MICHOACÁN 12 DE FEBRERO DE 2014 (lasillarota.com).- Parecía una tarde de sábado apacible en la plaza central de Morelia. Los transeúntes y turistas que deambulaban el pasado 25 de enero, de pronto se vieron sorprendidos por un grupo de chicos entre 15 y 18 años, que realizaron una protesta pacífica, pero inusual, y lograron llamar la atención sobre lo que dicen, ocurre en la vida diaria de los michoacanos.
Con un altavoz Zirahuen Equihua, un estudiante del conservatorio de Uruapan de 18 años de edad, arengaba a los transeúntes para que tomaran conciencia de lo que ocurre en el estado. En cada alto del semáforo, los jóvenes con el torso desnudo, y las chicas con la espalda descubierta, se pintaron cada una de las nueve letras entre signos de interrogación que conforman la palabra seguridad.
“Es una reacción ciudadana de los jóvenes porque no estamos de acuerdo con la situación actual de violencia que vive nuestro estado”, decía Equihua en la explanada de la plaza central de Morelia.
Cada tres minutos, lapso que duraba encendido el verde del semáforo para que circularan los autos, los chicos dejaban los carriles centrales de una de las céntricas avenidas de Morelia para plantarse en el jardín junto a catedral. En el alto del semáforo, corrían y formados en fila se colocaban de tal forma que se leía en sus espaldas la palabra seguridad.
Karina Ruiz, una chica de 15 años de edad que recién comenzó a estudiar la preparatoria, decía que el problema afecta también a los más pequeños con problemas de salud cuyas familias tienen necesidad de trasladarse de sus comunidades a la capital del estado.
“Es un pan de cada día, la verdad, escuchar acerca de la violencia, tengo conocidos en Coalcomán, es un niño, un bebé, tiene problemas de epilepsia, y lo tienen que trasladar hasta acá a Morelia, para sus citas, en varias ocasiones tuvo que perder sus citas, porque no había paso, porque no podían salir, las farmacias no tenían medicamentos que necesitaba, entonces te das cuenta que hay
necesidad de paz, así como hay necesidad de alimento hay necesidad de paz”.
Misma edad, otro entorno
No es algo común que los chicos más jóvenes, algunos aún en la adolescencia, salgan un sábado por la tarde a plantarse en la plaza central de la capital michoacana. Otros de su edad, a menos de dos horas de ahí, en la Tierra Caliente michoacana, se juegan la vida en las barricadas, algunos como parte de una cotidianeidad que dio un giro de 180 grados en sus comunidades hace pocas semanas ante la toma del control de la seguridad por parte de los grupos de autodefensa.
Ellos ponen su parte en el día a día. Y saben que su rostro podría ser identificado por los cientos de testaferros de la delincuencia organizada, por lo que prefieren como Gerardo, ocultarlo para compartir un momento. Dice que es de Nueva Italia, en el municipio de Múgica, donde nació hace 20 años. Sus amigos de la secundaria, cuatro de los más cercanos, fallecieron asesinados por los Templarios en diferentes momentos, en los últimos años. Algunos porque sus familias tenían rencillas con pistoleros, otros porque se negaron a colaborar en extorsiones, y uno que nunca les tuvo miedo y un día le dispararon desde un auto en marcha a las afueras de su domicilio. Ahora parece que la situación puede cambiar.
“Ya nos sentimos mas seguros, ahora ya se puede caminar, ya se puede andar, antes ni eso, había que estar cuidándose y esto era una matazón. Por todos lados mataban, destazaban, decapitaban gente. Era un cuento de nunca acabar. Viera visto cómo los conocidos y los amigos de repente que amanecía uno muerto por aquí y que a otro lo mataron por allá. Por eso estuvo bien que entraran las autodefensas, yo me les uní porque si estoy de acuerdo y los apoyo”, señala.
Gerardo está en un reten de los autodefensas a la entrada de Nueva Italia, en un lugar que se conoce como Cuatro Caminos, el lugar donde se divide la carretera que va a Apatzingán, Ario de Rosales, el puerto de Lázaro Cárdenas y el centro de Nueva Italia.
En la plaza de Nueva Italia, en el municipio calentano de Múgica, la vida parece que vuelve a la normalidad. Los negocios están abiertos, la gente se detiene a platicar, se puede ver a hombres mayores y niños caminar y jugar en los jardines. Aunque algunos comerciantes no dejaron de ocultar su temor en la plática. No dicen mucho cuando se les pregunta sobre las condiciones de seguridad del lugar, sobre el día a día y la vida cotidiana desde que los autodefensas se hicieron con el control del poblado hace poco más de un mes. El temor se percibe, algo flota en el ambiente que para los más pequeños se traduce en recuperar su vida cotidiana.
Leonardo es un chico de 13 años que estudia el primer año de secundaria. En medio del conflicto su escuela ha suspendido clases infinidad de ocasiones, por lo que dice ha tenido que buscar trabajo arreando vacas y cortando pastizal para ganarse unos pesos. En los últimos días de enero Leonardo es uno de los jóvenes encargados de revisar vehículos en el puesto de control que los autodefensas instalaron en el crucero de Cuatro Caminos.
“Ahora si ya se puede salir a jugar, jugamos futbol en la noche con mis amigos, antes ni eso, estaba muy peligroso, por todos lados había balazos y no nos dejaban. Ahora ya con mis amigos andamos volviendo a jugar futbol, a mi me gusta mucho por eso”, comenta.
Lo que vale el silencio
Ser comerciante en la Tierra Caliente de Michoacán es saber quedarse callado cuando se percibe en los alrededores miradas indiscretas.
Como ocurre en la plaza del poblado de Santa Ana, en el municipio de Pinzándaro, a escasos 25 minutos por carretera de Apatzingán. Aquí los Templarios no sólo extorsionaban o asesinaban a quien se les antojara, dice un comerciante que se negó a ser citado por su nombre por temor a represalias. Si no que se llevaban lo que les gustara, desde mujeres, autos o caballos. No faltaba que mataron a uno por aquí, que mataron a otro por acá.
Lo mismo que este hombre de alrededor de 45 años decía, lo corroboraron un par de mujeres que atendían una tortilladora. En una plática en corto sin grabadora de por medio, comentaban que la economía no se recupera, nadie quiere comprar. Esto no se compone pese a la presencia policial. Aun así la expectativa de que los bolsillos muestren una mejora se mantiene.
Abraham Farías Martínez es un hombre de 74 años de edad que vive de cortar limón en las huertas que comunican las tierras de Pinzándaro con Buena Vista, donde la temperatura promedio es de 40 grados empezando febrero. Dice que no es fácil para un hombre de su edad encontrar trabajo que no sea en el campo. Por su memoria pasaban imágenes de lo que ha sido esta región en los últimos años.
“Había veces que tardaba uno para poder salir, se andaban matando por todos lados, y uno sin deberla ni temerla hasta le andaba tocando. No sabe lo que se le sufrió por aquí, ahorita afortunadamente ya tiene rato que se aplacaron, como que esto se quiere componer. Pero lo demás está duro, aquí si no es de cortar limón ¿de qué va a vivir uno? No hay trabajo, es lo único que nos queda. Ojalá esto mejore pues”, señala.
En la vida cotidiana de los michoacanos el temor, la reserva, el escepticismo, pareciera decir que no todo está en aparente calma.