Donald Trump y la izquierda en el siglo XXI
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Donald Trump y la izquierda en el siglo XXI

Ciudad de México - miércoles 13 de agosto de 2025 - Hugo Alfredo Hinojosa.
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Por: Hugo Alfredo Hinojosa

CIUDAD DE MÉXICO 13 DE AGOSTO DE 2025.-Y bien, estamos en un nuevo siglo, un momento histórico, como todos, único. Porque todos los momentos históricos son únicos. Nadie puede contradecir esta premisa, es dialéctica pura. Pienso que estamos viviendo la repetición del siglo XX de revoluciones y alteraciones geopolíticas. Mi limitado conocimiento de la historia así me lo dicta. Tan solo hay que voltear la mirada al pasado. Este, como todos, es un momento crítico de la historia mundial, una encrucijada donde las estructuras que han sostenido el orden global desde la Segunda Guerra Mundial se desmoronan, dando paso a un panorama incierto y desvergonzado, repara en esta última pala que conecto con mi visión de la Muerte del Diablo, donde la vergüenza como último bastión de la moral humana ha perdido su rumbo. Nadie tiene vergüenza ya.

Retomando a Slavoj ?i?ek, en su análisis filosófico sobre este momento histórico, que nos ofrece una visión para entender este cambio de era o colapso del neoliberalismo, debido a la irrupción de figuras como Donald Trump en la historia política del mundo, y que son catalizadores de un cambio inevitable, exploro lo siguiente: ¿qué significa este nuevo orden global caracterizado por la desvergüenza del poder, y cómo la izquierda debe reinventarse con pragmatismo, ética y una visión clara para evitar que el caos actual se consolide en un sistema opresivo?

La situación es trágica, pero también ofrece una chispa de esperanza si la izquierda logra abandonar sus dogmas y conectar con las aspiraciones de la gente común. Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo occidental se organizó en torno al sistema de Bretton Woods, el estado de bienestar y un orden basado en reglas que promovía la estabilidad y la cooperación internacional. Este período, marcado por un equilibrio entre crecimiento económico y protección social, fue reemplazado en las décadas de 1970 y 1980 por el neoliberalismo, un modelo que priorizó la globalización, la desregulación y el libre mercado. Estados Unidos se benefició enormemente de este sistema: el dólar se consolidó como la moneda de reserva global, y las corporaciones estadounidenses aprovecharon la mano de obra barata, tanto en China como en su propio territorio.

Sin embargo, este modelo generó desigualdades profundas. Mientras los multimillonarios prosperaban, los trabajadores industriales estadounidenses, como los del acero, enfrentaban desempleo y precariedad. El ascenso de China como potencia económica marcó el inicio del fin del neoliberalismo, exponiendo las limitaciones de un sistema que no distribuía equitativamente sus beneficios. En este contexto, Donald Trump emergió como un acelerador de un cambio que ya era inevitable. No fue una anomalía, sino un síntoma de las fallas del orden liberal democrático y del estado de bienestar. Trump identificó las grietas del neoliberalismo [la explotación de los trabajadores estadounidenses y los desequilibrios comerciales] y ofreció una narrativa proteccionista y nacionalista que resonó con un electorado frustrado, además conectado con el mundo del espectáculo que es propio de Estados Unidos.

Trump actuó, desmantelando las estructuras globalistas que habían enriquecido a las élites a costa de las clases trabajadoras. Su visión, aunque ilusoria en su nostalgia por un retorno a los años 50 con fábricas florecientes en Estados Unidos, capturó el deseo de cambio de millones que se sentían abandonados por las élites globalistas. La izquierda liberal, sin embargo, no supo responder a este descontento. En Estados Unidos, los demócratas se enfocaron en políticas identitarias y discursos dirigidos a la clase media alta, ignorando el malestar de la clase trabajadora blanca. La inauguración de Joe Biden en 2021, con su retórica de “este es el día de la democracia”, fue un intento fallido de presentar a Trump como una aberración histórica que podía ser borrada con un retorno a la normalidad.

Pero la reelección de Trump en 2024 demostró que su mensaje había calado más profundamente que las promesas vacías de los demócratas. La campaña de Biden, y más tarde la de Kamala Harris, careció de una visión clara, incapaz de competir con la narrativa de cambio radical que Trump ofrecía. En una democracia, las elecciones son una elección competitiva, y culpar a los votantes por elegir a un “hacedor de cambios” frente a un candidato que apenas podía articular una idea coherente es un error de la izquierda. Los demócratas, al jugar los juegos de la élite cultural, dejaron un vacío que Trump llenó con su retórica populista. Los demócratas, aclaro, jugaron a lo políticamente correcto, que conlleva más atavíos que libertades y fallaron.

Así, este vacío no es exclusivo de Estados Unidos. En Europa, la izquierda también ha fallado en articular una alternativa frente al auge de figuras populistas de derecha como Nigel Farage. El Brexit, por ejemplo, reflejó un rechazo a la burocracia de Bruselas, pero también dejó al Reino Unido en una posición vulnerable, potencialmente como una colonia de facto de Estados Unidos, y de todos los migrantes que están transformando a esa cultura monárquica. La Unión Europea, atrapada entre superpotencias como Estados Unidos, China y Rusia, carece de una visión política unificada. El mundo, perdón por la obviedad, se asemeja cada vez más a la distopía de “1984” de George Orwell, con tres grandes bloques [Oceanía, Eurasia y Asia Oriental] dividiendo el mundo en esferas de influencia. Líderes como Trump y Vladimir Putin comparten un lenguaje donde el poder se ejerce sin la necesidad de justificaciones hipócritas. Acuerdos tácitos permiten a cada potencia actuar con impunidad en su esfera, mientras Europa, dividida y sin un liderazgo claro, lucha por encontrar su lugar… se torna en Colonia de África.

La desvergüenza de este nuevo orden global es evidente en la tolerancia de discursos racistas o misóginos junto a una censura cultural que castiga términos “incorrectos”. Esta contradicción refleja una economía donde la provocación se convierte en una herramienta del poder, no de la resistencia. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, por ejemplo, fue una parodia perversa del sueño izquierdista de ocupar los centros de poder, pero desprovista de cualquier propósito emancipador. En lugar de subvertir el sistema, los seguidores de Trump reforzaron su narrativa victimista [nuestro país no nos ama o respeta], consolidando su poder a través del espectáculo. Esta apropiación de las tácticas subversivas de los movimientos de 1968 demuestra cómo el establishment ha cooptado el lenguaje de la transgresión, dejando a la izquierda sin herramientas efectivas.

Y, frente a este panorama, la izquierda debe reinventarse radicalmente. El modelo tradicional de subversión, basado en la provocación y la ironía postmoderna, ha sido absorbido por la derecha. Figuras como Trump encarnan un relativismo que se burla de sí mismo mientras cambia de posición sin pudor, mientras que líderes de izquierda como Bernie Sanders representan una decencia común y una consistencia ética. Trump se burla del poder que él mismo representa y lo ejerce desde la burla. Por tanto, criticarlo es absurdo pues domina el juego político al reírse de sí mismo. Pienso pues que la izquierda debe abandonar la nostalgia por el estado de bienestar socialdemócrata, que ya no es viable en un mundo globalizado, y adoptar una postura pragmática que combine la regulación del mercado con el mantenimiento de la democracia. Modelos como Singapur o China, que controlan el mercado sin renunciar al crecimiento económico, ofrecen lecciones, aunque imperfectas, sobre cómo equilibrar poder estatal y “cierta” libertad; no obstante, es indeseable el nivel del control y vigilancia que ejerce sobre la población, sobre el dinero de la población, sobre el ser [la verdad] de la población.

Afirmo que la tragedia de nuestro tiempo radica en la complacencia de los votantes y las élites, que han dado por sentado los logros del orden de posguerra. Los europeos, por ejemplo, han dependido del paraguas militar estadounidense mientras criticaban su hegemonía, una contradicción que Trump ha explotado con razón al señalar los desequilibrios en la contribución a la OTAN. Sin embargo, la esperanza surge del mismo caos que define esta encrucijada. La insatisfacción popular, evidenciada por el apoyo a figuras como Trump o Farage, señala un deseo de cambio que la izquierda puede canalizar si abandona sus dogmas. Para ello, debe hablar al sentido común, recuperar valores como la decencia y la moral mayoritaria, y ofrecer soluciones prácticas que respondan a las necesidades de la gente común.

En última instancia, este momento histórico exige que la izquierda descienda al “punto cero”, como sugería Vladimir Lenin, y comience a construir desde una dirección completamente nueva. La desvergüenza del poder, encarnada en líderes que actúan porque pueden sin necesidad de justificarse, amenaza con consolidar un orden global opresivo. Pero el caos también es una oportunidad. La izquierda debe transformarse en una fuerza pragmática, ética y visionaria, capaz de articular una alternativa que no solo critique las fallas del sistema, sino que ofrezca un camino hacia un mundo más justo. Solo así podrá evitar que la desvergüenza del poder defina el futuro y convertir la tragedia de nuestro tiempo en un impulso para la renovación.

Pienso, sin miedo a equivocarme, que todos los conceptos de izquierda como: igualdad, justicia, progresismo, socialismo, comunismo, equidad, y un largo listado, deben replantearse para el nuevo siglo. Usar las palabras, las narrativas necesarias para validar a la izquierda de cara al siglo XXI, sin los romanticismos de antaño, de lucha y mano a mano. Porque el populismo que maneja tanto la izquierda como la derecha, poco a poco se retira de la tierra y se traslada a un mundo digital donde a las nuevas generaciones les importa una hegemonía segmentada desde lo irreal.

El nuevo rumbo de la política está fuera de la realidad… los procesos electorales a nivel mundial aún se sostienen sobre la base de las personas de la tercera edad, del remanente de la Segunda Guerra Mundial, de la Guerra de Vietnam, pronto los jóvenes nativos del mundo virtual, que son ajenos a esos mundos idealizados del siglo XIX y XX, no le deberán respeto a esas generaciones de muertos de las guerras… y deberán reformarse las ideas, los movimientos políticos. Para este nuevo siglo es anticuado hablar de Izquierda y Derecha… al final, los partidos, los movimientos políticos son manifestaciones de nacionalismos… y la política en sí es bélica por naturaleza… que confronta a la humanidad. El punto donde Izquierda y Derecha confluyen es la eliminación de las libertades… en la emasculación del hombre… hombres sin hombría… es lo que vemos ahora… tan frágiles como una gacela y haciendo de su significado en árabe un ejemplo: frágil y rápida.

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Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.

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