Por: Dr. Marco Antonio Samaniego López
El inicio de semana nos dejó como lección lo poco que la partidocracia quiere avanzar. Parece un desprecio a cualquier forma de democracia. Fue en parte como un regreso al pasado, pero se vuelve insuficiente la frase. La selección del candidato por el presidente Peña Nieto, de manera descarada y abierta, sin tapujos ni vergüenza.
Parece ser que para algunos el personaje les resultó atractivo. Una especie de candidato ciudadano, en razón de que José Antonio Meade no pertenece a ningún partido. Sin embargo, los personajes que lo rodearon, son, sin duda, parte de un sistema que tiene bases muy endebles. Decidieron no pelearse por la candidatura. Una razón: que el escenario de triunfo no resulta favorable al PRI.
El candidato nombrado por Peña Nieto de manera clara, abierta, publica y sin censura, deja ver que el PRI no es un partido político, es un partido de Estado con larga tradición. En selecciones pasadas, los presidenciables tenían más espacio, aquí no hubo ni para donde hacerse: es el candidato del presidente y punto.
Si en ocasiones anteriores hubo intentos de democratizar el proceso, en este la condición de seleccionado por uno y sólo uno, José Antonio Meade, no podrá afirmar que su legitimidad está en la militancia. Simplemente no pudieron ni simular la participación. Meade no podrá argumentar ante los registrados en el partido que ellos decidieron. Por lo contrario, exhibe una condición de Partido de Estado: se aguantan y se la tragan.
Si como PNR el Partido de Estado les quitaba una parte de su sueldo a los empleados de gobierno a finales de la década de 1920, (practica que se inició con el Partido Laborista de Morones) ahora todos los mexicanos, nos guste o no, pagamos la movilización del personaje que aparecerá en radio, prensa y televisión por los siguientes doscientos días. Si a los priistas se los impusieron, es su asunto, pero quienes pagaran su campaña somos todos.
Lo que diga, haga, comente, discuta y coma, será con dinero de quienes pagamos impuestos. Cuando aparezca en los escenarios preparados que sin duda tendrá, se convertirá poco a poco en todo aquello que en estos días parece no ser: priista. El aparente ciudadano tendrá que convencer de que es parte de algo de lo que en toda su vida no fue, y hoy representa eso que se negó a realizar: ser un priista. Tratará de convencer de que él no forma parte de un sistema caduco e inoperante, pero montado en él, legitimara la imposición de la que es resultado.
Los viejos métodos por algo son viejos. Las prácticas que llevaron a una condición de partido dinosaurio se trataron de modificar por ellos mismos por carentes de legitimidad. Y un presidente que ha carecido de legitimidad en los últimos años de su gobierno, regresa a una manera de presentar un candidato sin el menor intento de generar confianza. Es la pretensión de un triste continuismo que, a nuestro parecer, no genera confianza.
Meade, rodeado de los personajes típicos del PRI, se va a parecer a ellos en poco tiempo. Le van a enseñar a hablar en público. Le impartirán clases de oratoria y le tomarán las fotos que proyecten la mejor imagen posible. El logo se convertirá en una marca en los próximos meses. Pero en cualquier caso, gane o pierda, esté en la contienda o sólo sea parte de una resignación, la marca del dedazo la va a llevar toda la vida. Muchos años después de este inicio de semana, quedará una señal de un país que aún tiene muchos obstáculos en su democracia.
* Marco Antonio Samaniego López. Doctor en historia por el Colegio de México.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.