Por: Marco Antonio Samaniego*
TIJUANA BC 5 D EJUNIO DE 2020.'El asesinato artero de un estadounidense, George Floyd, debido al excesivo uso de la fuerza por parte de la policía de Minneapolis, Minnesota, es un acontecimiento que ha colocado a los ojos de todo el mundo a Estados Unidos.
Luego de conocerse las imágenes han salido miles personas, sobre todo jóvenes, a marchar en protesta por la forma en que se generó la muerte de George Floyd. El símbolo de las marchas, son las últimas palabras que pudo pronunciar el mencionado: I Can´t Breathe. Palabras que, en los videos, suenan con particular angustia, producto de los casi nueve minutos que el policía tuvo la rodilla, con todo su peso, sobre el cuello de Floyd. La población de raza negra – como se menciona en los medios – se ha identificado con el caso porque ven en lo sucedido, la posibilidad de ser ellos quienes pueden estar bajo la rodilla del policía- asesino: Derek Chauvin. Ambos nombres, Floyd- Chavin, se convertirán sin duda en una referencia común en los próximos años, como un caso que dejó huella en el vecino del norte.
Por supuesto, Trump, en su ideal de ley y orden, amenazó con que las tropas estadounidenses salgan a imponer lo que considera que es la calma. Mandó a policías y guardia nacional a confrontar a los que pacíficamente protestaban en Washington y salió a tomarse una foto enfrente de un templo cristiano cercano a la casa blanca. No sé qué sentido tenía el acto, pero las críticas han sido fuertes a un presidente que no tiene capacidad para comprender el proceso al cual debe responder.
La historia de acusaciones de uso de fuerza excesiva en contra de la población negra es numerosa en Estados Unidos. En épocas recientes, el caso de Rodney King, se volvió icónico en 1991. La golpiza que recibió, grabada por un video casero, apareció en los noticieros de numerosos países. Los policías dieron numerosos golpes con sus macanas al chofer de taxi, quien al parecer había consumido algunas drogas. La imagen impacto a la población de raza negra. La ciudad de Los Ángeles, en abril de 1992, literalmente, ardió en llamas cuando los cuatro policías acusados fueron exonerados. Durante seis días, la guardia nacional, la policía y el presidente George Bush, insistieron en que se regresaría a la normalidad. En la ciudad se impuso toque de queda para controlar la situación. Un año después, en un nuevo juicio, dos policías fueron condenados y los otros dos exonerados nuevamente.
La relación de personas de raza negra asesinados o que han padecido violencia policial es muy larga. Durante el siglo XIX y varias décadas del XX, ahorcar o quemar a personas de raza negra se tornó común en algunos estados, sobre todo los del sur, herederos de la tradición esclavista. El Ku Kux Klan, apoyado en los presidentes de las primeras décadas del siglo XX – sobre todo de Woodrow Wilson – tuvo sus años de mayor impunidad. Los disturbios se tornaron una forma de protesta desde 1919, cuando en ciudades como Chicago, Los Ángeles o Nueva York, empezaron a concentrar mayor población afrodescendiente. Una historia larga, dolorosa, cargada de emociones que nos describen una condición que reaparece a pesar de los esfuerzos. Una marca vergonzosa que no termina por ser asunto del pasado.
Bajo ese contexto – en medio de la pandemia - el miércoles 2 de junio, apareció un video en el que, un joven albañil, es golpeado por la policía, en el estado de Jalisco. El suceso fue hace un mes, pero el video empezó a circular apenas ayer. Hoy, jueves 3 de junio, las protestas se han iniciado en nuestro país, tanto por las redes sociales como en manifestaciones públicas. La ciudad de Guadalajara ha centrado la atención que reclama la muerte de Giovanni López, mexicano de 30 años que, por lo pronto, parece – y remarcamos en este momento el parece - haber sido detenido y golpeado por no traer cubrebocas.
El contexto de Giovanni es diferente al de Floyd, pero el resultado por desgracia es el mismo: muertes que se pudieron evitar si los encargados de aplicar la ley tuvieran mayor criterio. En los dos casos, era posible que la narrativa fuera distinta y no tuviera la menor repercusión, pero dados los excesos, se han gestado protestas cuyo marco de referencia son las redes sociales y la petición de justicia. La historia de Giovanni ha importado a los mexicanos y la autoridad, tanto local como nacional, tendrá que repensar la forma en que se capacita a quienes tienen la difícil tarea de cumplir la ley. Ahí es donde empieza el Estado, con el policía de la calle. Es donde los discursos se vienen abajo o se justifican. No es suficiente que Trump diga que el ama a las personas de un origen racial distinto al suyo. Tampoco que López Obrador nos demuestre que él no es corrupto.
Yo le creo que no lo es, pero lo evidente es que eso no es suficiente para garantizar la vida de quienes gobierna.
Esperemos que los culpables directos, un mes después de los hechos – lo que es un problema en sí mismo – tengan el debido proceso. Lo que es claro, es que, en estos momentos de tensión debido a la pandemia, nos indican que muchos temas de la ¨normalidad¨ tienen problemas de fondo y que en este contexto se manifiestan de la manera más cruda. Cuando salgamos de esta condición, el futuro tiene que ser pensado de formas institucionales más sólidas, si no, viviremos eternamente entre pandemias.
* Marco Antonio Samaniego López. Doctor en historia por el Colegio de México.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor
