PAN Y CIRCO
Por: Francisco Ruiz, RuHe

Reza la frase célebre que “cada pueblo tiene el gobierno que merece”, claro que esta postura no es ni será compartida por Andrés Manuel López Obrador, en ninguna de sus acepciones. Para él, el pueblo mexicano sigue siendo violentado en sus más elementales principios y derechos, y para él, el “sistema” es el autor material e intelectual de tales hechos; el sistema ha sido, es y será el victimario, el villano, en esta teoría conspirativa tan recurrida, tan conocida, la favorita de los “renegados”.

En cierta medida tiene razón, como en muchos de sus puntos de vista, sólo que en esta ocasión mi opinión no es compartida en su totalidad. Para el tabasqueño, el electorado se ha convertido en la pobre víctima indefensa de un sistema corrupto, omnipotente e intimidante, en esta última parte sí estoy de acuerdo, en la primera definitivamente no, por qué “el cobarde vive hasta que el valiente quiere”.

Víctima es, según el diccionario de la lengua de la Real Academia Española que rige nuestro idioma, la “persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita”.

Me parece que debemos apegarnos al pragmatismo y a la objetividad para tener la fotografía completa y poder definir sí la población electoral, que es considerada por el ex jefe de gobierno como “víctima del sistema”, padece daño por culpa ajena o si hemos caído en la tentación de la complicidad, por cualquiera que hayan sido los motivos.

He sostenido esta conversación con muchos de mis amigos y colaboradores en varias ocasiones, luego de intensas refriegas verbales, sobre la mesa se impone la razón, el consenso general concuerda en que la política y las votaciones forman parte de una relación de pareja, donde debe imperar la CORRESPONSABILIDAD entre el que gobierna y el gobernado, qué como en los matrimonios, deben permanecer juntos en las buenas y en las malas, hasta que la muerte los separe.

En otra de sus acepciones, el diccionario citado define como víctima a la “persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra”, en ese caso TODOS ponemos en riesgo a la democracia y al país entero. Bien dijo Obrador en uno de sus discursos: “…El distintivo de esta contienda -la del 2012- fue el uso del dinero a raudales para comprar millones de votos….”, es cierto Andrés, muy cierto, pero hay que recordar que en el mercado siempre interviene alguien que OFERTA y otro que compra, y nadie nos obliga a vender algo que no queremos. SI NO HAY QUIEN VENDA VOTOS, NO HAY QUIEN COMPRE VOTOS.

Esas “víctimas” trabajadoras reeligieron a las versiones actuales del Fidel Velázquez del pasado, ratificando a Elba Esther Gordillo Morales y a Carlos Romero Dechamps en el poder por un sexenio más; “haiga sido como haiga sido”, los eternizados líderes acompañarán al “del copete” a lo largo de su administración, falta ver si caminarán juntos y de la mano. Resta ver si en Los Pinos desempolvan su buena memoria y se alinean.

No debemos prolongar más la tradicional huída de la realidad, echar culpas ni mentar madres, victimizarnos no nos sirve de nada. Es nuestro deber ético, cívico y moral asumir las responsabilidades de nuestros actos, nosotros, hayamos votado a favor o no, como un solo ente que somos, la ciudadanía mexicana, otorgamos nuestro beneplácito en el retorno de la administración tricolor.

La periodista Martha Anaya, en su obra “1988: El año que calló el sistema”, nos comparte una narrativa de lo que pudo haber ocurrido durante aquel año de elecciones. De él existen muchas cosas rescatables, entre ellas hace un comparativo entre las elecciones bajo sospecha de los años de 1988 y 2006, resume grandes diferencias.

Lamentablemente en el libro –como en la realidad- se puede apreciar que entre ambos sucesos se impone una enorme similitud, la de la imposición de intereses creados con la confabulación de voluntades sumisas.

POST SCRIPTUM

Una vez más Andrés y yo estamos de acuerdo, cuando dice que “…no es sencillo lograr una transformación pacífica y profunda como la que nosotros queremos y necesita el país. Hay que enfrentar intereses creados muy poderosos que se oponen de manera rotunda a perder sus privilegios”.

Soy un convencido de que ello se conseguirá cuando antepongamos la objetividad, hagamos honor a nuestros principios, valores y convicciones, renunciemos a las comodidades, sacrifiquemos nuestro interés particular, cedamos ante la construcción del bienestar colectivo, nos solidaricemos con los menos afortunados y no caigamos en la tentación de “tirar la piedra y esconder la mano”.

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