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Apuntes Perdidos

TIJUANA, BC - miércoles 22 de octubre de 2014 - Marco Antonio Domínguez Niebla.
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El corazón de octubre. En principio, no estaba de acuerdo con ella. Siempre he supuesto que resulta suficiente con el apellido para marcar a la descendencia y que además resulta excesivo sumarle un nombre que, irremediablemente, durante los primeros años del chico será mutilado frente a la carga que conlleva el diminutivo por ser “el hijo de…”. Pero al final cedí con una condición: “sólo el primer nombre; el segundo lo elijo yo”. La conciliación, hecha apenas descubierto el sexo del bebé que se formaba en el vientre de mamá, resultó exitosa. “Nació Marco Iván”, escuché por el teléfono, parado justo sobre la pista del deportivo Sullivan durante una de las tantas carreras atléticas de la temporada. Y sonó tan bien que se me hinchó el pecho de orgullo. Ya estaba entre nosotros. Era un domingo de trabajo. Justo el día 15 de hace ocho años. El mero corazón de octubre.

Corre, Sammy, corre. Lo vi por la ventana. Disimulé en espera de su reacción ante el reencuentro. Por meses fue como si la tierra se lo hubiese tragado, aun cuando en Facebook siempre aparece en línea sin dar el “visto” al montón de mensajes que ha dejado pendientes desde su partida. Unos segundos más tarde, ya dentro del lugar, reviró hacia su izquierda. De reojo, pude ver que me vio. Seguí en la misma posición para camuflar mi condición de testigo frente al momento en el que jaló la puerta de entrada al café, caballeroso, para dar paso a su acompañante. Sin embargo, al alzar la mirada y girar hacia mi costado derecho, jamás lo encontré. Sólo estaba ella, ordenando para dos. “Un portavasos. Es para llevar”, dijo la barista del lugar. Giré de nuevo para mirar al exterior. Fue la última vez que pude ver al ex directivo de los Pescadores y desertor del nuevo proyecto de tercera división llamado Tiburones Blancos: huía rumbo a su auto, como si escondiera algo, como si fuera otro y no Sammy Flores, el promotor que, emocionado, aseguraba que era momento de afincar una franquicia de futbol de segunda división en Ensenada, la misma ciudad en la que ahora realiza visitas fugaces, como de prófugo.

Coleccionista de fracasos. No fue por Vito ni por Burgos. Tampoco por los dos chicos: Chuyito y Montañez. A los cuatro no podría más que desearles suerte, igual que al resto de sus compañeros, todos finalmente víctimas del caos. Si disfruté la eliminación inmediata de Baja California, antes siquiera de llegar a semifinales del campeonato nacional, fue por Freddy, el dirigente anacrónico y revanchista, el tramposo que dirige la Asociación Estatal de Beisbol y que los metió a todos en un camión para someterlos a la tortuosa travesía de dos días por la carretera, entre ida y vuelta, hasta llegar a Ciudad Juárez y luego de regreso. Un capítulo más en la historia del fracaso repetida una y otra vez en su décimo séptimo intento por ganar un campeonato nacional de primera fuerza. Sólo ha cambiado el final, cada vez aún más decadente: ahora ni aeropuertos ni vuelos ni aviones ni dignidad ni nada.

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