Por MANUEL VILLEGAS

(Colaboración Especial)

TIJUANA BC - MÉXICO 22 DE SEPTIEMBRE DE 2017.- He visto caer por docenas cartones vacíos, bolsas y costales, paquetes y envolturas. He sentido ese calorcito sabroso, ese suspiro, ese orgullo que no puede ocultarse, de ver que mucha gente, sin importar edad o condición social, se ha sumado en estos días en apoyo a nuestros hermanos en desgracia. Si la inseguridad nos ha obligado a mantener cerradas nuestras puertas, la tragedia que viven miles de paisanos afectados por temblores y tormentas, muy al Sur de nuestro Baja California, nos ha abierto el corazón.

Ojalá que siempre sea así.

Si a La Solidaridad le pudiese poner fecha, diría que la conocí en el otoño del 76, cuando era un niño y perdí mi hogar por el azote de un huracán llamado "Liza", allá en la costa Norte de Sinaloa. El cariño de otros mexicanos impidió que los damnificados pasáramos hambre, y fuimos torpedeados durante semanas con latas de sardinas y cajas de leche en polvo, costales de granos y kilos de galletas de animalitos. Me recuerdo a mí mismo, chamaco y matando moscos, tirado al atardecer después de juntar la leña, con la pancita colorada de tanto comer de esas galletas.

Siempre, hasta que las cosas volvieron a la normalidad, hubo una lata o caja de la cual echar mano en la alacena familiar gracias a ese solidario gesto de algún anónimo mexicano. Lo mismo ocurrió en mi terruño durante otras tormentas y tras el azote de los huracanes "Paúl" del 82 y el "Ismael" en 1995, sin olvidar la inundación del año nuevo de 1991 que arrasó comunidades enteras en los márgenes del Río Fuerte.

Esa solidaridad, ese apoyo incondicional en momentos de angustia, ni necesita pedirse ni puede ser rechazado, y desde Tijuana lo hemos aplicado siempre enviando trocadas, camiones o aviones Hércules colmados de paquetes hasta el techo, cuando las tragedias llegan sin ser invitadas y abren o derriban las puertas en algún Estado mexicano, como paisanos que somos.

Como en la rueda de la fortuna, uno sabe que a veces le tocará recibir y otras tantas podrá dar. Lo primero que muchos nos preguntamos tras el sismo del 19 de septiembre de este 2017 en la Ciudad de México y otros lugares -además de la similitud de la fecha 32 años después- es dónde y a partir de cuándo podríamos pasar a dejar una despensa, algún no perecedero o un garrafón con agua. Esa acción fue en automático y no hubo lugar para la duda.

“¿Ya entregaron su donativo en el acopio?", nos dijo un jefe de área el pasado jueves, aquí en mi trabajo. “Yo ya doné; para los de Oaxaca", contestó un abogado de su equipo. “¿No te enteraste?, tembló en el D.F”, reiteró el hombre a su subalterno, con cierta molestia. "No es obligación pero hay que ayudar, es de corazón, llevemos comida en latería, pañales, aguas, aceite o harina de maíz; cáiganse con lo que se pueda", reiteró. Y ahí vamos todos en hilera, y bajamos el inmueble de tres pisos de la oficina, como las hormiguitas, siguiendo al líder, dispuestos a comprar algo en la tienda del primer nivel y donar de nuevo.

Un amigo a quien tocó apuntar en una lista parte de lo que se iba recabando nos dijo: “Hey, men, ¿sabías que son las mujeres guapas las que más aportan? Si me pongo listo llegaré a Navidad con novia o felizmente casado. Ganas de golpearte con esa bolsa de papas por interesado y facilote, estuve tentado a contestarle; pero lo dijo con tanta enjundia que nos hizo reír, y a quien logre sacarte una sonrisa se le debe perdonar todo.

Así que, abogado, talachero, periodista, burócrata, policía o transportista; Tú, Tijuanense, si aún no sabes por dónde empezar, te recuerdo que siempre hay algo en la alacena que vas postergando: Algún aceite, una bolsa con sopa de coditos o de letras, arroz o frijol. Hay que limpiar ese espacio ahora. Que nada quede en ese rincón de tu cocina. Debes sacudir esa lata de chícharos, maíz pozolero o verduras picadas como una maraca, cual si fuese una alcancía, ver su caducidad y decirle adiós. Hay que meterla a una bolsa o una caja y llevarla personalmente a un mejor destino.

Ve a Palacio Municipal. A alguna delegación, al centro de gobierno estatal, al Centro Cultural Tijuana (CECUT), a alguna de las tiendas que se han ofrecido a ser centro de acopio. A donde quieras y puedas. Pero ve y dona. Hazlo con gusto, con precisión militar, de forma confiada y con verdaderas ganas de ayudar a que el problema sea más llevadero para alguna familia afectada.

El viernes por la tarde me tocó en suerte pasar por el CECUT, y vi un remolino de hombres y mujeres, la mayoría muy jóvenes, trabajando en equipo con la preparación de bolsas con comestibles, agua, productos de higiene o prendas de vestir. Las cajas vacías, algunas con leyendas como: "Donativos ciudadanos", "Cuídense mucho", "Un abrazo fuerte a todos", o "Pensamos en ustedes", entre otros mensajes de fraternidad y cariño, se iban acumulaban en el piso hasta que eran después retiradas por otros equipos. Y así fue durante días en muchas partes de Tijuana.

Recordé cómo nos alegraba hacer esas acciones en mi rancho, cuando llegué a participar en ese tipo de campañas cargadas de simple y puro altruismo, altruismo del bueno, del que te hace feliz; cuando rodeábamos aquellas enormes mesas cargadas de alimentos cual jóvenes tiburones en torno a una barcaza, cuando las responsabilidades eran menores y cuando empacar una despensa podía tener tanto significado.

Haz tu donativo hasta que te duela, hasta que se te caigan los zapatos del gusto, hasta que no quede una lata en pie ni comida fuera de la despensa; hasta vaciar los últimos cartones, bolsas y costales, paquetes y envolturas. Hasta que te quede en claro que hoy es por ellos, y que siempre habrá algo para dar en tu alacena.

*.- Manuel Villegas es periodista pero actualmente está en receso debido a que atiende otras responsabilidades.