Voto público: control. Voto secreto: negocio
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Voto público: control. Voto secreto: negocio

MÉXICO - viernes 3 de noviembre de 2017 - LUIS FARÍAS MACKEY.
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MÉXICO 03 NOVIEMBRE 2017 .- Solo hay una sola razón para el voto público, su control.

Cualquier régimen autoritario huye del voto secreto como la noche del día, toda vez que quita del poder público o fáctico la posibilidad de controlar el sufragio que en el secreto garantiza su libertad.

En la práctica parlamentaria es ampliamente conocido y estudiado el fenómeno del party whip (látigo del partido), por medio del cual las dirigencias partidistas controlan el voto de sus fracciones.

Si un diputado o senador no cumple con la línea partidista, su fracción y dirigencia le recriminan, aíslan, retiran apoyos y beneficios y, finalmente, no lo vuelven a postular a cargo partidista, gubernamental o de representación alguno.

En México se instauró la reelección legislativa, cuidando de no tocar el control de la postulación de candidaturas por parte de los aparatos partidistas, de suerte que cualquier legislador que quiera reelegirse, por más efectivo y popular que sea, tiene primero que contar con el apoyo de su partido. Léase, ser dócil y disciplinado.

Uno de los controles más efectivos del viejo priísmo fue el voto nominal a mano alzada.

Frente al voto público, el voto por cédula se exige en muchos parlamentos para nombramiento a cargos por una razón de lógica aplastante: en un caso, porque el nombrado, por más imparcial que sea, siempre se sentirá en deuda con los que hayan votado a su favor y desobligado, sino es que contrariado o confrontado con los que no. Por otro, para evitar que quienes designan busquen cobrarle al designado la factura de su voto en el desempeño de su encargo.

¿Sabe usted, por ejemplo, quiénes son hoy los principales litigantes ante la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación? Los senadores que los eligieron. ¿Sabe usted quiénes son los beneficiarios indirectos de muchos nombramientos judiciales? Despachos de panistas connotados que controlan a distancia las negociaciones de dichos nombramientos y cobran en especie del desempeño del cargo por ello.

No hay nada menos democrático que un voto público, porque es un voto presionable de entrada y cobrable o pagable de salida.

El voto público busca controlar a quien lo emite y a quien lo recibe, haciendo imposible la función de Estado apegada a derecho e imparcial.

Quienes sostuvieron en el lastimoso affair del hoy olvidado Santiago Nieto, que el voto en público aseguraba transparencia, mintieron. Aseguraba, por un lado, el party whip, por otro, la satanización mediática y, finalmente, el sometimiento del beneficiado por dicho voto.

Quienes lo exigieron no buscaban fortalecer a la FEPADE, ni defender al lamentable personaje. Construían una nueva versión de la Inquisición Española. No miraban por consolidar instituciones y dignificar su eficacia, buscaron abierta y denodadamente dinamitarlas, demonizarlas, someterlas o, en su defecto, hacerlas inservibles.

Su discurso y actitud es de suyo incomprensible, por un lado sostienen tener asegurada la Presidencia en el 2018; por otro, hacen hasta lo imposible para que no quede piedra sobre piedra, ni atisbo de posibilidad de consensos, ni ánimo conciliatorio posible.

Entienden la política no como el arte de construir convivencia, sino de hacerla imposible. No buscan sumar, ni acordar, ni accionar juntos. Dinamitan puentes, exacerban ánimos, envilecen el clima político.

Humillar parece ser la consigna, ¿y luego? ¿Qué sigue? ¿Cómo convertir la humillación en acuerdo, la degradación en compromiso, la inquina en pacífica convivencia?

Algo se pudrió hace mucho en la cosmovisión de nuestra clase política, que entiende su quehacer no como el arte de lo propio y común, ni de la unidad de acción efectiva, sino como infierno, recriminación y desencuentro.

Por otro lado, alegar voto público porque los Senadores venden su voto, es una confesión de parte que hunde a los miembros de la Cámara alta en un socavón de estiércol. Frente al desprestigio de que gozan, argumentar desconfianza y medro entre miembros de su propias fracciones es un tiro en la sien. Admitir que los mueve el mejor postor y no el bien de la nación, es reconocer lo inviable y podrido de nuestro sistema político.

Finalmente, la impericia y el descrédito es de todos, no hay en este lamentable Senado nadie que se salve.

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