Marco Antonio Domínguez Niebla

RUSIA 22 DE JUNIO 2018.-Para unos es el goleador. Para otros, el generador de juego. Incluso hay quienes le conceden la etiqueta de mejor jugador del mundo a un portero. O la elección llega a definirse desde el aspecto estético o la actitud. Así es el futbol, como cualquier asunto en la vida, como preferir morena que rubia, o ir a los tacos y escuchar al comensal vecino cometer el pecado de pedirlos sin guacamole (¿saben a algo sin guacamole?). Del mismo modo pasa en los mundiales: algunos eligen Brasil como segundo equipo por el vínculo creado desde el campeonato del mundo ganado en México ya en el lejano 70. Otros, volviendo al principio del texto, optan por aquella selección donde esté el jugador al que admiran. Por esas dos razones, tanto el vínculo creado por el campeonato del mundo ganado en México ya en el lejano 86 como el jugador al que más admiraba en la edad de las definiciones, opté hacia Argentina. Vi a sus selecciones campeonas del mundo, la de 78 y la de 86, la de Menotti y la de Bilardo, la de Kempes y la de Maradona. Y cuando irrumpió Messi, el interés no pudo más que acentuarse. Aun con la sombra de lo hecho por sus antecesores (Maradona sobre todo), el jugador del Barcelona ha coleccionado finales, aunque nada más haya ganado una -la olímpica con Bielsa-, con un montón de subcampeonatos a cambio. Pero las selecciones argentinas, salvo contadas excepciones, siempre fueron competitivas. Hasta hace unos días, las listas de cinco favoritos para el Mundial de Rusia eran casi unánimes: Alemania, Brasil, Francia, España y, sí, Argentina. Hasta llegué a coincidir con ese pronóstico más por costumbre que por convencimiento. Sampaoli llegó como salvador de un proceso del cual se convirtió en el tercero de los técnicos en cuatro años, desde la partida del seleccionador subcampeón del mundo en Brasil 2014, Sabella. Pero ha entendido, apenas con unos cuantos meses en el cargo, que Chile, la selección a la que guió como revelación del mundial de hace cuatro años, no es Argentina, como tampoco él es Menotti ni Bilardo. Ni siquiera Sabella. Ya había arrancado con la derrota disfrazada de empate en el debut ruso contra la limitada Islandia. Sin embargo, cuando se pensaba que la cosa no podía ir a peor, para ratificar el presente caótico, el 3-0 de la agonía contra Croacia. Hoy, en el octavo día de mundial ruso (cuando Francia clasificó echando a Perú y Dinamarca le puso drama a su pase empatando con Australia), a Sampa nada le salió: Caballero, el arquero al que le dio la titularidad por saber jugar con los pies -en detrimento del monumental y ahora suplente Armani-, no supo jugar una pelota (sí, con los pies), y de ahí la debacle. Dybala, el gran 10 de la Juve, exhibido como relevo durante el naufragio cuando fue ignorado por el entrenador desde su arribo. Pasó de línea de cuatro a línea de tres, de dos contenciones a uno, de Di María a Acuña, de Rojo a Mercado atrás, de Biglia a Enzo Pérez en el medio. Todo de cabeza en cuestión de días, experimentos fallidos en pleno mundial, un desastre que apunta a fracaso de dimensiones históricas. Pero, respetando su opinión y esperando que respeten la mía -como igual respeto si ustedes los prefieren sin guacamole o las prefieren rubias-, mientras haya la mínima posibilidad (que depende de Nigeria e Islandia), y el mejor del mundo esté sobre la cancha, todo podría pasar en un mundial sin gigantes hasta la fecha, aun cuando Lionel sea parte de una selección con tres técnicos en cuatro años y una crisis directiva al límite. Por lo pronto, que nadie llore por él todavía. Por Argentina, sí.

*El colaborador es autor de AGP Deportes.