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TIJUANA, BC - jueves 10 de febrero de 2011 - Gilberto LAVENANT .
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La Libertad de Expresión.
Por: Gilberto LAVENANT 
[email protected] 

El caso de la periodista Carmen Aristegui, que por lanzar al aire un cuestionamiento, en principio quizás intrascendente, relativo a la salud del Presidente de la República, luego de que con una pancarta, presentada ante la Cámara de Diputados, se expuso supuesta adicción a las bebidas embriagantes por parte de Felipe Calderón, vuelve a poner en la mesa de discusiones, el tema de la libertad de expresión en nuestro país. 

Como si fuese un evento cualquiera, como muchos que se han dado en los recintos legislativos, algunos grotescos, ridículos y vulgares, la semana pasada diputados del PT desplegaron una manta en la Cámara de Diputados, en la que llaman borracho a Calderón. 

Aristegui, simplemento comentó el hecho, en el programa radiofónico Noticias MVS : “…En las democracias del mundo suele verse de vez en vez que se piden estudios médicos para saber cuál es la condición de los gobernantes, porque al final de cuentas están en una posición de altísima responsabilidad. (Entonces) ¿Tiene o no Felipe Calderón un problema de alcoholismo?”. 

Carmen ni siquiera imaginó que tal comentario fuese a tener alguna trascendencia. Y la tuvo, la empresa radiofónica, temerosa de que no le renoven la autorización para operar y tratando de quedar bien con Calderón, decidió quitarle la chamba a la periodista, luego de que ésta se negó a leer un escrito, presuntamente redactado en las oficinas presidenciales, en el que la periodista se disculparía ante el Presidente, pero se negó a ello, al considerar que no era para tanto, que resultaba ridículo, que iba contra su dignidad y sobre todo que era un atentado a la libertad de expresión. 

Pero para la empresa radiofónica el asunto era gravísimo, pues está pendiente que le renoven la concesión para continuar operando y ante el temor de molestar a Calderón y no lograr la renovación, lo que implicaría la suspensión de actividades, plantearon ante allegados al Presidente la disculpa pública a cargo de Carmen, o en su caso la cabeza de la periodista. 

Como Aristegui no accedió a participar en el juego lacayo, pues entonces la empresa decidió despedirla, alegando que había roto el Código de Etica, bajo el que operan, y dentro del cual se obligan a no manejar rumores. Supuestamente el alcoholismo de Calderón, sólo es un rumor. Recuerden que las apariencias engañan. A la mejor nada más parece ebrio, pero no lo es del todo. 

Este no es precisamente un problema de libertad de expresión, propiamente dicho. La periodista simplemente hizo un comentario y planteó un cuestionamiento, relativo a la salud de Calderón, que fue expuesta con fines políticos, indudablemente. Porque al final de cuentas la referencia presidencial en la pancarta era sumamente agresiva, planteando el supuesto de que la conducción del país esté en manos de un ebrio. Y, en principio, no fue problema de libertad de expresión, pues la periodista se expresó libremente. 

Lo que no entendemos, para empezar, a propósito de la libertad de expresión, es que las empresas periodísticas, son negocios mercantiles, y además se crean, para establecer relaciones con las esferas públicas, que les permitan proteger a otras negociaciones, ajenas por completo al periodismo, y en tales condiciones, su objetivo máximo es lograr esos propósitos mercantilistas, aunque para ello tengan que sacrificar libertades, como la de expresión, o cerrar la boca o despedir a los periodistas que no entienden ésta realidad y se rebelan. El “balón” es de los empresarios periodísticos y ellos saben cuando lo prestan a los periodistas y cuando no. La Libertad de expresión les importa un comino. En la mayoría de los casos. 

Para que pueda existir libertad de expresión en México, por principio, se debe cambiar el esquema de las empresas periodísticas. No deben estar en manos de comerciantes, sino en manos de periodistas. Pero como el periodismo no es negocio por sí sólo y los periodistas no tienen dinero para crear y sostener empresas periodísticas, que no son rentables y generalmente tienden al fracaso económico, pues entonces habría que ciudadanizarlas, o sea adoptar la figura de instituciones públicas descentralizadas, autónomas, con personalidad jurídica propia, dotadas de recursos públicos. 

Pero, además de eso, se requiere que existan, hombres valientes, dispuestos a hablar en forma directa y sin rodeos, con toda libertad, y publicitar, comentar, analizar o criticar, cualquier cosa que sea de interés público o que consideren que se hace mal en la función pública, y no simples lacayos, sumisos, pedigüeños o mercantilistas, que atienden consignas a cambio de unos cuantos centavos y que se visten de periodistas, porque es lo más cómodo, aunque ni siquiera conozcan y reconozcan la trascendencia social, política y económica del periodismo. Es más, que ni siquiera saben escribir, ni su nombre. 

Y algo más, se requiere ciudadanos, lectores, espectadores o televidentes, radioescuchas, y ahora cibernáutas, participativos, que reclamen un periodismo profesional o independiente. Muchos ciudadanos no compran ni un solo periódico al día o a la semana, o en caso de comprarlo, no lo leen para enterarse de los acontecimientos más importantes, sino por la cartelera cinematográfica, la sección de espectáculos, deportes, sociales o crucigramas. Dicho de otra forma, los medios no forman opinión pública, por la apatía ciudadana, aunque ejerzan la libertad de expresión con seriedad y profesionalismo. 

Bajo esas condiciones, no basta cuestionar si existe o no libertad de expresión, más bien lo que pasa es que los mexicanos no saben qué es y cómo se come. Si lo supieran, por citar un ejemplo, ahora en el caso de Aristegui, todos a un tiempo dejarían de escuchar una estación de radio que no permitió que la periodista se expresara libremente y que se fue a arrodillar ante un mandatario carente de calidad moral, aunque la figura presidencial, en sí, siga siendo respetable, pero no el mono. Rasgarse vestiduras y darse golpes de pecho, no basta. 

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