Memorias de aprendiz de reportero
Agencia Fronteriza de Noticias
IZZI
VOTAR ES UN DERECHO Y UNA OBLIGACIÓN. VOTA ESTE PRÓXIMO 2 DE JUNIO
Programas Dora
Programas Fernando
Translate this website into your desired language:

Memorias de aprendiz de reportero

Tijuana BC - viernes 22 de marzo de 2019 - AFN.
3074

Fotos tomadas del libro ¡¡COMPLOT!!

El día que mataron a Colosio
Por: Atahualpa Garibay

TIJUANA BC 22 DE MARZO DE  2019 (AFN).- Cerca de las 4 de la tarde del 23 de marzo de 1994, el Aeropuerto Internacional “Abelardo L. Rodríguez” de Tijuana, se encontraba lleno de priistas. Afuera entre decenas de manos ondeaban banderas de los diferentes sectores del PRI y las pancartas con la imagen de Luis Donaldo Colosio Murrieta.

Los periodistas locales esperábamos en el estacionamiento de prensa que en aquel tiempo destinaba Aeropuertos y Servicios Auxiliares (ASA). Faltaban pocos minutos para que procedente de La Paz, Baja California Sur, aterrizara un vuelo particular con el candidato presidencial del PRI.

A bordo de una van de color azul metálico Aerostar marca Chevrolet, se hallaban los periodistas Aurelio y Lorenzo Garibay; al volante el otro reportero Jaime Flores Martínez; el escribiente en calidad de asistente y otro amigo entrañable de la familia, Alfredo Calva, un experimentado integrante de los cuerpos de inteligencia.

Pacientes esperábamos la llegada del “hijo pródigo de Magdalena de Kino”. En el exterior, se desbordaba la euforia priista.

Esa tarde, el calor era inusual; quemaba y “apendejaba”. Con todo y el malestar, todos los tripulantes de la camioneta acordaron esperar dentro del vehículo y una vez que arribara el candidato del PRI seguir la caravana priista.

El destino: la colonia Lomas Taurinas, en la delegación Mesa de Otay. Un cañón habitado por familias humiles en casas de madera, lámina y las pocas de concreto.

Sí, el itinerario del candidato priista señalaba esa ubicación como el primer evento del día. Sería una reunión con la gente, con el pueblo. Un encuentro cercano con sus seguidores.

A los pocos minutos aterrizó la aeronave que trasladaba a Colosio y séquito. Abordaron unas camionetas tipo Suburban y ni siquiera alcanzó a saludar a los tricolores que tenían horas esperándolo en la terminal área.

Detrás de ellos salieron múltiples vehículos, entre ellos la Aerostar azul con el “pool” de reporteros de los Garibay.

Las unidades circularon rápido por la carretera Aeropuerto y tomaron por la avenida Calzada Tecnológico; pasamos frente a las instalaciones de la UABC; luego llegamos justo a la Delegación Municipal de Otay. Allí se había formado un “cuello de botella” por tantos camiones que se usaron para el acarreo y personas que por sus propios medios llegaron al lugar del mitin.

La entrada de Lomas Taurinas es una rampa descendente; en ese entonces mitad concreto y mitad empedrada. Al llegar al sitio, Aurelio Garibay bajó de la camioneta y yo detrás de él.

Lorenzo Garibay, Jaime Flores y Alfredo Calva decidieron esperar en la camioneta, porque en la agenda aparecía que el mitin duraría menos de 30 minutos para después trasladarse al siguiente evento. No tendría caso bajar, “engentarte” y después salir prácticamente corriendo detrás de la caravana priista.

Nunca había visto un mitin con un candidato presidencial con esas características. Recordaba que cuando era un adolescente y vivía en la Ciudad de México nos llevaron de acarreados a un evento de Carlos Salinas de Gortari, a la alberca olímpica “Juan de la Barrera”, allá en División del Norte en la delegación Gustavo I. Madero.

Pese a nuestra edad imberbe nos dieron banderitas del PRI para vitorear al candidato presidencial.

Me impresionaron las laderas con las casas sencillas características de varias de las colonias de Tijuana. “Cimentadas” con llantas y casi al borde de la ladera. Hacia abajo un canal de aguas negras y al centro un improvisada tarima donde subiría Luis Donaldo Colosio. Fácilmente había más de dos mil personas.

Priistas, policías de los tres niveles, Estado Mayor Presidencial, vecinos y mitoteros.

Para llegar al centro del mitin había que cruzar un puente hechizo con madera crujiente. Un auténtico riesgo para los peatones. Las bardas de las casas hechas con bloque lucían las letras grandes COLOSIO con los colores verde, rojo y negro.

El ruido de la música y de los asistentes ya era ensordecer. No habían transcurrido pocos minutos entre el “mar de gente” cuando perdí de vista a mi señor padre.

No crucé el puente. Ni madres, pensé. Esa chingadera se va a caer, dije a mi mismo.

El animador desde unas bocinas colocadas en una casa alta y alrededor arengaba a la gente a gritar “Colosio, Colosio, Colosio”. La caravana priista llegó y el candidato cruzó el puente. Detrás de él, mínimo unas veinte personas, entre líderes priistas, asistentes y personal del Estado Mayor Presidencial.

El numeroso grupo priista echó por tierra mi pensamiento: el peso del tumulto no dobló el puente. Colosio subió a la tarima improvisada y pronunció un discurso, parecido al del aniversario del PRI en la Plaza de la Revolución, donde acuñó la frase “Veo un México con hambre, un México con sed de justicia”.

Los priistas estaban éxtasis. Acompañaban al sonorense, César Moreno Martínez, dirigente estatal del PRI y Antonio Cano Jiménez, líder en Tijuana. Nadie más. Sus más cercanos se habían quedado en las camionetas y otros se habían ido al bunker priista.

Me llamó la atención no ver tanta prensa “chilanga”. Los defeños habían armado un grupo pequeño que cubriera la “nota”, tomara fotos y videos, y ya en la sala de prensa compartir la información. 

No recuerdo exactamente la duración del discurso de Colosio. Lo que sí atestigüe fueron las condiciones de pobreza en que vivían esas familias en ese cañón, y la biblioteca y las canchas deportivas que se hallan justo en medio del canal.

Por andar bobeando, del otro lado del puente, escuché que Colosio se despedía  y el animador cada vez más exhortaba a la gente a vitorear al candidato presidencial del PRI.

Pasaban las cinco de la tarde y el sol ya había hecho estrategos entre los asistentes. Los vendedores de paletas y bolis que se hicieron presentes se retiraban más que felices. Las tiendas de abarrotes ya no tenían agua, menos sodas.

Justo en ese momento se escuchaba la canción de moda de música de banda: La Culebra. Quién sabe si estaba predispuesto o el animador se calentó, pero el nivel de la música alcanzaba el estruendo.

Todo fue tan rápido. Reaccioné la gente salió en estampida del mitin. Corrían por todos lados. Yo me retiré del lugar corriendo en ascenso a la rampa donde esperaban en la camioneta los otros reporteros y el amigo Calva.

En ese momento pensé que salían de prisa para seguir al candidato a la camioneta o seguirlo por toda la calle empedrada. Conforme avanzaba, todo bofeado, observé cómo bajaban patrullas de la policía municipal del Grupo Táctico. Al frente del convoy de los municipales iba el conocido “jefe” David Rubí, conocido en ese entonces por la fama de rudo.

De Aurelio Garibay, ya no supe desde que lo perdí entre el remolino de personas.

Llegué como pude a la camioneta, abrí la puerta y les dije (a Jaime, Lorenzo y Alfredo) ¿Qué pasó?

Alfredo Calva, experimentado en servicios de inteligencia, alcanzó a escuchar que policías hablaban en clave, y sin dudarlo exclamó: “le pegaron a Colosio”. 

Incrédulo, expresé mi extrañeza sobre la deducción de nuestro amigo.

“No cabrón le dispararon”. Jaime y Lorenzo literal saltaron de sus asientos y reaccionaron. “Qué hacemos”, ¿Bajamos? Preguntaron.

No, no ya se hizo un desmadre, advirtió Calva. Vámonos de aquí, azuzó.

¿A dónde? Preguntamos. 

“Al Hospital General, estoy seguro de que van para allá”, dijo quien durante muchos años había estado de cerca de las giras presidenciales y las campañas.

Jaime Flores se puso al volante y como buen chilango manejó de forma más que diestra. Al mismo tiempo tomó su teléfono celular (era de los pocos reporteros con ese equipo), marcó a Radio Fórmula México y pidió entrar con Pepe Cárdenas, que estaba al frente del noticiero estelar.

Sin pensarlo informó que habían herido a Colosio en el mitin y que no se sabía más. Jaime fue uno de los periodistas mexicanos en dar la primicia. Condujo a toda velocidad, a la vez que transmitía en vivo en cadena nacional.

Bajamos por la colonia Postal y Ruiz Cortines. No pasaron ni diez minutos de Lomas Taurinas a la Zona del Río.

En sentido contrario se metió frente al CREA y al llegar cerca del Hospital General de Tijuana, estaba ya estaba acordonado por federales y militares. A los policías judiciales y municipales se les prohibió acercarse pues estos obedecían a los gobiernos del PAN.

Como pudimos, llegamos a pie a la escalinata del Hospital Civil, y muchas personas entrababan y salían. Desde afuera alcancé a ver que Aurelio Garibay ya se encontraba en la sala de urgencias y un grupo numeroso de seguidores de Colosio.

Como buenos reporteros nos la ingeniamos y accedimos a la sala de urgencia. El escalofrío recorrió mi cuerpo. Escuchaba entre las personas que estaban operando a Colosio. Uno mejor informado comentó que le habían disparado en la cabeza.

Vi caminar entre las personas a la conductora de televisión Talina Fernández. Sumamente nerviosa con cigarro en mano, caminaba de un lado a otro, junto con un político que en ese entonces solamente había visto en la televisión. Alto, bien peinado y trajeado. Se trataba de Liébano Saénz, jefe de prensa de la campaña colosista.

La seguridad se extremó. Ya nadie podía salir. Entonces me crucé con mi señor padre y me preguntó ¿cómo supiste que tenías que venir aquí? 
“Nos dijo Calva”, respondí.

Mi curiosidad fue la misma. Le pregunté ¿cómo sabía dónde llegar? y dijo por instinto. Pasada la tragedia, Aurelio Garibay, en ese entonces corresponsal de La Jornada, nos contó que al terminar el mitin y darse cuenta de que habían herido de gravedad a Colosio (él si alcanzó a observar cuando lo llevaban en brazos con la herida mortal), corrió y se encontró con la reportera de Zeta, Adela Navarro.

Juntos siguieron al grupo y sin darse cuenta ya iban a bordo de un taxi tipo “guayina” que los llevó detrás de la caravana priista. La deducción fue que el vehículo de transporte fue tomado prestado por personal del Estado Mayor Presidencial para seguir el convoy.

La tensión en la sala de urgencias del Hospital General, subió de intensidad cuando los seguidores priistas empezaron a culpar al entonces Gobernador (del PAN), Ernesto Ruffo Appel, de la agresión al candidato del PRI. La mayoría estaban de acuerdo en ir a incendiar el Centro de Gobierno del Estado, ubicado a unos 400 metros de distancia del nosocomio.

Los líderes priistas los llamaban a la calma, lograron apaciguar los ánimos pero las maldiciones a Ruffo y a los panistas subían de tono.

La sala estaba atirrobada de personas. Ya para entonces alguien había colocado un televisor grande en la recepción y llegó una unidad de control remoto de Televisa.

Poco después de las ocho de la noche, la señora Talina Fernández, ya traía entre sus manos el micrófono con el cubo de Televisa y se preparaba para hacer enlaces. Enlaces que no se hicieron.

Solo hubo uno. Cuál si el tiempo se hubiera suspendido, a la distancia, observé personal médico hablando en un pasillo. En ese momento no conocía la identidad de esa doctora, bajita, pelo rubio y ojos de color. Todo indicaba que era una superior porque varios se acercaban a ella y le hacían consultas.

Se trataba de la doctora, Rosalinda Guerra Moya, directora del Hospital General de Tijuana.

Los minutos se hicieron eternos. Alguien cambió el canal del televisor y puso el noticiero 24 Horas conducido por la leyenda: Jacobo Zabludosky.

El político bien trajeado, salió del área médica, con una hoja en las manos y se puso frente al remolino de gente; sin quebrarse anunció la tragedia política.

Dio lectura a un breve informe médico, y palabras más palabras menos, dijo :”El Licenciado Luis Donaldo Colosio ha fallecido a causa de la gravedad de la lesión y los notables esfuerzos médicos”.

Los gritos desgarradores de los presentes, quizá, se escucharon hasta el exterior del nosocomio. Sentí un enorme escalofrío y dije, casi en voz alta: MAGNICIDIO.

Mi mente se nubló y pensé en lo que podría ocurrir: guerra civil, el Ejército en las calles, un fin sin de ideas locas.

Esa noche decidí continuar como aprendiz de reportero para seguir como testigo y cronista de la historia. 

Nos retiramos hasta que vimos cómo una carroza -ya en la madrugada- escoltada por el Estado Mayor Presidencial, trasladaba el féretro de Luis Donaldo Colosio Murrieta al mismo aeropuerto donde horas antes había llegado el que se decía sería el próximo Presidente de México.

Días y semanas después seguí atestiguando de cerca las investigaciones del caso Colosio.

Ayuntamiento Bullying
Poli Egresados
Matemáticas Fáciles
21 Aniversario
IZZI Abril 2024
PBM Medicina
Buscador Acerca de AFN Ventas y Contacto Reportero Ciudadano