Un aprendiz de tirano
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Un aprendiz de tirano

MÉXICO, DF - sábado 12 de octubre de 2013 - lasillarota.com.
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Columnista de La Silla Rota JUAN ANTONIO LE CLERCQ
 
Fuera caretas. Para qué gobernar con los inconvenientes propios de un sistema democrático, cuando se tiene poderes dictatoriales al alcance de la mano. A diferencia de muchos líderes autocráticos que intentan ocultarse tras una pátina democrática, Nicolás Maduro al menos ha sido honesto, quiere ejercer el poder directamente y sin contrapesos, sin oposición que estorbe o moleste.  La democracia, aunque sea de fachada, representa a final de cuentas un mal innecesario cuando el objetivo superior, el fin trascendente de la nación, consiste en materializar la sublime visión del líder caído.
 
El pasado martes 8 de octubre, Maduro solicitó a la Asamblea Nacional poderes especiales durante un año, a través de la figura de Ley Habilitante, para gobernar sin el contrapeso del Congreso y legislar por decreto. Poderes que exige para enfrentar la corrupción y transformar la economía, pero especialmente, para que Venezuela pueda “traspasar la barrera de no retorno de la revolución” y “garantizar la irreversibilidad del camino al socialismo”.
 
Las reglas del juego político en Venezuela permiten imponer este tipo de bypass al poder legislativo. El cuarto párrafo del artículo 203 de la Constitución, establece la figura de poderes especiales temporales para el Presidente o Presidenta, porque esto también está prudentemente previsto ante cualquier prurito de corrección política que pudiera mostrar la oposición: “Son leyes habilitantes las sancionadas por la Asamblea Nacional por las tres quintas partes de sus integrantes, a fin de establecer las directrices, propósitos y marco de las materias que se delegan al Presidente o Presidenta de la República, con rango y valor de ley. Las leyes habilitantes deben fijar el plazo de su ejercicio”.
 
Aunque no por estar consagrados en una constitución, estos mecanismos de emergencia adquieren un carácter más democrático. De hecho, la suspensión temporal del poder legislativo y el otorgamiento de poderes absolutos temporales a un gobernante, sea este presidente o presidenta, es un mecanismo dictatorial contrario a los principios de las democracias contemporáneas y más propio de la Roma de Sila o Julio César.
 
Es cierto que en el pasado Hugo Chávez recurrió en cuatro ocasiones a una Ley Habilitante para gobernar, pero ésta es la primera ocasión en la que el heredero de la revolución bolivariana se afirma políticamente a través de la figura del dictador temporal. Por lo mismo y como era de esperar, los fieles de la revolución bolivariana han aplaudido y respaldado al Presidente (“¡Así, así, así es que se gobierna! ¡Así, así, así es que se gobierna! ¡Así, así, así es que se gobierna!”, claman las entusiastas voces bolivarianas en la Asamblea Nacional). Mientras que la oposición encabezada por Henrique Capriles rechaza la necesidad de esta medida y acusa al gobierno de ocultar la gravedad de la situación económica y social que atraviesa Venezuela en la era posChávez.  
 
A través de Maduro, el régimen llama a una ofensiva nacional, porque la “revolución debe ir a la vanguardia de la nueva ética, o estamos en la vanguardia o no estamos en nada”. Una nueva ética, una reinvención de la política y de la cultura, una “revolución dentro de la revolución”, entendidos estos “como un revolcón profundo, ético y moral que necesita la patria para tomar con fuerza su proyecto histórico y hacerlo realidad”. Revolcón que por necesidad histórica, divina o chavista, requiere de la marca bolivariana.
 
Así entiende su misión trascendental Nicolás Maduro: “desde que asumí la responsabilidad que me encomendó el comandante supremo Hugo Chávez, ustedes saben, yo no soy ningún arribista, no soy ningún vanidoso, no pertenezco a ningún grupo de poder económico, nada más es lo hecho, soy un hombre de a pie, de la calle, luchador social, trabajador, con virtudes y con defectos, como todos, que la historia nos llevó por este camino de aprendizaje, de lucha, jamás pensé, nunca jamás en mi vida que iba a estar aquí con esta banda sagrada que rescató nuestro Presidente para nuestro pueblo y que yo la guardo y la cuido porque al día se la entregaré a otro bolivariano, a otro revolucionario, a otra revolucionaria algún día, tengan la seguridad que será así”.
 
La lucha contra la corrupción, el revolcón moral bolivariano, exige poderes especiales para el Presidente: “es un instrumento absolutamente necesario para salir de lo que no vacilo en llamar un auténtico tremedal”. La salud pública quebrantada lo requiere: “Sólo con una intolerancia radical y una línea de conducta brutal para ampliar las expresiones de Rigoberto (Lanz), podremos extirpar el cáncer de la corrupción de la vida pública venezolana (…) La esperanza popular lo demanda: “necesitamos de una solidaridad revolucionaria, que nos permita actuar sin dilación para impedir que los corruptos de todo pelaje sigan desangrando la Patria. Si queremos estar a la altura de este compromiso, es necesario rescatar el "Látigo de Chávez" para castigar la corrupción y la ineficiencia, reduciendo la impunidad hasta derrotarla y desaparecerla. Se trata, como pensaba Bolívar, de vencer por el camino de la Revolución, y no por otro, haciéndole una guerra sin cuartel a todos estos lastres que representan una tremenda amenaza para la República y para la pervivencia de la propia Revolución Bolivariana.”
 
La amenaza es clara y está identificada: la “derecha fascista” que ha “decretado y desatado” una “guerra económica”; la “parásita e importadora burguesía criolla” que consume, especula y se ha apropiado de la renta petrolera; los medios de información en los que “domina la mentira y se devalúa la verdad”. Ante ellos corresponde al pueblo “ejercer la función acusadora”, a través de “la contraloría social que no debe tener cortapisas, complicaciones, limitantes, ni frenos de ningún tipo, vamos a liberar, a activar las fuerzas de la contraloría social de un pueblo que quiere vivir en una nueva ética ciudadana, republicana socialista”.  ¿Soy yo o se invocan tribunales populares o juicios sumarios en un régimen supuestamente democrático?
 
A todos los enemigos del Estado, del proyecto socialista y el legado de Chávez,  Maduro, convertido en voz de un nuevo Comité de Salud Pública, les dice: “Quienes nos sentimos y nos llamamos bolivarianos del siglo XXI, patriotas auténticos, es decir, chavistas, debemos hacer nuestras estas palabras y tomarlas como un voto en el sentido más genuinamente religioso del término: ¡Mandemos al cipote, todas y todos, las ambiciones personales y materiales inoculadas por la sociedades acomplejadas de clase!”.
 
Cipote, que por cierto, el diccionario define desde porra y cachiporra, hasta pene o miembro viril”. Vaya usted a saber qué ha entendido Maduro por “Cipote” (ahora que también lee y cita a Derrida), a partir de las escrituras del evangelio chavista o gracias al pajarito médium que le expresa la voluntad del caudillo. Lo que es indudable es que esto es una amenaza: “A propósito, aquel gran teórico político, que fue Nicolás Maquiavelo —lo han escuchado ¿verdad?— decía: "un miembro gangrenado no se cura con agua de la banda, se corta". Un poco radical ¿verdad?”
 
La preocupación de la oposición está plenamente justificada. El delirante discurso del presidente venezolano, pero no por eso menos escalofriante, acerca el imaginario político bolivariano al lenguaje propio de un sistema totalitario. La revolución bolivariana pasa a la ofensiva, desesperada por su propia incompetencia. El enemigo ha sido identificado y requiere ser extirpado del cuerpo enfermo de la nación. ¿Quién es el enemigo? El que determinen las necesidades o el delirio de la revolución bolivariana.
 
Las intenciones de Maduro son transparentes a pesar de su insufrible discurso. La comunidad internacional es estúpida si no entiende que un fantasma recorre Venezuela y que es la amenaza de una noche de cuchillos largos.
 
Twitter: @ja_leclercq 
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