El Cerro Colorado; Bitácora de viaje
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El Cerro Colorado; Bitácora de viaje

TIJUANA, BC - domingo 8 de junio de 2014 - AFN.
13358
Por: Norma Y Cortés Juárez
 
*.- Vivencias de una Catedrática universitaria
 
TIJUANA BC 8 de junio de 2014 (AFN).- Formado por dos lomas y con una elevación de 550 metros, el Cerro Colorado ha sido considerado un ícono para la ciudad de Tijuana.
  
Muchos son los tijuanenses que lo han subido, sobre todo como parte de las tradicionales procesiones que celebra la Iglesia católica cada 3 de mayo, sin embargo, muchos son también los que solo  ven de lejos su conocido letrero y las antenas que lo coronan.
  
Veintiséis personas éramos de esas que ni siquiera teníamos en mente, en corto plazo, admirar a Tijuana desde lo más alto, pero la oportunidad nos llegó como parte de una práctica de campo escolar que le solicité a mi grupo.
  
Citados a las 7:30 en un mercado cercano, nos dirigimos a las faldas del  Cerro, equipados con mucha agua, alimentos, gorra, ropa cómoda, bastón y  por supuesto con cámara, ya que la promesa de unas fotos espectaculares era motivación para muchos.
  
En nuestro heterogéneo grupo íbamos: tres maestros, entre ellos Ana una rescatista certificada, Daniel, un atleta, Jesús un bombero, estudiantes de Gestión Turística de la U.A.B.C. Tijuana, amigos y un perro.
  
Iniciamos nuestro recorrido muy entusiasmados y frescos, con la maestra Ana como puntera y Jesús, el Bombero, al final del grupo. Rápidamente nos dimos cuenta de lo que significaría subirlo, con o sin bastón: el terreno, en ascenso, empezó a ponerse complicado, sobre todo si no se tiene condición: montículos de piedras se alternaban con superficies de tierra suelta y fina por lo que tenías que elegir dónde pisar. No faltó quien se detuviera a descansar, ya que el sol, por momentos, empezaba a quemar y la altura a causar náuseas y miedo en unos estudiantes.
  
El grupo empezó a dividirse, ya que varios caminaron rápido y sin tomar fotos, poniendo presión a los que nos deteníamos a comentar nuestra osadía o a sufrir de dolores tempranos. Cuando una estudiante decidió no avanzar más, la labor de convencimiento de la maestra Ana la empujó a terminar el recorrido.
  
Llegamos a una loma donde hay una cruz formada por piedras acomodadas en la tierra, ¡qué tentación quedarse  ahí!, pero fijé mi vista hacia arriba y vi que  no faltaba mucho y que no debía ceder a tentaciones.
  
Recuerdo lo que pensaba cuando iba ascendiendo, primero: si fue buena idea, si saldría sana y sin lesiones o  si era factible el desarrollar las facilidades básicas para que más tijuanenses o turistas lo escalen empezando por el transporte, estacionamiento seguro, baños, guías, área de abastecimiento y socorro, todo esto reflexionaba mientras trataba de cerrar la boca para no comerme  al enjambre de mosquitos que tenía pegado al rosto.
  
Una hora cuarenta minutos, fue lo que hice para llegar a la cima,  claro, la mitad del grupo ya llevaban media hora admirando la espectacular  vista al pie de las antenas de radio y televisión y de la gran cruz grafiteada, pero lo de menos era el tiempo invertido, ya que  estaba en lo alto de Tijuana, con un delicioso viento en mi cara y la ciudad a mis pies.
  
Lo que ves desde arriba es incomparable, la canalización del Río, el Centro Industrial El Florido, por mencionar unos, pero lo que más me impactó: la cortina de La Presa Rodríguez.
  
Pasamos el tiempo suficiente para hidratarnos, comer, disfrutar la vista y tomar fotografías del lugar, total, algunos no van a regresar, aunque la experiencia ya  animó a varios participantes a definir una nueva fecha.
 
Mis amigos y yo creíamos  que el descenso sería más fácil, pero no, la tierra rojiza se volvía resbaladiza y dos o tres caímos y decidimos bajar ciertos tramos sentados, aunque las manos se nos llenaran de tierra. Pero lo que no caía era el ánimo y las ganas de dar el último paso en el cerro y llegar a la zona de casas, que se instalaron por allá de los años 90.
  
El cerro Colorado no tiene mucha vegetación, lo que se encuentra son plantas propias de la región como la jojoba y las biznagas, las cuales ni tuve tiempo de observar, ya que estaba más concentrada en ver dónde pisaba.
 
Fui del último grupo que descendió,  asoleada, con un incipiente dolor en las pantorrillas, pero con una sensación de logro, de incredulidad. Todos los temores habían acabado.
  
Ya pasaron dos días de esta hazaña y los dolores al bajar escalones  desaparecieron, no así el orgullo al voltear a ver el cerro Colorado cuando voy manejando, pensar que estuve ahí, que caminé hasta la cima. Puede ser muy simple para muchos, pero para mí, no.  Ahora, sólo falta convencer a mis casi 20 amigos que  saben de esta experiencia que no voy a organizar  otra subida…¿o sí?
 
La autora es asesora de empresas turísticas y catedrática  de la carrera de Gestión Turística de la U.A.B.C 
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