Escapando de los verdugos
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Escapando de los verdugos

TIJUANA, BC - miércoles 31 de julio de 2013 - Juan Manuel Salazar Pimentel.
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Es un recuerdo que he conservado por años, sólo que jamás había reflexionado acerca de las implicaciones del hecho que voy a relatar.

Mi madre fue una muy excelente conductora; manejaba hábilmente su automóvil; en cambio, mi padre nunca aprendió a conducir y, por eso, ella la hizo siempre de su chofer.

Un día por la mañana, ella conducía su gran Oldsmobil negro, y a bordo viajábamos mi papá y todos sus hijos, que para entonces sólo éramos cuatro, aunque el quinto lo llevaba en el vientre, y nacería unos meses después.  Era todo un espectáculo ver como mamá manipulaba el gran volante de aquella mole, que le rozaba la gran panza en la que se guardaba el siguiente miembro de nuestra dinastía.

Aunque era domingo, la travesía no era precisamente de esparcimiento; pero creo que, como niños, de todos modos nos divertíamos en el auto.

Fue el domingo 2 de agosto de 1959.  Mi papá, Juan Salazar Ponce, era el candidato a segundo regidor en la planilla de munícipes que para Tijuana postuló entonces Acción Nacional.  Seguramente, el Partido le encomendó a él la tarea de recorrer algunas casillas para constatar su funcionamiento y también para animar a los representantes del blanquiazul.  Así que el día de las elecciones, desde temprano, la señora Catalina subió a los chiquillos a su gran carromato negro, y se puso de chofer del candidato, al que llevó a recorrer su ruta asignada.

Del recorrido que él cumplió, recuerdo tan sólo lo que sucedió frente a la escuela Venustiano Carranza de la colonia libertad,¿acaso ya tenía ese nombre en aquellos días?  Allí, frente a la escuela, en la esquina de la calle 8 y la avenida Aquiles Serdán, se hallaba instalada una casilla, ante la cual mi madre detuvo la marcha de su auto, y mi padre bajó para hacer su tarea.  Mientras él veía el funcionamiento de la casilla, y hablaba con los representantes panistas, repentinamente apareció un vehículo militar repleto de soldados armados; la intención de estos militares era detener al candidato, pues esa fue la orden que recibieron de sus superiores que dispusieron que fuesen aprehendidos todos los candidatos de Acción Nacional.

Mi madre, que además de chafirete, también vigilaba el escenario, al advertir que el carro de los soldados se acercaba, alertó a mi padre urgiéndole a voces que volviera al carro, para ponerse a salvo.  Mi padre de súbito interrumpió su labor y volvió al auto apresuradamente, y en el momento se inició una acelerada persecución de la que escapamos, ante todo, por la destreza de doña Catalina –no obstante su embarazo- como conductora de su auto, que ciertamente tenía un motor potente y estaba en buenas condiciones, suficientes para correr a toda máquina por aquellas calles tan accidentadas y sin pavimento, que eran lo de toda Tijuana, en ese tiempo.

Los soldados no pudieron alcanzarnos; tenían la orden de detener a los candidatos de Acción Nacional y de encerrarlos; dieron una y mil muestras de su desconsideración con todas las gentes que apresaban.  Si nos hubieran alcanzado, mis padres habrían quedado encerrados, pero: ¿qué habrían hecho los militares con los cuatro niños a los que dejarían sin sus padres, y de hecho en la orfandad, por lo menos mientras el encierro durara?

Nunca lo había pensado; pero la habilidad de mi madre impidió que cayésemos en las garras de aquellos verdugos.

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