Palco de Prensa
Por : Gilberto LAVENANT
En todo tipo de empresa, por aquello de la competitividad y eficiencia, debe existir un catalogo de puestos y, sobre todo, definir los perfiles de quienes habrán de ocuparlos, para el caso de alguna vacante.
En el sector privado, no se pueden dar el lujo, de cubrir vacantes, ubicando a parientes cercanos, compadres o amigos, simplemente por la estimación, confianza o parentesco.
Dicen, que el borracho no traga lumbre, y los empresarios, no regalan sus recursos a nadie. Ni siquiera a sus parientes o amigos.
Por el contrario, son exigentes al contratar nuevos empleados. Lo primero que preguntan, es la experiencia. Si no reúnen el perfil, para la vacante disponible, simplemente les indican que, luego les llamarán, a sabiendas de que nunca lo harán.
Esto no ocurre en la administración pública y mucho menos en la política.
El requisito básico para designar alguien en un cargo o empleo público, no es la experiencia, sino el tipo y grado de parentesco, o relaciones de amistad con determinado personaje. Entre más estrecha y directa sea esa relación, está asegurada la contratación.
Hasta no hace mucho, ocurría que de 30 personas que laboraban en determinada dependencia, más de la mitad no hacía nada, porque eran hija, sobrina, prima, novia o amante de determinado político. Incluso, se daba el caso de que quienes trabajaban, no tenían base. Eran meritorias. Tenían años haciendo méritos, para cuando hubiese una vacante, les dieran la oportunidad.
Las “recomendadas”, no hacían una labor específica. Se la pasaban pintándose las uñas o chismeando. Nadie les podía llamar la atención, porque al hacerlo, provocaban el enojo de sus respectivos “padrinos”. Y hasta la fecha.
Tratándose de puestos de designación, de los primeros niveles, ocurre algo casi similar. Hay quienes cuestionan, en voz baja, por supuesto, el por qué determinada persona ocupa tal o cual cargo, si resulta más que evidente su incapacidad o ineptitud.
Obviamente, de inmediato resaltan los lazos familiares o amistosos, los compadrazgos.
Hasta hace poco, era lo mismo con el otorgamiento de las candidaturas a puestos de elección popular. Individuos sin oficio político, sin carisma y ajenos a la política, por completo, como por arte de mágia resultaban electos para ser postulados. Lógicamente, esto causaba el enojo y frustración de quienes llevaban años en lista de espera, sin que llegara el momento de que les tocara turno.
Hoy, las condiciones han cambiado. No porque las dirigencias partidistas así lo hayan determinado. Si por ellos fuera, todo seguiría igual.
Los cambios se están dando, porque los electores, aunque sean pocos los que acuden a las urnas, ya no se van con la finta. Unos, los que constituyen el voto duro de los partidos, pues por mero compromiso u obligación, votan por quienes les indican. Los demás, los que constituyen el voto libre, lo hacen a favor de quienes deciden hacerlo, pero menos a favor de los candidatos de los partidos tradicionales.
Prefieren a los representantes de partidos pequeños, o a ciudadanos que fueron invitados por algún partido. En algunos casos a los llamados candidatos independientes.
Los comicios del pasado 7 de junio, fueron una amarga experiencia para muchos, políticos. Especialmente para los priístas.
Los únicos ganones, fueron los panistas. Pero no precisamente por ser los mejores, sino porque dicen que son los alumnos más aventajados del priísmo. Hoy, son como los priístas, en sus mejores tiempos.
Los perdedores, si aprenden la lección, deben definir los perfiles políticos de quienes pretenden sean sus candidatos a alcaldes, regidores, síndicos o diputados locales. Que revisen a detalle la personalidad de Jaime Rodríguez “El Bronco”, el gobernador electo de Nuevo León.
Requieren, individuos, hombres o mujeres, entrones.
Personajes con carácter y con la fortaleza suficiente, para enfrentar todo tipo de retos.
Quienes hayan demostrado, desde varios años atrás, que son luchadores sociales. Que hayan demostrado, estar disouestos a enfrentar al sistema político mexicano y a las mafias que lo dominan.
Que no son chambistas, ni venden su criterio por unas cuantas monedas.
Que han sembrado bastante en la sociedad, y que pueden lograr una buena cosecha.
Que en caso de haber militado en algún partido, han sido firmes en deslindarse de ellos.
Que son francos, sinceros, honestos y no meros simuladores.
Que no ven la política, como la vía para lograr riquezas fáciles.
Que no son déspotas, arrogantes, ni convenencieros.
