* Comerciantes comparten experiencias ante delitos.

Por Jessica Villegas

TIJUANA BC 11 DE OCTUBRE DE 2025 (AFN).- Comerciantes y dueños de abarrotes de Tijuana mostraron su preocupación ante robos y cobros de piso, ya que ocurre este tipo de delitos literalmente en cada tienda de la esquina; aparte de compartir sus experiencias, coincidieron en que, al acercarse el horario de invierno y las festividades de fin de año, estos incidentes se incrementan de forma considerable.

Cada tarde, cuando el sol comienza a ocultarse, la señora Karol baja la cortina metálica de su frutería y atiende tras una reja gruesa que cubre el acceso al local. Desde ahí despacha frutas, verduras y abarrotes, a los vecinos que se acercan a comprar lo necesario para la cena.

"Durante el horario de invierno cierro desde las cinco. No me gusta tener la puerta abierta cuando oscurece; a mi comadre la han asaltado cinco veces este año. Gracias a Dios nunca me ha pasado nada, pero prefiero prevenir", platicó.

Como ella, muchos pequeños comerciantes de colonias en Tijuana viven entre la necesidad de vender y el miedo constante a los asaltos. La mayoría ha optado por reforzar sus locales con rejas, cámaras o puertas dobles, e incluso por atender únicamente a través de una ventanilla.

Algunos comerciantes explicaron que los sistemas de seguridad en las tiendas de abarrotes se han vuelto cada vez más "complejos". Hay negocios que cuentan con mecanismos eléctricos para abrir y cerrar las puertas desde el interior, mientras que otros, por precaución, han adaptado pequeños espacios "secretos" para esconderse en caso de un asalto. Lo que popularmente se conoce como "habitación del pánico".

La joven Alexa recuerda bien el susto que la hizo abandonar su trabajo en una tienda de autoservicio de su colonia. "Yo pensaba que por ser una tienda más grande no pasaba nada. Pero un día, durante las vacaciones de verano, cubrí a un compañero y entraron dos personas armadas. Nos encerraron en la bodega. Al día siguiente renuncié", relató.

Asimismo, platicó que, buscando un ambiente más tranquilo, tiempo después comenzó a trabajar en la tiendita de un familiar. "Pensé que ahí no habría problema, pero también la asaltaron. Me di cuenta de que ni las tiendas chicas se salvan".

Por su parte, el señor Carlos H., quien fue maestro de secundaria antes de abrir su negocio, contó con pesar una historia que lo marcó: "Hace poco me asaltó uno de mis ex alumnos. No lo podía creer, lo reconocí en cuanto lo vi entrar; me saludó con alegría y tomó unas galletas mientras me platicaba sobre sus tiempos en la escuela. Después de unos minutos solo me miró serio y me dijo: 'Profe, no quiero hacerle nada, solo deme el dinero'. Ese día no tuve miedo, sino decepción; era un buen alumno", expresó.

Carlos recuerda que esta situación no es nueva. "Lo de las rejas tiene fácil unos veinte o veinticinco años. Antes con eso bastaba, pero ahora ya se necesitan cámaras, alarmas y hasta grupos de chat entre vecinos".

En su testimonio, el señor Julián platicó entre risas que jamás lo han asaltado "como tal", aunque sí le han robado mercancía. "Me preguntan por algún producto de los que tengo atrás de la tienda, voy a buscarlo y cuando regreso ellos ya no están... pero veo lo que se llevaron". Relató también que, en una ocasión, un joven llegó a comprar un refresco y le dio un billete de 100 pesos; posteriormente le dijo: "Quédate con el cambio". Extrañado, el señor Julián preguntó a qué se debía tal gesto y el chico respondió: "Por todo lo que te he agarrado".

Historias como las de Karol, Alexa, Carlos y Julián se repiten en distintas colonias. Los comerciantes aseguran que la inseguridad ha transformado la forma en que trabajan y se relacionan con los clientes. "Ya no se trata sólo de vender, sino de cuidarse", expresó Karol.

"A veces los ves y no es por juzgar, pero la pinta y energía que transmiten te dice todo, te piden algo regalado y uno por no quedar mal con ellos accede, uno prefiere llevarse bien y evitar problemas", dijo Julián. 

A pesar del miedo, la mayoría sigue resistiendo. Algunos vecinos se organizan para vigilarse entre ellos; otros instalan cámaras o piden más rondines policiales. Pero todos coinciden en algo: Vender detrás de una reja metálica se ha vuelto parte de la rutina diaria.

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