos a algún puesto de elección popular, les soliciten la oportunidad de exponer sus proyectos, sus ideas o rollos, sus intenciones de “sacrificarse” en la función pública.
 
A cambio, se presumen importantes por exponer sus ideas personales o sus experiencias al candidato en turno. Básicamente les atrae, no precisamente conocer cómo se pretende solucionar la problemática social, sino la posibilidad de agarrar chamba en el gobierno.
 
Por cierto, el ocupar un cargo de elección popular o uno de designación, no convierte a nadie en político. Les anima la posibilidad de percibir altos sueldos, con mínimos esfuerzos. Generalmente, para ello no requieren de un perfil especial, sino más bien ser pariente, amigo o compadre del gobernante en turno. El esfuerzo máximo consiste en firmar la nómina.
 
De lo más especial, los presuntos políticos, sueñan con ostentar cargos públicos, porque al lograrlo, disfrutan el tener el poder público en sus manos, el andar rodeado de guaruras y el tener cientos de súbditos bajo su mando. Se sienten como de la realeza. Como si fuesen reyes o reinas, príncipes o princesas, duques o duquesas.
 
Creen que eso de gobernar, es sentarse en la silla principal de la entidad gubernamental y dar órdenes a diestra y siniestra, aunque no tengan fundamento, ni objetivos claros y precisos.
 
Desde ahí, pueden hacer favores a sus compas. Por ejemplo, otorgarles contratos de obras a fin de que estos se beneficien, o adquirir a altos precios, los productos que les ofrecen en venta, aunque no sean necesarios y además, porque casi siempre se “mochan” con ellos.
 
Curiosamente, es común que empresarios fracasados, metidos a la política, nunca serán exitosos en el gobierno, pero ellos presumen ser eficientes como gobernantes. Al concluir sus gestiones, sale a relucir que fueron un desastre.
 
Lo máximo de sus acciones de gobierno, se reduce y concreta a repartir despensas, cobijas o paquetes de materiales. Bueno, hasta los legisladores, en lugar de crear o actualizar leyes, su ingenio apenas si les alcanza para disfrazarse de “santo clos” en plena primavera.
 
Tales actitudes, van mucho más allá. En los partidos políticos, confunden dirigencia con liderazgo. Quienes son designados para presidir o dirigir algún partido político, son meros gerentillos de una empresa cualquiera. Como los gerentes de maquiladoras, que presumen ser flamantes empresarios.
 
Cuando requieren renovarlos, basta con que publiquen un aviso en el periódico, con la expresión : “Se busca gerente de partido” y las precisiones siguientes : “No se requiere experiencia previa, ni título profesional, ni don de mando, ni ser carismáticos. Simplemente deseos de hacer carrera política. Se garantizan magníficos ingresos”.
 
Bueno, también requisitos adicionales, como el tener una estructura osea flexible, propicia para agacharse al escuchar la voz y órdenes de los jerarcas superiores, el tener harta paciencia y capacidad de tolerancia, para que no pierdan la compostura ante los reclamos populares y mucha facilidad de palabra y mínima ética, para hacer promesas o decir mentiras cuando las circunstancias lo requieran.
 
Además, tienen la obligación de avalar o aplaudir, cualquier decisión o acción del jefe del ejecutivo, sea estatal o federal, por absurdas que sean, por nocivas que resulten para los gobernados. Siempre deberán tener argumentos para salir en su defensa, para tratar de justificar hasta lo más aberrante.
 
Los políticos, en su mayoría, son como los malabaristas de circo. Hacen piruetas, contorsiones, cuentan chistes, dicen albures, ríen aunque por dentro estén llorando, son todólogos, “expertos” en cualquier tema, capaces de descubrir supuestos puntos positivos en la más oscura penumbra y describen como genialidades los absurdos y yerros de los gobernantes en turno.   
 
Eso es gran parte de lo que ocurre en la política. Un mundo de fantasías, hipocresías y espejismos. Por eso estamos como estamos.
 
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