Por Manuel Villegas
TIJUANA BC 24 DE DICIEMBRE DE 2025 (AFN).- Recuerdo que hubo una vez un balón de futbol. Amaneció bajo una cama en una Navidad, y jamás salió de su red.
Un niño cumplió sus 11 esa Nochebuena y como regalos, navideño y por cumpleaños, Santa Clós -eso le dijeron- le trajo un balón dentro de una red de hilo plástico rojo, además de una caja con 24 colores de lápiz.
Fue un regalazo el balón. Tenía cámara de látex, buena circunferencia, carcasa dura con pentágonos blancos y negros cosidos a máquina. Daban ganas de patearlo.
Y vi que fue enorme, la alegría del niño, y que lo compartió con su hermano mayor, quien recibió de regalo una máquina extintora de bomberos del tamaño de una sandía.
Y ái andaban los dos, trotando y riendo. Ya daban brincos, ya golpeaban la pelota con brazos y rodillas, con cabeza y pies; ya rodeaban el balón con la bombera, saltaban y reían por la sala, por el patio, por las proximidades del Barrio El Control.
Pero aquel esférico nomás no tocaba el suelo. En todo el santo día, el chamaco no lo sacó de su sacrosanta red. Un tejido de hilos de plástico rojo lo protegían, y servía también para colgarlo de los mangos y ciruelos del patio.
- "Ese baloncito, sáquenlo, disfrútenlo", recomendó el padre al anochecer. "Jueguen como el Pelé", insistió.
- "Le dije, pero mi hermano no quiere y pues no. La pelota es suya", respondió el mayor.
- "No quiero. No me importa el Pelé", dijo el festejado, muino por la insistencia.
- "A cenar", interrumpió la mamá.
Y el balón pues durmió en su roja red, colgado de la pared. Y lo mismo al día siguiente. Y así hasta el Año Nuevo.
Iniciaron las clases en enero y el niño llevó los colores el primer día. Por insistencia de la maestra, todo mundo en el salón se enteró de qué le amaneció en Navidad a todo mundo. Y aunque nadie hizo caso a sus coloridos dibujos -arbolitos y animales-, cuando él mencionó al balón futbolero, los ánimos se caldearon.
"¡Tráelo pa'verlo!". "Tráelo para jugar", le decían. "Presta, pa'la orquesta", se escuchó a alguien en la última fila. Pero el niño se negaba. Rotundamente. Sabía que a esas alturas ya pocos de sus compañeros tenían intactos sus regalos navideños. No quería que lo fueran a dañar, decía.
Un viernes llegó a clases con el deportivo juguete, sin avisar. A pesar de las insistencias, aquel balón permaneció en su red.
"No voy a sacarlo. Lo traje sólo para que lo vieran", afirmó ante la clase.
"¿Pero porqué no?". "Un balón es para patearlo". "¿Porqué no lo sacas?". "Qué mula" -le decían.
Tuvo que intervenir la maestra en defensa de tal decisión, y de forma salomónica. "No quiere, y ya", dijo la buena mujer.
De ahí en adelante, nadie volvió a insistir. Y aquel balón ya era famoso entre los alumnos de Quinto Grado A de la primaria Zapata.
El prietito del arroz -como dicen por ahí- se acercó una tarde, cuando el niño pateaba el balón en la calle, frente a un kínder. Un puberto delgado, a quien conocían como "Roba Pollos" en toda la comarca, y quién sabe porqué, pidió prestada la pelota para patearla tantito. El inocente niño la pasó y éste de inmediato intentó romper la red.
"Así no sirve", le dijo, mientras hacía presión para romper la telaraña roja de plástico. "¿Ves un clavo por ahí?.. ¿un vidrio?", espetó.
Entonces, llegó el padre del pequeño. La historia siguió el rumbo trazado.
Después de ese único susto, el balón de Navidad sólo se utilizó para jugar en el patio y frente a la casa familiar. Terminó seco muchos años después, dentro de su roja red desteñida de tanto sol, colgado en un árbol de naranjas.
Al crecer, cuando alguien pregunta porqué mantuvo atrapado el regalo navideño y no jugó como cualquier niño de su edad, el adulto contesta: "Así lo quise. Fue así mi deseo". Y no da más explicación.
Fuertes son los pensamientos, los deseos humanos, y más si son navideños. Algunos jamás salen de su red.
Para muestra, el niño y aquel balón.
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