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Apuntes Perdidos

ENSENADA, BC - miércoles 29 de octubre de 2014 - Marco Antonio Domínguez Niebla.
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Cuento en la frontera. El señor presidente de la federación y uno de sus discípulos -el señor presidente de la asociación- se han peleado con un montón de gente durante el montón de años que han gobernado sus respectivas entidades. Para ellos, es práctica común, algo así como una adicción al conflicto. El puro placer por la confrontación. Y entre quienes han desatado las iras tanto del señor presidente de la federación como de uno de sus discípulos -el señor presidente de la asociación- se encuentra un reconocido adversario que dirige el torneo más prestigioso de las categorías infantiles en el mundo. En consecuencia, todo aquel que se atreve a desafiar al señor teniente y a uno de sus discípulos -el señor presidente de la asociación- está atentando contra la normatividad y la legalidad que rigen dentro de ese extraño mundo de dictaduras y cacicazgos, como extraído del peor pasado. Y, por ejemplo, si los padres de los chicos toman la decisión de apostar por el sueño de jugar la clasificación a ese torneo histórico televisado internacionalmente, pero dirigido por un reconocido adversario al que el señor presidente de la federación y uno de sus discípulos -el señor presidente de la asociación- tienen en su inagotable y a diario renovada lista negra, correrán el riesgo de ser desterrados. O en el mejor de los casos, si no quieren ver inhabilitados a sus hijos por un mínimo de dos años, serán citados por las altas autoridades para que ofrezcan sus disculpas por haberse atrevido a mancillar el honorable deporte federado, ese que representan el señor presidente de la federación y uno de sus discípulos -el señor presidente de la asociación.

Hombre de beisbol. Ya era un señor mayor cuando lo conocí. Sucedió semanas antes de realizarle una entrevista a manera de semblanza por su trayectoria. Los mingitorios del campo de valle verde fueron el escenario de aquel extraño primer encuentro en el que ni palabra cruzamos. Yo estaba en lo mío después del café matutino, mientras la fila detrás de ambos era digna de una final con peloteros de la talla de los que integraban los equipos Octopus y Publicidad Márquez, a mediados de 2002. Él también en lo suyo, pero más tranquilo, sin prisas, con la paciencia que exigen los años. “Cosas de la edad, espérenme…”, decía, ante la presión, incluso cariñosa, de quienes esperaban tomar su turno para liberar la urgencia tras la ingesta del líquido contenido dentro de las latas que cargaban consigo. Salí y él se quedó dentro todavía, correspondiendo a las bromas, antes de volver a sus funciones como coach de uno de los equipo finalistas. Vestía una camisa en tono púrpura cuyo frente mostraba el nombre del equipo: Octopus. Y sobre la espalda podía descubrirse la identidad del caballero al que todos conocimos en vida justo como se leía por encima de su número: Montoyita.

A ella. De repente le gustaba leerlo. Lo corregía algunas veces. En otras, si el tema le era ajeno, ni siquiera había referencia a la columna de esa semana. Había otras veces que se conmovía con lo escrito, sobre todo si se sentía identificada, o si el texto, directa o indirectamente, la relacionaba. La distancia los ha separado más tiempo del que él supuso en principio. El columnista, sin embargo, escribe con una vaga ilusión convertida a veces en una extraña certeza, y la imagina interesada, leyendo cada nueva entrega, mientras lo corrige, o lo ignora si el tema le ha sido ajeno, o se conmueve si, como en este caso, el texto la relaciona directa e indirectamente.

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