La oposición política en México, un mito moderno
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La oposición política en México, un mito moderno

Ciudad de México - miércoles 3 de diciembre de 2025 - Hugo Alfredo Hinojosa.
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Por: Hugo Alfredo Hinojosa

CIUDAD DE MÉXICO 3 DE DICIEMBRE  DE 2025.- Hace algunos años, después de haber participado en un proyecto político en el norte de México, comenté que me desilusionaba la falta de compromiso que se tiene, en el ejercicio del poder, para cumplir los acuerdos hechos durante los procesos electorales. Mi interlocutor de aquel momento me observó con asombro y, hasta la fecha, su respuesta sigue siendo una lección que no dejo de revalorar: «Pienso que eres la única persona que se ofende porque no se cumplen los acuerdos políticos, que son para románticos estúpidos». En mi infinita inocencia, guardé silencio.

Es una gran lección que, sin embargo, millones de mexicanos deberíamos revalorar. Si hoy recuerdo a Alexander Hamilton, reitero que no es la tiranía (sin acuerdos reales) lo que deseamos, sino un gobierno federal justo y limitado. No obstante, el poder absoluto no conoce limitantes. 

Así, a raíz de la llegada del proyecto político de Morena al poder en su máxima expresión, he escuchado y analizado con detenimiento las acciones y estrategias que ha tomado la llamada “oposición” en el país. En principio, se cuestiona la existencia misma del contrapunto político, que se antoja frágil; y sí, la oposición es para mí un mito: es real discursivamente, pero no corroborable en su amplitud. El último intento de resurgimiento de una iniciativa política lo llevó a cabo el Partido Acción Nacional, un esfuerzo urgente (supongo) ante el declive de sus seguidores, pero con una ejecución por demás fallida. En principio, debemos entender que dicho partido, de cara al siglo XXI, sintió la necesidad de adaptarse o morir, aunque algunos de sus lances, apartados de sus principios, suenan más a ocurrencias.

Por su parte, el Partido Revolucionario Institucional se mantiene en su misma lógica combativa, cada vez más mermada a lo largo y ancho del país. La realidad es sencilla: la oposición no logra encontrar la forma de contender por la narrativa misma del poder, pero tampoco, en los últimos siete años, ha modificado su lógica de acción, discursiva y de visión. Ambos partidos políticos (sin incluir a los partidos comparsa) son limitados en su percepción o, ¿por qué no declararlo?, acomodaticios al momento histórico, porque se vale decirlo: ser oposición en un sentido amplio implica mayores posibilidades de ser relegado, alienado y perseguido.

El grueso de los políticos que suceden a Morena y que lograron asirse del poder (ya sea como munícipes, gobernadores, senadores o diputados), sumando aquellos que quedaron fuera de la nomenclatura del poder y que lograron su estabilidad económica, difícilmente querrán confrontarse con el aparato del Estado, aunque no comulguen con éste, que, dicho sea de paso, es el enemigo más robusto de la libertad y la contraposición ideológica en todas sus vertientes. También la crítica es válida para el Estado, que es una invención en sí mismo del pueblo, pero un enemigo férreo del pueblo en cuanto al control que la invención sugiere sobre la masa. El último giro que recién se anuncia es el control monetario a través del universo digital en México: ahora quieren la desaparición del dinero líquido, lo cual derivará en mayor control sobre la sociedad, más neoliberales que los neoliberales. A decir de Noam Chomsky: «Los gobiernos consideran a sus propios ciudadanos como su principal enemigo, y tienen que hacerlo: protegerse a sí mismos. Por eso existen las leyes de secreto de Estado. Se supone que los ciudadanos no deben saber lo que su gobierno está haciendo con ellos (y que es por su bienestar)».

Ser opositor político en México en la actualidad representa una tarea de alto riesgo, marcada por amenazas a la integridad personal y el debilitamiento de las iniciativas democráticas ciudadanas. La violencia física constituye el peligro más inmediato: tan solo en 2024, treinta políticos fueron asesinados durante campañas electorales o en el ejercicio de sus funciones, mientras que en octubre de 2025 se reportaron 39 episodios violentos, según Data Cívica, incluyendo el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo.

Así pues, la oposición política en México enfrenta actualmente un dilema estratégico fundamental que compromete su viabilidad como alternativa de poder. En el contexto actual, con el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum consolidando el control de Morena tras las elecciones de 2024, partidos como el PRI, el PAN, el PRD, MC y diversas figuras independientes y otras tantas rémoras han caído en una trampa discursiva de graves consecuencias: mantener vivo el debate en torno a la Cuarta Transformación. La mención ad nauseam del movimiento no solo perpetúa y fortalece la narrativa oficial del gobierno, sino que polariza al electorado y aleja a la oposición de su función esencial, que consiste en ofrecer alternativas creíbles y soluciones concretas a los problemas cotidianos de la ciudadanía. 

Al entrar constantemente en el terreno discursivo establecido por Morena, la oposición se muestra reactiva, desconectada de las preocupaciones reales de la población y atrapada en un ciclo que solo fortalece a quien pretende combatir; y, por demás, Morena y el gobierno tienen en la “oposición” a su principal promotora. El principal problema radica en que, una vez más, la oposición legitima inadvertidamente la narrativa oficial sin cuestionarla de fondo.

La Cuarta Transformación se presenta como un proyecto ético de lucha contra la corrupción y las élites, con el lema de raíz «primero los pobres» como bandera. Cuando la oposición critica este discurso únicamente desde ángulos como el autoritarismo o el fracaso en seguridad, termina tintineando como una queja de perdedores más que como una propuesta constructiva. Esto refuerza la idea de que Morena es el único actor político con una visión histórica, mientras que sus opositores parecen obsesionados con las figuras de Andrés Manuel López Obrador o Claudia Sheinbaum, en lugar de enfocarse en construir un proyecto de nación alternativo. Apunto aquí también que Morena debe madurar en sus enemigos, la figura de Felipe Calderón Hinojosa es un fetiche cuasi sexual para esta izquierda.

Respecto al proyecto de nación, un ejemplo claro de este fenómeno ocurrió en las protestas de noviembre de 2025 relacionadas con la Ley de Aguas, donde partidos como el PAN y el PRI acusaron al gobierno de «traicionar la Cuarta Transformación» por ignorar las demandas de los agricultores. Esta estrategia validó el marco discursivo oficial y permitió que el gobierno respondiera calificando a los manifestantes como «opositores financiados por el exterior o los conservadores que odian al pueblo», diluyendo así una legítima demanda ciudadana en una simple guerra política. Esta dinámica genera una desconexión profunda con la realidad cotidiana del electorado. Si bien la llamada Cuarta Transformación en su mote ha logrado conectar con millones de mexicanos a través de políticas tangibles como pensiones y becas, la oposición se ha enfocado excesivamente en desmontar lo que considera el «mito de la 4T», ignorando que la mayoría de la población no busca diagnósticos catastrofistas, sino soluciones concretas.

Por consiguiente, la gente quiere respuestas efectivas ante problemas como los 157 homicidios semanales que se registran en el país o la persistente escasez de medicamentos en el sistema de salud. Cuando la oposición utiliza términos alarmistas como «Venezuela del norte» o «deriva autoritaria», termina alienando a votantes de las clases populares que perciben mejoras relativas en indicadores como el salario mínimo histórico o la fortaleza del peso mexicano. Insultar a los votantes de Morena tildándolos de «ignorantes» o «acarreados» solo polariza más el ambiente político, pues aproximadamente el sesenta por ciento del electorado se siente atacado en lugar de convencido. Importar discursos de la derecha internacional (como los de Vox en España o Javier Milei en Argentina) suena completamente ajeno al contexto mexicano y no resuena con las inconformidades locales expresadas por grupos como transportistas o agricultores.

Y respecto a lo anterior, México no tiene en sí un partido ni una tendencia real a la ultraderecha; de la misma forma, no somos un país de ideologías sino de urgencias de supervivencia. El concepto de «ultraderecha», acuñado a destajo tanto por Morena como por el propio Estado, permea en el discurso cotidiano sin tener fundamentos sólidos, e inclusive en este escenario la oposición se une a esa conceptualización que la debilita. Si algo define a la ultraderecha es la contundencia discursiva y de acción (como la de Giorgia Meloni, Marine Le Pen, Geert Wilders o Viktor Orbán), y un nacionalismo proteccionista a ultranza; en México eso simplemente no existe.

Por otra parte, la obsesión con construir a López Obrador y a Sheinbaum como villanos perpetuos impide que la oposición desarrolle una identidad propia y creíble. Sin una autocrítica sincera que reconozca, por ejemplo, los casos de corrupción que mancharon la historia del llamado «PRIAN», estos partidos no logran generar la confianza necesaria para convertirse en alternativas viables. Esta falta de identidad los atrapa en una burbuja digital donde pueden ganar likes en redes sociales como X o Facebook, pero pierden territorio real en las calles y las comunidades. Esta ignorancia operativa e intelectual facilita que la (me sumaré al juego) “Cuarta Transformación” desvíe culpas ante cualquier inconformidad social, como ocurrió con las marchas de la Generación Z, atribuyéndolas a una «oposición clasista» en lugar de reconocer fallas gubernamentales propias.

El año 2025 presenta una paradoja que la oposición no ha sabido aprovechar. Con una economía estancada que registra un crecimiento menor al uno por ciento, una deuda pública en niveles récord y violencia persistente en todo el territorio nacional, existen amplias oportunidades para capitalizar el descontento ciudadano, especialmente en temas económicos más que políticos. Sin embargo, al insistir en revivir constantemente el debate sobre la Cuarta Transformación, la oposición pierde momentum. Diversos analistas han señalado que el propio régimen “incuba su destrucción” debido a su ineficiencia administrativa, pero la oposición no logra aprovechar esta debilidad porque permanece atrapada en el discurso oficial.

El camino hacia una oposición renovada requiere un cambio estratégico fundamental. Mantener vivo el discurso de la Cuarta Transformación convierte a la oposición en su eco, no en su antídoto. Para revertir esta tendencia y generar una oposición, es necesario reorientar a la sociedad hacia un proyecto de nación verdaderamente inclusivo que incorpore autocrítica honesta, empatía con las preocupaciones ciudadanas y presencia territorial efectiva en las calles, no solo en las redes sociales. El malestar social que se observa en diversos sectores no es una creación artificial de la oposición, sino una oportunidad real para ofrecer alternativas viables. Sin este cambio de enfoque, la hegemonía de Morena solo se fortalecerá y México perderá el pluralismo político que es esencial para cualquier democracia saludable. El país necesita contrapuntos narrativos y políticos.

Reparemos en que movimientos como los de la Generación Z y sectores inconformes como transportistas y agricultores han mostrado un camino diferente, basado en demandas concretas y específicas, no en guerras narrativas estériles. Y ahora recurro a Thomas Paine para hacer un recuento de la oposición encarcelada en nuestro país. El padre fundador de los Estados Unidos de América escribió: «El gobierno, incluso en su mejor estado, no es más que un mal necesario; en su peor estado, es intolerable». En lo personal, pienso que el modelo de Estado que conocemos debe desaparecer: no irse ni al socialismo ni al comunismo (ya tan rancios), sino mutar hacia la masa. Pero de antemano sé que es una utopía por razones obvias. 

Durante la era del PRI, que se extendió de 1929 a 2000, la izquierda mexicana enfrentó una represión sistemática conocida como “guerra sucia”, particularmente intensa entre las décadas de 1960 y 1980, periodo en el que el Estado empleó métodos brutales como detenciones arbitrarias, torturas y desapariciones forzadas para silenciar a los disidentes. Sin embargo, líderes emblemáticos de ese tiempo no solo resistieron estas acciones represivas, sino que transformaron la cárcel en una plataforma para denunciar las injusticias del régimen, manteniéndose firmes en sus convicciones sin retroceder por temor personal. Reparo en esto: ellos no tenían nada que perder, nunca habían tenido el poder político, lo que se contrapone con la “oposición” actual, que tiene mucho que perder, desde su posición social hasta la económica.

Así, Demetrio Vallejo, líder sindical ferroviario y comunista, fue encarcelado en 1959 por encabezar una huelga masiva contra el PRI y permaneció once años en prisión, al igual que Valentín Campa, bajo el cargo de “disolución social” según el artículo 145 del Código Penal (un instrumento legal diseñado específicamente para reprimir a la izquierda), aunque nunca se retractó de su lucha ideológica.

También Heberto Castillo, ingeniero y fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores, fue encarcelado durante el movimiento estudiantil de 1968, donde enfrentó torturas y años de prisión, para luego emerger como figura clave de la oposición y cofundador del PRD en 1989, abanderando la resistencia pacífica contra el autoritarismo. Otros casos, como el de Rubén Jaramillo, los estudiantes del movimiento de 1968 y activistas como Rosario Ibarra de Piedra, madre de desaparecidos políticos, demuestran que estos líderes persistieron a pesar de los riesgos extremos, priorizando sus ideales socialistas por encima de su seguridad personal.

Estos personajes actuaban en un contexto de hegemonía priista donde la oposición era marginal y carecía de acceso real al poder o a recursos significativos; no tenían “mucho que perder” en términos materiales, pues en su mayoría eran intelectuales, sindicalistas o campesinos impulsados por el marxismo, la justicia social y el antiimperialismo, quienes concebían la cárcel como un rito de paso en la lucha revolucionaria y no como un fin, emergiendo de ella con una legitimidad popular fortalecida que les permitía continuar su combate contra el sistema autoritario.

Hoy la oposición no asume riesgos, los entiendo, no es nada fácil, pero tampoco genera ideas ni conceptualiza su propia existencia. No olvidemos nunca que el gobierno somos nosotros mismos, como escribió Franklin D. Roosevelt, y no un poder ajeno que nos domina. Los gobernantes últimos de nuestra democracia no son el presidente, los senadores, los diputados ni los funcionarios del gobierno, sino los votantes de este país, que hoy por hoy están abandonados, pero bien auspiciados.

Existe una frase que me encanta de George Bernard Shaw y la parafraseo, no dejamos de jugar porque envejecemos; envejecemos porque dejamos de jugar. En este sentido, la oposición no puede dejar de pensarse y repensarse porque se enfila a la muerte, por lo menos como metáfora… y quizá eso necesita todo el aparato de Estado, nuevas voces… nuevas utopías. El pasado es la Cuarta Transformación.

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Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.

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