Por: Dr. Marco Antonio Samaniego López *

TIJUANA BC 22 DE JULIO DE 2016.- Los escenarios de odio, parecen crecer ante los planteamientos de globalización. Si un factor ha establecido una dicotomía dual y antagónica  que  ha llevado a extremos aniquiladores en diferentes procesos de la humanidad es  la manera que en los pueblos establecen su relación con la divinidad en la que creen. 

Las prácticas sociales de una forma u otra están vinculadas por la manera en que se considera que se debe de vivir la religión, cualquiera que esta sea. Los sucesos mundiales de las últimas décadas,  tienen relación directa con la manera en que pueblos enteros comprenden y explicar su presencia en el  mundo. A pesar de los avances tecnológicos, o el fomento de la ciencia como  forma de explicar los procesos, el tema religioso vuelve  a aparecer para unir o  diferenciar. 

De nuevo lo sucedido en Francia hace unos días o el asesinato de policías en Dallas, Texas, tiene como trasfondo el temor al otro. Una respuesta a los lenguajes de odio que se fomentan de diversas maneras a través de discursos que defienden posturas  regionales o nacionales, o la defensa de una  forma de vida sustentada en principios religiosos. Basta con que un individuo lo considere relevante, la afectación que puede causar una sola persona puede resultar  catastrófica para otros. Un solo hombre provocó ochenta y tres muertos y más de un centenar de herido en Niza. 

La otra pregunta que se desprende es ¿que lleva a un ser humano a decidir la aniquilación de otros seres humanos, con los que, en términos personales, no ha tenido contacto? La respuesta fácil es que se trató de un loco. Pero esa argumentación se repite con tanta frecuencia que ya resulta fácil. Pensar diferente no hace loco a nadie, sólo pensar diferente. 

En escenarios de frontera, donde los discursos no son homogéneos, sino diversos y necesariamente yuxtapuestos de alguna forma, los temas de  bordos,  bardas, ¨el otro¨, y en general de diferenciación entre una parte y otra son comunes. Por ello también las referencias de que o quien representa una amenaza para una la estabilidad buscada por todos. 

En las próximas semanas, a pesar de ser la elección de Estados Unidos, el tema del odio y la relación  con  las posibles amenazas se tornará una referencia. Sobre todo cuando un candidato como Donald Trump tiene como principal discurso de campaña un muro que, no tengo idea cómo, resolverá los problemas de empleo en dicho país. Sin duda, la referencia a que los migrantes mexicanos son violadores, es una manera de fomentar el odio. 

En cuanto al muro en sí mismo, a menos que esté equivocado, empezó a construirse desde la administración de Bill Clinton a fines de la década de 1990.  Bush mantuvo su construcción y con Barack Obama como presidente, se continuó. Clinton y Obama, por cierto,   son miembros del partido demócrata. No tiene la barda la altura prometida por Trump, pero la falsa idea de que se trata de una solución claramente se puede cuestionar con la experiencia que ya tienen. 

Sin embargo, lo lamentable de Trump es el discurso de odio que acompaña su propuesta. Una falta de sentido de la relación con un vecino que, independientemente  de los problemas de nuestro país, representa una alianza necesaria en temas tan importantes como la seguridad. Fomentar el temor al otro, en cualquier forma, tiene efectos en algún momento. No son deseables, pero se presentan en formas que sorprenden a quienes están capacitados para que no suceda. 

Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.

* Marco Antonio Samaniego López.  Doctor en historia por el Colegio de México. Su tesis doctoral, Los ríos internacionales entre México y Estados Unidos, fue galardonada como la mejor tesis en el año 2004 por la Academia Mexicana de Ciencias.