El país donde a las mujeres no les preguntan
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El país donde a las mujeres no les preguntan

México DF - miércoles 25 de marzo de 2015 - VICTORIA VITAL.
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Pour: Mme. Victoria Stojcic”, así dice la carta que esperaba desde hace dos meses para registrarme al seguro social francés. Estaba sorprendida, no sólo porque no conozco a esa persona, sino porque en el país del feminismo, donde las mujeres usan el cabello corto y los pelos largos, a la mujer no le preguntan si ha cambiado o si desea cambiar su apellido después del matrimonio.

No sólo eso, ahora debo escribir una carta especificando que decidí quedarme con mi nombre de soltera y esperar dos meses más a que hagan el cambio. En Francia, cuando te casas, no sólo (automáticamente) cambia tu nombre y tu identidad, sino la de tu familia y la de tus hijos (si decides tenerlos) también. ¿Por qué si es la madre la que generalmente carga con el trabajo de la familia, su nombre es el primero en olvidarse en los archivos de la administración y en la historia misma?

Incluso en México, ya es posible poner el apellido de la mujer y después el del hombre en el registro de los hijos.

No soy la única que sufre las “consecuencias” administrativas de casarse: en el trabajo, tu correo electrónico institucional lleva, por supuesto, tu “nombre de familia” (porque la familia, en un sistema así, es la familia del hombre). Imagina que toda la vida conociste a Fulanita PETIT y un día necesitas enviarle un mail, pero Fulanita PETIT no existe más en la intranet.

Tienes la duda de que la Fulanita MARTIN sea la misma que conoces, pero no estás segura. Así que te diriges a su escritorio y le preguntas por su correo electrónico. Sin darte cuenta, pasaste de una cosa profesional, a enterarte de sus problemas personales (divorcio) y sin quererlo. Ella, por su lado, no creo que le guste la pregunta recurrente por meses sobre su correo electrónico (y más en el fondo, su situación personal).

Asimismo, tampoco creo que le encante realizar el dichoso trámite burocrático de cambio de apellido: Seguro social, seguro de habitación, trabajo, tarjeta del metro, oficina de apoyo familiar, etcétera y etcétera. Si registrarte al seguro social me tomará 4 meses, no quiero imaginar lo que tarda cambiar toda una vida en los registros franceses.

Para la administración (sí, androcéntrica) es mucho más fácil lidiar con una sola identidad familiar, la del hombre, claro. Pero la que tiene que lidiar con los cambios de identidad son ellas, no sólo al casarse, sino al divorciarse y al tener hijos también. El problema no es solamente cambiar tu apellido pasar por trámites administrativos, sino también es atravesar por una transformación identitaria, de creación y recreación de la mujer a partir de la figura masculina.

Lo más sorprendente es que en el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad, el Estado no le pregunta a la mujer quién quiere ser. El Estado la (re)inventa desde su lugar de esposa, no de mujer, no de persona, no de ciudadana.

Así también con la presente discusión en Francia sobre el uso del velo en la Universidad, una discusión que tiene por objeto extender la ley de laicidad que prevé la prohibición de llevar símbolos religiosos en las escuelas públicas francesas (primaria, secundaria, preparatoria). Quienes están en contra de la prohibición del velo, argumentan que en la Universidad, las mujeres ya tienen la posibilidad de tener un juicio reflexivo al respecto; quienes están a favor de prohibirlo, piensan que es una práctica que atenta contra la libertad de decisión de las mujeres.

Al final, todos hablan de lo que las mujeres deben o no hacer; de lo que deben vestir, decir o pensar; las juzgan y las critican, utilizando el discurso feminista para quitarles la libertad de decidir. La señalan y la llaman retrógrada si utiliza el velo, más no le preguntan qué quiere, qué desea, qué le gusta, o en todo caso, en qué cree y cuál es su fe. Además, este discurso supuestamente feminista sirve para reforzar la xenofobia y el miedo hacia el Islam en particular. Nadie cuestiona las pelucas o los gorros de las judías o las túnicas de los hombres musulmanes. En este juego, las que más salen perdiendo son ellas, las mujeres musulmanas.

Así, el feminismo de la diferencia, la deconstrucción y reconstrucción del género que tanto se ha “reivindicado” en este país, pareciera no tener eco en las instituciones. La libertad y la igualdad se reservan para algunos cuantos (en masculino), mientras que la fraternidad se desvanece entre discursos xenofóbicos y racistas. En un entorno así, las que más salen perdiendo sieguen siendo ellas. No es cuestión de victimizarlas, sólo de visibilizarlas, sobre todo a aquellas que en la suma de condiciones, están impedidas o enmudecidas por los medios de comunicación o por el estado mismo.

Por mi cuenta, ya escribí mi carta para aclarar mi situación civil: sigo siendo yo, Victoria Guadalupe Vital Estrada, con todo lo que mi nombre carga: Mis raíces, mi historia, mi familia, mi país, mi esencia, mi ciudadanía... Bueno, ¡hasta mi cuenta en Facebook, Twitter, Linkedin y demás! De lo personal a lo público, un nombre lleva en sí una gama de elementos que nos constituyen, nos definen y nos identifican.

Dejemos a las mujeres decidir libremente cómo se llaman y cómo se visten… Y si tiene dudas, ¡pregúntele!

@VictoriaVital

Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.

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