El próximo año se elegirán dos mil 179 cargos de elección popular en 17 entidades del país. Toda una renovación de políticos.

Suponiendo que cada uno de los diez partidos políticos nacionales con registro compitiera individualmente y postulara a un candidato para cada cargo de los que se disputarán, en las elecciones de 2015 tendríamos contendiendo a veintiún mil 790 candidatos. Ha señalado el presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, que ésta será la elección más grande de la historia.

El tema es que si sacamos un estudio de productividad y eficiencia demostrada por esos dos mil 179 servidores públicos que hoy ocupan los cargos que están por concluir, particularmente de quienes encabezan los gobiernos municipales y delegacionales, órganos que por su naturaleza, supuestamente son los más cercanos a las necesidades de la gente y se hiciera una medición del grado de transformación que hubo en las localidades, desde el inicio de sus gestiones, salvo honrosas excepciones, los resultados serían prácticamente nulos.

Tristemente el trabajo de las administraciones locales se ha distinguido por la opacidad, la indiferencia por los problemas y por un abismo en la percepción de progreso que tienen los ciudadanos, de la que tienen quienes las gobiernan.

La lista de alcaldes y delegados del Distrito Federal relacionados con escándalos de corrupción, malversación de fondos, abuso de poder y vinculación con actividades ilícitas es muy larga. La más reciente es la del alcalde de Iguala señalado de mantener junto con su esposa vínculos con la delincuencia organizada, ambos fugados del pueblo cual pasaje de la película de “La Ley de Herodes”.

Bajo ese panorama, hoy como nunca es menester que los partidos políticos asuman seriamente su responsabilidad en la designación de quienes habrán de buscar un espacio de representación popular y, de una vez por todas, se hagan cargo de las consecuencias derivadas de designaciones ligeras.

Bien dicen que el éxito tiene muchos padres y que el fracaso es huérfano y, en efecto, en pocos ámbitos como en el político tiene tanto significado esta frase. Basta ver que cuando los gobernantes se ubican en medio de un escándalo, los partidos políticos que los postularon no sólo no se muestran muy animosos de salir a asumir su responsabilidad sobre los actos de sus correligionarios, como sí lo hacen cuando ganan las elecciones, vaya se desentienden.    

Lo cierto es que en un país donde el sistema político nos ha acostumbrado a ser un espacio donde se exige muy poco a quienes lo integran y a pagar mucho, y en donde se viste de “dignidad” al mediocre, evidentemente todos los días le llueven personajes providenciales presumiendo grandes visiones políticas.

El proceso electoral del año próximo será el primero después de una importante reforma constitucional, que se traduce en un nuevo paradigma político y electoral compuesto de trascendentes instrumentos institucionales.

Sin embargo, la convicción transformadora no se puede dar por bien servida con la sola promulgación de leyes. Debe además ser cuidadosamente acompañada de un ánimo permanente de vigilancia por parte de todos los que la impulsaron y que además, serán también en buena parte garantes de hacerla valer.

Así, los partidos políticos además de adoptar las medidas necesarias para garantizar que cada uno de sus candidatos tenga una forma honesta de vivir y se encuentren libres de vínculos de cualquier índole con grupos delictivos, deben esforzarse en procurar que quienes encabecen sus planillas, tengan un poco más que ofrecer que una simple y llana “visión política”.   

Es fundamental que se postulen candidatas y candidatos imbuidos de muchas visiones que les permitan entender medianamente lo que significa ser un representante del pueblo, responsable de velar por el interés general de los ciudadanos y de la adecuada administración de los recursos públicos porque eso y no otra cosa, es lo que implica ostentar el poder político para incidir en las decisiones de un gobierno. 

Políticos dignos, éticos, que den la cara, que rindan cuentas, que tengan la grandeza para asumir los costos de sus malas decisiones de la misma forma que la tienen para asumir el reconocimiento de las buenas. 

Que hagan suyos los problemas de la comunidad, en tanto ellos, así solitos,  ofrecieron ser depositarios de la confianza ciudadana para generar soluciones.

Sensibles a que la mejor manera de hacer política es poniéndose a trabajar y que ganarse el apoyo de la gente, es una labor que no termina con la campaña sino que ahí empieza y deberá estar vigente, todos los días de su gestión.  

Conscientes de que cuando un ser humano no tiene nada, tres años sin cambiar sus condiciones son una eternidad tirada a la basura en manos de un político más, que no supo o no se interesó en saber, cuál era su función.

De entender que cada día del tiempo que dura su cargo es una oportunidad para cambiar el destino de cientos de familias y que en política, con quien seguro sí siempre hay que cerrar filas, es con los ciudadanos.

Así las cosas, si a Juárez le dieran la oportunidad de dar un vistazo en el México de hoy, se volvería a morir al descubrir que no fue explícito con su legado al encontrar a cientos de funcionarios públicos improvisados, surgidos del ocio y la disipación e impulsados a gobernar, sólo por voluntades caprichosas y por la esperanza de inventar fortunas, a partir de disponer de las rentas sin responsabilidad.   
   
Y en efecto, los hechos demuestran que no necesitamos más visión política.
Necesitamos visión y convicción de ciudad, de progreso, de respeto al estado de derecho y de respeto a los ciudadanos. Una visión de gobierno con escrúpulos.