Por: Hugo Alfredo Hinojosa
CIUDAD DE MÉXICO 11 DE JUNIO DE 2025.- Hace unos días, después de ver el caos desatado en Los Ángeles, California, comentaba que nos preparáramos para comenzar a escuchar sobre el inicio, por lo menos en concepto, de una Guerra Civil en Estados Unidos. Mientras escribo, han estallado, tanto en Nueva York como en Chicago, además de Los Ángeles, las movilizaciones en contra del gobierno federal por las deportaciones de migrantes. Por si fuera poco, hoy comencé a leer que ya las redes sociales manejan la idea de una resistencia-guerra civil. Es interesante el momento histórico. Lo que vemos como espectadores sin contar con toda la información es, en verdad, un caos político y ciudadano. Tanto el gobierno de Estados Unidos como el de México atraviesan por una encrucijada mediática difícil de contener, por lo que lo mejor que un gobernante puede hacer, si es que no dictará una solución, es medir sus palabras para evitar tanto su deterioro como la burla de su gobierno.
Félix Lope de Vega, el dramaturgo español del Siglo de Oro, fue un maestro para generar comedias de enredo [cuasi tragedias] a partir de información tergiversada que compartían sus personajes para generar una reacción. Cuando lo lees y comprendes la mecánica de sus tramas es fácil adivinar que todo el caos se dio por la mala información manejada por alguno de los personajes. Pero es comedia. Por otra parte, la información que recibimos en ocasiones genera una tragedia desmedida. La película de “The Hunt”, de Thomas Vinterberg, plantea un problema gravísimo debido a la información tergiversada de una solitaria niña que dibuja un corazón para su maestro de primaria. Cuando le preguntan por qué dibujó el corazón, la niña contesta que ama a su profesor “con el que hace cosas”. En consecuencia, los padres de familia buscan linchar al profesor, pero todo ello ocurre por culpa de los amigos del hermano de la niña, quienes le muestran pornografía días antes. La niña solitaria, al no entender lo que ve, considera que así es como se relacionan las personas y, al sentirse atraída hacia el profesor, lo arrastra con ella a un caos derivado de la inocencia de la pequeña…
Hace unos días, la presidenta Claudia Sheinbaum pronunció un discurso que se prestó fácilmente a suspicacias. En él comentó que, de ejecutarse los nuevos impuestos a las remesas enviadas a México por nuestros connacionales, se convocaría a movilizaciones, a la acción.
En lo personal no considero [y quizá dirán que peco de inocencia] que la presidenta se refería a generar una revolución en Estados Unidos; quiero creer que pensaba en la movilización política de su gobierno para negociar, pero no es la primera vez que le falta pericia con las palabras. Para la Casa Blanca, el mensaje fue desfavorable e interpretó las palabras de la mandataria Sheinbaum de manera literal, abriendo un canal más de crisis internacional para México. Recordemos que los “eventos”, esos que la gran mayoría de estrategas y analistas no leen, a la larga se suman para consolidar el devenir de los movimientos o las figuras políticas. MORENA no llegó al poder por la eficacia de su ejecución política sino por la suma de eventos que debilitaron a los gobiernos en turno.
La precisión en el discurso político no es un lujo, sino una necesidad. Bajo el mandato de la presidencia de Sheinbaum, hemos sido testigos de cómo la falta de un relato coherente y estratégico puede transformar un incidente aislado en una crisis de proporciones estructurales. La revocación de la visa de la gobernadora Marina del Pilar por parte de Estados Unidos, acompañada de acusaciones de presuntos vínculos con el crimen organizado, ha expuesto no solo las debilidades de un gobierno y sus gobernantes, sino la fragilidad de un sistema político que no ha aprendido a medir su momento histórico y geopolítico. Lo ocurrido a la gobernadora de Baja California fue la entrada a una espiral de crisis que atestiguamos a diario como espectadores. Hoy, México se tambalea entre la retórica nacionalista y la improvisación, perdiendo terreno en la batalla de las percepciones. Sería un gran ejercicio de autoconocimiento el hacer encuestas de popularidad también en momentos como este.
La crisis desatada por la “Lista de Marco Rubio”, anunciada por el periodista Tim Golden, no solo se convirtió en un problema diplomático, sino en un fracaso comunicativo. Desde el primer momento, el gobierno de Sheinbaum optó por el camino más peligroso: la negación. En lugar de anticipar el impacto de las acusaciones estadounidenses, basadas en años de inteligencia de la DEA, el Ejecutivo mexicano respondió con un silencio inicial que pronto dio paso a contradicciones y descalificaciones. Huelga decir que las palabras de un gobernante no son meros sonidos, son herramientas de poder que construyen realidades. Cuando esas palabras son inconsistentes, el vacío que dejan es ocupado por los adversarios. En este caso, el gobierno estadounidense, con su maquinaria de inteligencia mediática, llenó el espacio con imágenes de Marina del Pilar en propiedades lujosas en California y filtraciones que reforzaron la narrativa de un México corrupto y coludido con el crimen organizado.
Lo más alarmante de esta crisis no es el error en sí, sino lo que revela sobre la incapacidad del gobierno mexicano para leer el tablero geopolítico. La supuesta inclusión de 44 políticos mexicanos en una lista de sanciones de la DEA no es un acto aislado; es parte de una estrategia más amplia del gobierno de Estados Unidos para justificar políticas de mano dura en la frontera y responsabilizar a México por el problema del narcoterrorismo en Estados Unidos. Frente a esto, Sheinbaum recurrió a lugares comunes como “la soberanía no se vende”, una frase que, aunque resuena en el imaginario nacionalista, carece de sustancia sin un plan concreto para enfrentar a los cárteles mexicanos, amén del declive de las instituciones federales.
En la política contemporánea, el control del relato es tan importante como el control de los hechos. México no solo perdió la iniciativa en esta crisis, cedió el escenario entero. Mientras Estados Unidos proyecta fuerza y cohesión discursiva, sumada a la acción en contra de migrantes, el gobierno mexicano ofrece un espectáculo de improvisación y desarticulación de cara al caos. No hubo un equipo de comunicación preparado para anticipar escenarios, ni una estrategia diplomática para disputar la narrativa de la presidenta desde un terreno común. En su lugar, México cayó en las trampas discursivas del país del norte, respondiendo en los términos impuestos por su adversario. Kristi Noem, secretaria de Seguridad de Estados Unidos, acusó a Claudia Sheinbaum de alentar las protestas en California y, en este sentido, la comunicación en esas esferas no se trata de “convencer” a la audiencia, sino de “construir confianza”. Y es así como aquella vieja idea de los “Bad Hombres”, dictada por Donald Trump, regresa al imaginario de la masa que ve a centenares de mexicanos y latinoamericanos incendiando patrullas.
Este principio, aparentemente simple, es la clave que el gobierno de Sheinbaum no ha sabido descifrar. La propaganda, con sus conferencias pulidas y slogans ensayados, puede funcionar en tiempos de calma, pero colapsa frente a crisis binacionales complejas. Lo que México necesita no es una mejor producción mediática, sino una política comunicativa basada en la autenticidad, la transparencia y la responsabilidad, y esto no es responsabilidad de la presidenta sino de su equipo de asesores. Lo que sí debe apuntar la presidenta es que su escenario no es el mismo de Andrés Manuel López Obrador quien tuvo como homólogo a un Joe Biden mermado.
La improvisación en la política tiene un costo elevado. Cada contradicción, cada silencio mal calculado es una grieta en la confianza pública y en el escenario internacional. En México, donde la desconfianza en las instituciones ya es un problema estructural, estos errores son especialmente graves. La crisis de Marina del Pilar no solo dañó la imagen de la gobernadora, sino que erosionó la credibilidad del proyecto político de Sheinbaum y reforzó la percepción de un gobierno incapaz de manejar los desafíos del siglo XXI; a esto se suman varios factores: la figura de Gerardo Fernández Noroña combativa con los congresistas estadounidenses; la orden de Donald Trump de catalogar a los narcotraficantes mexicanos como terroristas; las supuestas listas de gobernadores relacionados con el crimen organizado; la caída del sistema de salud y la desaceleración de la economía. Todos ellos, temas que no se limitan al ámbito doméstico. En el escenario internacional, la falta de una narrativa coherente ha dejado a México en una posición vulnerable frente a un Estados Unidos, que sabe usar el poder de las palabras como herramientas narrativas que construyen una imagen de México como un socio poco confiable.
El camino para salir de esta crisis requiere un cambio profundo en la forma en que la presidenta se comunica. Entiendo el ejercicio que hace con las conferencias mañaneras, pero no puede hacerlo bajo la misma tónica del expresidente López Obrador, que sostenía sus intereses por encima de los hechos. Las mañaneras vulneran la imagen institucional de la presidenta, necesita encontrar la fórmula para atraer la agenda a su territorio. Uno donde ella domine y esté verdaderamente informada.
Así pues, las palabras de los gobernantes no solo reflejan sus intenciones; moldean la realidad. Las crisis de estos meses han demostrado que México no puede permitirse más improvisaciones ni contradicciones. Cada palabra mal dicha, cada silencio mal calculado, es una oportunidad perdida para construir confianza y una invitación al caos. El desafío para Sheinbaum y su equipo es claro: deben abandonar el modelo de comunicación vertical y reactivo que ha caracterizado a los gobiernos mexicanos y adoptar uno basado en la autenticidad, la estrategia y la anticipación. Solo así podrán enfrentar las crisis venideras —migración, narcotráfico, diplomacia— sin sacrificar la legitimidad del Estado, porque las narrativas son armas, el silencio y la incoherencia son derrotas anunciadas. México merece un liderazgo que no solo hable, sino que hable bien.
Los Ángeles, Chicago y Nueva York, por lo pronto, se suman a esa Guerra Civil conceptual que es combustible para el nacionalismo exacerbado y armado de Estados Unidos, que necesita reconfigurar el rostro de los enemigos para mantener vigente su discurso de supremacía letal.
Nuestro país está en una encrucijada: hoy tenemos terroristas regionales, el crimen organizado.
Como país estamos alimentando el discurso que nos descalifica como un destino confiable en el mundo. Es una pena, pero como lo apunté con Lope de Vega y Thomas Vinterberg, las palabras generan acción, vida, muerte, confusión y exabruptos sociales. Albert Einstein declaró que la paz no puede mantenerse por la fuerza, sino que sólo puede lograrse mediante el entendimiento, así, no hay que declarar vaguedades que enciendan al enemigo…
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