México en crisis: comunicar para gobernar
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México en crisis: comunicar para gobernar

Ciudad de México - miércoles 21 de mayo de 2025 - Hugo Alfredo Hinojosa.
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Por: Hugo Alfredo Hinojosa

CIUDAD DE MÉXICO 21 DE MAYO DE 2025.- «No hay que estar tan ciego de patriotismo que no se pueda afrontar la realidad. Lo malo es malo, no importa quién lo haga o lo diga», Malcolm X. Alejándonos, pues, del patriotismo: una comunicación política deficiente no solo erosiona la confianza ciudadana, sino que puede sepultar la legitimidad de un gobierno, dejándolo a merced de la percepción pública de un Estado incapaz, rebasado y cómplice por omisión. El reciente asesinato de Ximena Guzmán, secretaria particular de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, y de José Muñoz, su coordinador de asesores, es un ejemplo de cómo la ausencia de una estrategia de comunicación robusta amplifica el caos y las teorías conspirativas, al tiempo que agrava el descontento social.

Si tomamos en cuenta que, en México, el 61.9% de la población percibe la inseguridad como su principal preocupación (INEGI, 2025), la respuesta oficial ante la violencia no puede limitarse a un discurso emotivo [aunque el dolor se entiende]. Así pues, la falta de transparencia, información oportuna y acciones concretas no solo debilita la credibilidad de los líderes, sino que cede el control del discurso al crimen organizado y a la indignación ciudadana, que, en su forma más cruda, se convierte en un motor de polarización y desconfianza.

El ataque contra Guzmán y Muñoz, ejecutado con precisión quirúrgica por sicarios en motocicleta en la capital del país, no es un hecho aislado. Es un síntoma de una crisis sistémica que trasciende partidos, regiones y discursos. México registra, hasta ahora, 104 actos de violencia política en 2025, un aumento del 23% respecto al año

anterior. Desde los asesinatos de candidatos en Jalisco, Veracruz y Oaxaca, hasta el hallazgo de 17 fosas clandestinas en Sinaloa y Michoacán, la violencia no solo desafía al Estado, sino que lo ridiculiza cuando las respuestas oficiales son deficientes o inexistentes. En el caso de la Ciudad de México, el enemigo a culpar no está en los márgenes del país, sino enquistado en su corazón político.

La respuesta inicial de Clara Brugada, un intento de proyectar firmeza con frases como “no habrá impunidad” y “seguiremos combatiendo la inseguridad”, resultó ineficaz. Sus palabras, desprovistas de sustento fáctico y de una estrategia clara, no lograron contrarrestar la percepción de un gobierno paralizado. La conferencia de prensa ofrecida tras el asesinato fue mera improvisación: ni el secretario de Seguridad Ciudadana, Pablo Vázquez Camacho, ni la fiscal general de Justicia, Bertha María Alcalde Luján, ofrecieron datos preliminares o un plan concreto. Retrasar la conferencia unas horas para recabar información sólida habría sido preferible a la imagen de un gabinete desarticulado, incapaz de responder con autoridad ante una ciudadanía que ya no cree en promesas.

La comunicación política en México padece una falla estructural que no es exclusiva de Brugada ni de la Ciudad de México. Es un mal endémico que afecta a gobernadores, alcaldes y hasta presidentes, quienes subestiman el poder de un mensaje claro, empático y respaldado por acciones visibles. Las redes sociales amplifican las verdades a medias y las narrativas de odio, un discurso débil se convierte en combustible para la desinformación. La respuesta de Brugada, centrada en una conexión emocional comprensible, dejó un vacío informativo que las plataformas digitales llenaron con especulaciones, desde teorías conspirativas que señalan al propio gobierno, hasta acusaciones de colusión con el crimen organizado. Este fenómeno no es nuevo: en 2024, tras el asesinato de la candidata a la alcaldía de Celaya, Guanajuato, Gisela Gaytán, las redes sociales generaron un torbellino de

desinformación que el gobierno local no supo contrarrestar, perpetuando la percepción de un Estado superado, amén de otros ejemplos.

La narrativa política debe ser un puente hacia la ciudadanía, no un escudo defensivo que oculte la incapacidad de responder ante las tragedias. No obstante, en México, los líderes tienden a refugiarse en discursos triunfalistas o evasivos. Desde el Senado se escuchan frases como “eso no pasa en México”, una negación de la realidad que contrasta con la cotidianidad de la violencia. Según el Índice de Paz México 2025, el país ha retrocedido al puesto 137 a nivel global en materia de seguridad, y el 78% de los mexicanos considera que el gobierno no tiene una estrategia clara contra el crimen organizado. En este contexto, un mensaje que no reconozca la gravedad de la situación o que carezca de medidas concretas no solo es inútil, sino contraproducente.

La incapacidad de los líderes mexicanos para comunicar efectivamente no es solo una cuestión de voluntad, es una falla de formación y estructura. El país necesita con urgencia profesionales en comunicación política que vayan más allá de la propaganda o el manejo superficial de crisis. Estos expertos deben ser estrategas capaces de construir discursos que reconozcan el dolor ciudadano, ofrezcan transparencia y articulen soluciones concretas; sin embargo, los gobiernos suelen relegar la comunicación a operadores de imagen o políticos con ínfulas de estrategas que carecen de la preparación necesaria para enfrentar crisis de esta magnitud.

Un ejemplo paradigmático es el contraste con países como Nueva Zelanda, donde la primera ministra Jacinda Ardern enfrentó la crisis del atentado de Christchurch en 2019 con una comunicación empática, transparente y respaldada por acciones inmediatas, como reformas legislativas y un diálogo constante con la ciudadanía. En nuestro país, en cambio, la respuesta a tragedias como la de Guzmán y Muñoz se limita a declaraciones genéricas que no logran calmar a una sociedad agotada. La

falta de inversión en formación especializada en comunicación política perpetúa este ciclo de desconexión.

Clara Brugada aún tiene la oportunidad de rectificar, pero el tiempo apremia. Un liderazgo efectivo en este momento requeriría un cambio radical: un informe detallado y transparente sobre las investigaciones del caso, acompañado de medidas concretas para garantizar la seguridad ciudadana y prevenir nuevos actos de violencia política. Mientras los líderes sigan fallando en este frente, el crimen organizado y la indignación ciudadana seguirán dirigiendo el discurso, dejando a los ciudadanos, como siempre, cargando con el peso de la tragedia. La narrativa política debe ser un acto de responsabilidad, no una reacción tardía ante la presión pública. No todo está bien en México, hay que alejarnos del patriotismo barato, como lo describiría Malcolm X y afrontar nuestra realidad, una donde hasta las empresas honestas, asediadas por el crimen organizado deben pagar derecho de piso y, al hacerlo, se convierten en cómplices del crimen… qué encrucijada. México necesita estar en paz… comencemos por aceptar que tenemos un problema endémico llamado violencia.

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Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.

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