Por: Marco Antonio Samaniego

TIJUANA BC 23 DE JULIO DE 2021.- El pasado lunes, la información apareció a nivel nacional. Tijuana es la ciudad con mayor cantidad de muertes violentas. En el caso de que tenga algún lector más o menos asiduo, se habrá dado cuenta de que es un tema recurrente en este espacio. José Rafael Ojeda Durán, titular de la Secretaría de Marina (SEMAR), indicó con cifras oficiales lo que ya sabíamos y que desde hace varios años se repite con insistencia: Tijuana es la ciudad con mayor numero de asesinatos. 

En los días siguientes, han aparecido algunos proyectos para reducir la tragedia a la que acudimos con tanta frecuencia que para la ciudadanía parece ser normal. En las notas de los informativos se nos muestra una ciudad en crisis que se ha acostumbrado a ser un escenario de violencia cotidiana. Diez muertos el domingo pasado, dos cabezas en una colonia, tres cuerpos en otra. Y la emergencia no aparece como tal. Son notas que dan información de cada crimen como si fueran temas aislados cuando, las cifras deben de hacer pensar que algo muy grave pasa en muchos espacios privados y públicos. 

Vincular el complejo asunto con lo electoral es clave para los dos temas. ¿Por qué estas cifras no inciden en la producción de sentido de tal forma que influya en el voto? ¿porque no aparece una oposición critica que capitalice y proponga ante los nulos resultados? ¿porque parece haber una disociación entre el poder político y el matadero que es Tijuana? ¿Qué memoria existe de los gobiernos anteriores que permite que los actuales se reelijan sin que existan cuestionamientos de fondo, articulados y consecuentes con políticas públicas asequibles? 

El anuncio del gobierno federal parece indicar que estará articulado con acciones en el corto plazo. López Obrador ha dicho que, si la seguridad fracasa, entonces la 4t será sólo un membrete sin contenido ni trascendencia.  Esto lleva a pensar que la actitud del abrazo va a cambiar y sobre todo, que los abrazos no serán en los funerales, sino por el gusto de ver vivas a las personas que estimamos. 

Si el plan incluye investigación, estrategia y coordinación, - cuando menos - podrán presentarse resultados. Si es con la idea de mostrar power points en los que las cifras se vean con números maquillados, pues seguiremos como estamos y los rostros de las personas seguirán sin aparecer. Aquí apuntamos hace varias semanas, los nombres y los rostros de amigos y familiares representan la deuda, es decir, la prueba que el crimen se cometió por razones específicas y que la inseguridad tiene condiciones de posibilidad. 

Dar cifras y números cosifica la tragedia. Parece que es un índice de precios o una línea de las temperaturas a lo largo de un mes. Colocar eventos específicos tiene el riesgo de que victima o revictimiza a los implicados. Pero abordar el problema con seriedad ante la tragedia permite el aprendizaje, ir más allá del “en que andaría metido”, “son bandas que se están matando entre ellos”, “es lo que pasa en las calles a ciertas horas”. 

Esas respuestas se han vuelto tan comunes y vacías de contenido que no solucionan nada y sólo dan cotidianidad a la tragedia. Las preguntas sobre los perfiles, las actividades, los espacios y las acciones específicas, son una línea de posibilidad para crear una idea de que se avanza en términos de conocer la logística de quienes deciden actuar en contra de la vida y de la integridad de otras personas. ¿Es en zonas de pobreza? ¿Hubo actividad de inteligencia en esas áreas? ¿Si no la hubo, porque no se le dio prioridad? ¿Cuáles son las áreas donde el tema se acentúa? ¿Si es en áreas donde no hay extrema pobreza, qué significa? ¿Dónde es por trafico de drogas y dónde no? ¿Si se conoce que existen bandas o grupos, cómo se están desarticulando? ¿Trabajan en la impunidad? ¿Qué funcionarios lo han permitido y por qué? ¿Hay colusión o miedo?

Tengo muchas otras, pero todo indica que será necesario que el gobierno federal las responda, en el caso de que suceda y no sea un anuncio sin implicaciones con políticas públicas. 

Las cifras deben decir algo sobre acciones específicas. Un mero recuento ya lo tuvimos con Calderón, pero además de saber que el país era un camposanto, no hubo avances sustanciales ni políticas públicas consecuentes. De lo contrario, no estaríamos en la tragedia en que nos encontramos.  Y si López Obrador quiere dejar huella, en este ámbito, sí está obligado jurídica y moralmente a actuar porque, cuando pasen los años, va a ver su nombre junto a Calderón, unido por una historia plagada de cruces, dándose un abrazo fraterno, recibiendo el mensaje del haiga sido como haiga sido (sic). Que no se diga que no son lo mismo. Que se demuestre. 

Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.