Entre lo urbano y lo humano
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Entre lo urbano y lo humano

TIJUANA, BC - lunes 3 de octubre de 2011 - Ana Velia Guzmán..
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Mami, ¿ya no quieres jugar conmigo?

por: Ana Velia Guzmán

 

A sus cuatro años intenta descubrir el mundo, ve mas allá de sus trenes eléctricos, su sombrero de vaquero y el parche de pirata.

 

Tiene una sonrisa que encanta y mirada profunda que intenta descifrar la encrucijada de la vida, su nombre es sinónimo de travesura, ingenio y chispa.

 

Pero como la perfección, al menos en nuestro planeta sigue siendo una utopía, este infante tenía un defecto en sus padres, al menos uno más notorio en la madre, dedicada al oficio de las letras, y quien se olvidaba por momentos de que aquel pequeñito no sólo comía, debía ser aseado y dormía y que, como cualquier chiquitín también quería nutrirse del juego de la vida.

 

Cual caricatura de diario, su vida se reflejaba, en una mano el computador y en la otra, dedos prestos y ágiles a lanzar un fugaz cariño a la melena del rubio caballerito, ¿te diviertes hijo, estás bien? Como si con dicha interrogativa pudiera sentir menos su culpa al escribir los artículos que más tarde publicaría y por los cuáles percibía un salario honrado, aunque no suficiente, porque no es primicia que, quien cariño siente por la pluma y papel, en el estómago un hueco tal vez muestra.

 

De repente, las letras del teclado volaban, absorta en su historia de detectives,  joyas y orquídeas, se olvidó del papel más importante de su vida, el de ser madre y se olvidó de que, también su pequeño quería compartir con ella de sus triunfos y derrotas, a sus cuatro años ya conocía la desgracia ocasionada por la falta de pilas en el control remoto de su carro y sabía lo que significaba cuando los helados se deslizan del cono y se estrellaban en el piso, cuando una voz, la sacó de su delirio literario:

 

¡Mami, mira mi torre (apellidada Lego)!, ¡mira, qué tan alta está, soy el campeón de los legos, mira, mira! Extasiado le pedía a la absorta madre que le hiciera caso, que le dedicara aunque fuera segundos para admirar su delicada y colorida obra de arte. Pero la escritora, seguía buscando final a su obra, ¡Espérame hijo, por favor, necesito terminar, un poco nada más!.

 

Un silencio incómodo que lanzó un grito desesperado, ¡Mami, es que, ya no te gusta jugar conmigo? La dueña de la historia, se sintió el ser más desgraciado y malagradecido, sus ojos a punto de llanto, sus manos detuvieron su acelerada marcha. Entonces volteó hacia el pequeñín que, pacientemente, esperaba respuestas, lo tomó cariñosamente en su regazo y le aclaró con palabras rosas pero necesarias.

 

¡Mi vida, eres el pedacito de carne más amoroso del mundo, te quiero, si no puedo hacerte caso cuando me lo pides, es porque necesito, al igual que tu papi, trabajar, para que no te falte nada,  para comprarte tus rompecabezas que te encantan, tus pastelitos de chocolate que te vuelven loco y para que siempre tengas ropa bonita que lucir!

 

Y como si el anterior discurso fuera entendido por el pequeñín, la rodeó de abrazos y besos, le acarició su rostro y se atrevió a pedirle perdón.

 

Entonces la quebrantada madre, decidió cerrar la computadora, con final inconcluso dejó su historia, pero la de ella, por lo menos, tenía uno muy firme y era lo único que sabía en ese momento, apapachar a su hijo y participar de su fantasía y sueños que nunca suplirían la mejor trama del mundo.

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