Extremismo y reto al poder público
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Extremismo y reto al poder público

TIJUANA, BC - miércoles 11 de septiembre de 2013 - Juan Manuel Salazar Pimentel.
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Juan Manuel Salazar Pimentel
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Estuve en la capital a fines del pasado agosto; mis compañeros y yo esquivamos con éxito las dificultades que nosofrecieron los maestros que en esos días ya desplegaban sus acciones,hoy tan conocidas.  Me di el tiempo para escuchar el mensaje y los planteamientos de los manifestantes cuando se plantaron frente a la sede del Senado de la República, sobre el Paseo de La Reforma.  Sin embargo, lo que oí, por ser tan frívolo, me lleva a catalogarles sólo como revoltosos, y no como manifestantes genuinos que a partir de una idea de razón, reclamaran un derecho que la autoridad les negase sin causa  legal.
 
La conducta de tales maestros y sus actos de disturbio, me dieron la ocasión para hacer comparaciones, de las que no sale bien librado ese grupo de rijosos, que tanto daño causan a los demás ciudadanos.
 
Es un orgullo ser mexicano; pero, más orgullo es ser y sentirse de Baja California, tierra bendita donde nuestros padres tuvieron que trabajar duro y sin descanso para sacar los frutos de su árido suelo.  Habiendo sido la naturaleza no precisamente dadivosa con este jirón de México, la imaginación de nuestra gente vive el desafío de ser más pródigayfecunda.
 
Trátese de bienes materiales o de derechos inmateriales, todo cuanto aquí los bajacalifornianos disfrutamos, es producto del esfuerzo y del trabajo más constante y tenaz.  Para gozar de libertad; para vivir en democracia, para reunirnos públicamente; para que nuestro voto tuviera la virtud de sumarse y contar; para evitar la imposición de gobernantes; para tener el gobierno que la mayoría eligiera, el pueblo de Baja California hubo de pasar muchas y muy dolorosas vicisitudes: falsificación de padrón, burla electoral, robo de votos, alteración de actas y resultados, persecución, abusos, golpes, torturas, encarcelamiento, enjuiciamientos ilegales; y hasta hubo quienes perdieron la vida.  En distintas épocas de la historia de nuestro Estado, fue claro que las autoridades locales ejercieron el poder público sublevándose contra la Constitución, y hasta suprimiendo garantías individuales.
 
Pero, Baja California tuvo la fortuna de saber y de valorar que para combatir la ilegalidad y el uso abusivo del poder público, lo más cuerdo y razonable era parapetarse en la legalidad, porque sólo así podría encaminarse al fin propuesto de alcanzar la democracia como una forma de vida y convivencia; de cumplir el anhelo de gozar una Patria ordenada y generosa, donde fuera realidad el imperio de la ley.
 
Por más que fueran los abusos del poder, por mayores que fueran las injusticias impuestas por los gobernantes a la población, nunca jamás este pueblo incurrió en actos que causaran daño a otra parte del pueblo.  Para exigir el respeto a sus derechos políticos, nuestro pueblo  nunca jamás destruyó los bienes de sus paisanos, ni se lanzó contra los bienes públicos.  Usamos las calles y hasta las carreteras para propagar nuestras ideas y para hacer resonar pacíficamente nuestras justas demandas; pero, nunca jamás, para impedir las comunicaciones y el tránsito de nadie.
 
A Baja California, y a la gente de sus municipios, no le importó que una y otra vez el gobierno pisoteara su voluntad y que elección tras elección le negara el derecho de gobernarse a sí misma; por el contrario, porfiando en sus anhelos, despuesito de cada fraude electoral, la gente se preparaba para la próxima cita, de nuevo en las urnas de la siguiente elección.
 
Por cierto, esa población que esforzadamente luchó en Baja California para ser dueña de su destino, se conformaba, igual  que hoy, de gente de todos los niveles sociales, culturales y económicos; entre ellos había personas preparadas y sin instrucción; con oficio, o con profesión; jóvenes y adultos de todas las edades; mujeres; madres amas de casa y trabajadoras; hombres, padres de familia; empresarios, industriales y comerciantes, estudiosos, catedráticos, etc., etc.  
 
No era pues, un grupo que pudiera ser identificado por una misma y más o menos uniforme preparación académica; ni por un mismo tipo de actividad; ni por depender de un mismo patrón; ni por tener asegurado un ingreso que les permitiera un modo decoroso de vida, o un mismo sistema de ahorro para el retiro.
 
En cambio, la nota común a nuestros luchadores bajacalifornianos, fue siempre el anhelo de ser libres y de vivir en paz.
 
La frivolidad del discurso de los maestros que se amotinan en la capital mexicana, nada tiene que ver con la justa manifestación de las ideas y, mucho menos, con el reclamo genuino de un derecho que nadie les ha burlado.  El extremismo de sus actos revela la pretensión de retar al poder público, de convocarlo al uso de la fuerza para señalarlo como un régimen opresor, obteniendo a posteriori la justificación a su irrazonable rebelión.
 
La anacronía del movimiento de los maestros de la CNTE, parece ignorar que México está viviendo una increíble revolución, abundante de cambios que están modificando la estructura legal que lo cimenta.  Ese movimiento que perturba a los capitalinos y al resto del país, no encuentra acomodo en esta época de cambios, más bien parece una triste estampa de tiempos viejos y doloridos.
 
Esos rebeldes maestros podrían aprender de la historia del pueblo de Baja California, que para luchar por un derecho hay que parapetarse en la legalidad y respetar el derecho de los demás,como siempre lo dijo Salvador Rosas Magallón.  Nadie podrá encontrar una forma mejor para honrar sus justos anhelos.
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