Por: Marco Antonio Samaniego
TIJUANA BC 24 DE NOVIEMBRE DE 2025.- Las interpretaciones de la marcha del pasado sábado son bastas. Desde un complot internacional de la derecha, hasta la reaparición del “bloque negro”, mismo que, es un espectro que se mueve sin saber quién o quiénes lo forman. Las críticas a una generación Z, misma que no necesariamente aparece y que en casos como el mío, no estoy convencido de que exista tal generación. Veo tantas diferencias sociales en cualquiera de las “generaciones” que han sido catalogadas como tal, que no creo que puedan ser definidas, salvo por el hecho de que los agrupan por edades, pero no por estratos sociales, oportunidades o el territorio, en términos geográficos, que produce experiencias diferenciadas.
Las banderas que se tomen son tan válidas como las manifestaciones en contra o a favor de cualquier gobierno. La manifestación es un derecho consagrado en la Constitución, y para que ello se lograra fue necesario que generaciones precedentes (sin X, Y, Boomers, o la que sugieran) tomaran decisiones de enfrentarse al poder y obligar al respeto a las protestas. La historia de estas es larga y diversa, por lo que el logro ya se ha convertido en estrategia y en formas de control social.
Imponer una narrativa es siempre una tarea de Estado. Sin ella, es negarse a sí mismo, sea del color que sea. Modificar esa narrativa, es tema de las oposiciones que existan, dado que en su condición no comparten las estrategias de quien detenta el poder. Algunos cambian sus posturas y otros las sostienen de acuerdo a las coyunturas y las diferencias que surgen son los temas que han generado las tensiones que se presentan, dado que, cualquier gobierno, pretende imponer un orden social que tiene beneficiados y por tanto afectados.
Si manifestarse es un derecho, la congruencia está en respetarlo. Si las oposiciones intentan lograr representación, es parte de la vida democrática. El elector, como una abstracción, será quien decida que postura es la que va a apoyar, dado que tiene el derecho de decidir lo que le interesa sostener o cambiar.
El asesinato de Carlos Manzo, generó indignación. El alcalde de Uruapan, se había convertido en un personaje de la vida nacional, dado que su forma de expresar sus posturas, llamaron la atención de cualquier interesado en la vida política. Si conectó con amplios sectores, es porque existen condiciones de violencia que mantienen la percepción de inseguridad. Esto no es nuevo, tiene varias décadas, pero la forma en que se realizó y la atención generada en torno a él, fueron un catalizador que reafirmó una condición que muchos caminos compartimos. Aquí lo he señalado desde el gobierno de Peña Nieto, así como con las administraciones panistas del estado. También lo he apuntado desde que Morena llegó al poder.
La inseguridad es el flagelo, el hilo más delgado que se ha roto una y otra vez. Las quejas, protestas, marchas, son desde hace varios años porque el Estado no ha tenido la respuesta suficiente ante todos los crímenes que se cometen con frecuencia. La semana pasada, una abogada, maestra de varias generaciones en universidades de la ciudad, fue ultimada en la calle. Las barras de abogados han repetido la misma queja a la que en muchas ocasiones se han hecho referencia, en el sentido de que la criminalidad sobrepasa las capacidades de los cuerpos policiacos y de investigación.
Carlos Manzo se volvió un referente porque fue la voz que más reclamó en épocas recientes y su estilo mantuvo la herida abierta que carga la sociedad mexicana desde hace muchos años. Si algún lector ha revisado escritos anteriores, publicados aquí, he sostenido que no se trata de sólo echarle la culpa a Calderón - quien sin duda fue culpable de muchas cosas - pero es insuficiente el análisis para explicar las causas y realizar los cambios profundos que merecemos los mexicanos que deseamos un país libre de violencia para todas y todos.
La discusión si las cuentas que llamaron a la manifestación fueron del extranjero o no, si es el inventado “Tío Richi” el que provocó la acción, si los argumentos de los funcionarios del gobierno descalifican a los manifestantes, es la pugna por ganar una narrativa que deja de observar que el problema está ahí, arraigado, por años y años, y que las estrategias deben de replantearse. El tema de las formas en que se ha quebrantado el pacto social es tan largo que ha expuesto al Estado en muchas ocasiones, pero sobre todo, a los que caminamos por las calles y estamos expuestos a las expresiones de violencia. ¿Cuántas mexicanas y mexicanos han muerto en fuegos cruzados? ¿cuántas víctimas inocentes?
Manifestarse es una forma de expresión a la que tenemos derecho. Ir a votar también. La visión sobre México, en el exterior, importa, dado que inversiones, relaciones y mano de obra se mueven en otros ritmos, pero se vinculan con la percepción que existe de nuestro país. Las imágenes de violencia circularon por redes sociales, noticieros, incluso comentarios de funcionarios de Estados Unidos, lo que no es menor.
Por ello, minimizar las expresiones elimina pensar en los mensajes de las personas que decidieron en cientos de lugares salir a manifestarse. Ver “quien está detrás”, desplaza que los individuos tienen agencia, capacidad de decisión y que es una búsqueda de alternativas ante un fenómeno que luce imparable. Caminar por las calles y gritar, no es para seguir a tal o cual persona, sino hacerse escuchar porque la cultura de la paz no ha permeado a la sociedad. Cierto, los buenos somos más, pero quienes están involucrados en las redes criminales, están mejor armados. Y eso es, desde mi punto de vista, lo que debe ser el centro de la atención.
Siempre existe quien quiere ganar la narrativa. Sacar raja política, se dice. Pero aquí se trata de pensar y actuar en cómo las calles pueden volver a ser seguras. Yo, confieso, que ya olvidé que es eso.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor