El día que tuvieron voz quienes no la tenían
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El día que tuvieron voz quienes no la tenían

TIJUANA BC - domingo 10 de noviembre de 2019 - Gerardo Fragoso M..
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Mapamundi
Por: Gerardo Fragoso M.

TIJUANA BC 10 DE NOVIEMBRE DE 2019.- Luego de 21 días de protestas, Juan Evo Morales Ayma renunció a la presidencia boliviana. Las circunstancias de su caída son una fábula aleccionadora para el lopezobradorismo y su partido, Morena.

Morales nació hace 60 años en Orinoca, un asentamiento pobre y aislado, cercano a la frontera con Chile. En su autobiografía, titulada ‘Mi vida, de Orinoca al Palacio Quemado’ (la sede presidencial), Evo relataba: “no conocí la ropa interior hasta los 14 años”. De sus siete hermanos, solamente él y otros dos sobrevivieron. Sus padres eran agricultores y criadores de llamas. Obligados por la pobreza, Evo y su familia migraron hacia Argentina, para trabajar en la zafra azucarera. No duraron mucho. Al año siguiente, volvieron a Bolivia, para trabajar de nuevo en el campo. A los 21 años, ‘El Niño’ acabó con las tierras de su familia, que se fue a Cochabamba.

Ahí, Evo arrancó su vida en los movimientos sociales. A los 26, Morales ya era líder de los cocaleros, agricultores que cultivan la hoja de coca, que contiene alcaloides estimulantes. Con la referida planta se hace un té en Sudamérica, pero de ahí también se extrae, mediante un proceso químico, la cocaína. Por eso, Estados Unidos luchó, durante muchos años, por su erradicación.

En 1997, Morales dio un paso clave en su ascenso al poder: su movimiento de cocaleros fagocitó al MAS (Movimiento al Socialismo), partido político fundado 10 años atrás, que no había pasado de ser un ‘bonsái’. Ahí se juntaron las exigencias de los agricultores cocaleros, que se resumían en poder cultivar y vender todo lo que quisieran, sin restricción alguna, con una exigencia del MAS, consistente en que no se exportara gas natural a México y Estados Unidos vía los puertos de Chile, hasta que este país no concediera una salida al mar para Bolivia.

Ambos movimientos se fortalecieron con su sinergia y, en 2002, Evo se quedó a 1.52 puntos de ganar la presidencia. A partir de ahí, efectuaría una oposición implacable. Hizo caer al vencedor de aquella elección, el neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada y Sánchez Bustamante. Luego, se cruzó en su camino Carlos Diego de Mesa Gisbert, mucho más centrista, al cual también derribó. El siguiente mandatario interino, Enrique Eduardo Rodríguez Veltzé, ya solo podría convocar a elecciones anticipadas, en 2005. Paradojas de la vida: 14 años después, Mesa hizo caer a Evo.

El 22 de enero de 2006, Morales llegó a la presidencia de su país. Había triunfado en las elecciones del 18 de diciembre de 2005, con el 53.72% de los votos. Arrasadoramente, como siempre triunfa la izquierda cuando una nación lleva demasiados años sometida a las vejaciones de una derecha empoderada, casi siempre, a contrapelo de la voluntad ciudadana. Sin embargo, 13 años después, los bolivianos han aprendido que votar por una izquierda castrochavista solamente significa cambiar de verdugo, no de futuro.

Desde su primer mandato, Evo mostró, a las claras, sus intenciones de perpetuarse en el poder. De acuerdo con la constitución boliviana vigente en aquel entonces, los presidentes solamente podían reelegirse una vez. Evo la derogó y promulgó una nueva, haciendo un ‘borrón y cuenta’, por lo cual, su reelección de 2009 contaba como un primer mandato. Además, incrementó el periodo presidencial de cuatro a cinco años. Morales no tuvo problema para reelegirse, ni en 2009, ni en 2014.

Más allá de esas argucias legales, la propia Organización de Estados Americanos reconocía, hasta ese momento, que los triunfos de Morales eran legales. Y es que los resultados de su gobierno, en aquella época, lo avalaban. Por ejemplo, Evo había logrado reducir la desigualdad: al asumir, Bolivia tenía un Gini de 58.5 puntos, que en 2017 ya era de solamente 44. De igual forma, Evo había disminuido su propio salario (un 57%) y el de otros funcionarios, al tiempo que emprendió la campaña de alfabetización ‘Yo sí puedo’. Con Evo, además, la economía creció hasta picos de 6.2% en 2008 y 6.8% en 2013.

Políticamente, Evo fue parte del eje que también constituían Hugo Rafael Chávez Frías, mandatario de Venezuela, y Rafael Vicente Correa Delgado, presidente de Ecuador. Entre 2007 y 2012, constituyeron una enloquecida y radical troika castrochavista, contraparte del izquierdismo racional que encarnaban el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, la chilena Verónica Michelle Bachelet Jeria y los uruguayos José Alberto “Pepe” Mujica Cordano y Tabaré Ramón Vázquez Rosas. Los tres alegres compadres “socialistas” (autócratas, en realidad) vociferaron en la ONU y, por algunos años, con el dinero del petróleo venezolano, ejercieron una influencia tan grande como la de Estados Unidos en América Latina. La muerte de Chávez, la caída en los precios del petróleo y la salida de Correa del poder, debilitaron a Evo, quien era el último sobreviviente de esa troika.

En 2016, Evo intentó una nueva maroma legal para reelegirse. Convocó a un referéndum para determinar si se avalaba una cuarta postulación suya. Un 51.3% lo rechazó. El autócrata boliviano ignoró la voluntad popular. En 2017, el Tribunal Constitucional Plurinacional (afín a Evo) dijo que el referéndum no valía y Morales podría reelegirse. Katia Urona Gamarra, presidenta del Tribunal Supremo Electoral, dijo que el referéndum si valía. Acto seguido, los evistas la cercaron, hasta que renunció, a fines de 2018. Estaba así preparado el escenario para que Evo se reeligiera al precio que fuera.

Llegamos así a las elecciones presidenciales del pasado 20 de octubre. La ley indica que, para evitar la segunda vuelta, el candidato puntero debe tener 50% o más de los votos, o bien 40% o más, pero con una diferencia de 10% sobre el segundo. Morales no pudo alcanzar el 50% y, aunque tenía más del 40%, no rebasaba por más de 10% al segundo lugar, Carlos Mesa, postulado por la alianza centrista ‘Comunidad Ciudadana’. Fue en ese momento que vino una ‘caída del sistema’ a la boliviana, interrumpiéndose los datos sobre el conteo de votos. Al retomarse, “mágicamente”, Evo ya tenía los 10 puntos de ventaja. Con semejante cochupo, fue declarado “ganador” y presidente hasta 2025.

Pero el pueblo boliviano no aguantaba más. Vinieron entonces 21 días de protestas. Primero, Evo buscó ignorarlas, al tiempo que utilizaba a grupos de porros, afines a su partido, para atacar a quienes se manifestaban en su contra. En forma sinvergüenza, el mandatario dijo que se estaba efectuando un “golpe de estado” en su contra, cuando era él quien buscaba dar un autogolpe, al mejor estilo fujimorista.

Una auditoría de la OEA al proceso electoral, confirmó que se había perpetrado un “gigantesco fraude”. Fue la gota que derramó el vaso. Morales quiso apaciguar las aguas convocando a otras elecciones, donde buscaba postularse nuevamente. Pero Bolivia ya estaba muy harta de él y de su corte imperial castrochavista. Así, mientras las protestas ciudadanas se recrudecían, el ejército boliviano y la policía nacional, solicitaron, en voz de sus comandantes, la salida de Morales. Fue un claro ultimátum. Pasado el mediodía del domingo, Evo dimitió. Salvo en Venezuela, donde ya sabemos cómo son las cosas, la izquierda no ha durado gobernando más de 15 años seguidos en ningún país latinoamericano. Evo se va a punto de cumplir los 14, huyendo de su país, repudiado por su pueblo, que festejó en las calles su salida. También renunció toda la cúpula que le rodeaba. Bolivia se fue a la cama, el domingo, acéfala, pero feliz: recuperó la democracia. Sin embargo, otra vez es una felicidad engañosa: solamente cambiaron de verdugo.

Por cierto, que, desde México, se impulsó el tuit #Evonoestassolo, en la madrugada dominical ¿Quién lo pagó?

*
En España, que ayer celebró elecciones presidenciales (las cuartas en cuatro años), triunfó Pedro Sánchez Pérez-Castejón, político liberal, actual mandatario y candidato del PSOE.

Apenas el 28 de abril se habían celebrado otros comicios. Ahí también ganó Sánchez, pero, igual que ayer, no obtuvo mayoría absoluta (175 diputados) para formar gobierno. Recordemos que España es una monarquía parlamentaria y, si no se tiene la mayoría en las cortes (el congreso), no se puede ser investido presidente.

Sánchez si podía formar gobierno, sumando los votos del PSOE a los de la coalición izquierdista Unidas Podemos y los partidos regionales vascos. A cambio de esos votos, el líder de UP, Pablo Iglesias Turrión, pedía una vicepresidencia social y cargos con “competencias para desarrollar políticas sociales en (los ministerios de) Igualdad, Trabajo, Hacienda y Transición Ecológica. Sin embargo, el PSOE hace mucho que no es un partido de izquierda, sino liberal. Por ello, lo primero que pedía era que Iglesias (conocido por su encendido discurso socialista) no fuera ministro (secretario de estado). UP aceptó. Pero luego, le ofreció a UP solamente cargos de adorno en el gabinete, como un ministerio de Vivienda que, sin embargo, no tuviera atribuciones para reducir el precio de los alquileres (uno de los problemas más fuertes que enfrenta la clase media española). Así, Iglesias y su partido no aceptaron votar por Sánchez en sus dos intentos de investidura.

En este punto, resulta menester entender que Sánchez es un guiñol del Banco Central Europeo y, al final del día, de George Soros y la élite financiera mundial. No por nada, los directivos de BBVA han dicho que se sienten más a gusto con él que con Mariano Rajoy Brey, su antecesor, quien era derechista. Sus patrones le dijeron a Sánchez que, por ningún motivo, hiciera un gobierno de coalición con Unidas Podemos, que la única alianza aceptable era con Ciudadanos (otro partido liberal, que encabeza Alberto Carlos “Albert” Rivera Díaz). Y Pedro movió la cola y obedeció sin chistar.

Sin embargo, Rivera, al ver la debilidad del Partido Popular (PP), que había cosechado el peor resultado de su historia en abril (66 escaños), creyó que podía hacer lo que los españoles llaman el ‘sorpasso’ y convertirse en la primera fuerza política de la derecha. Así que se negó a pactar con Pedro.

Por ello, Sánchez, primero, convocó a otras elecciones, pensando que podría convertirlas en una suerte de referéndum, donde los españoles votarían en tropel por él; segundo, impulsó a Íñigo Errejón Galván, ex aliado de Iglesias y ahora enemigo suyo, quien es el típico “izquierdista” que se vende al mejor postor. Errejón lanzó su propio partido (Más País), buscando restarle votos a UP y, así, convertirse en la bisagra que Pedro necesitaba para ser investido.

Ayer, los españoles castigaron a todos los anteriores. El PSOE sacó 120 escaños, tres menos que en abril y, ahora, se le complica el panorama. Para sumar los 175 que le hacen falta, requiere sumar los 35 de UP, los tres de Más País (si, Errejón fracasó rotundamente) y 17 de los partidos regionales no independentistas, incluyendo, forzosamente, los 12 de los vascos. De entrada, Iglesias ya anunció ayer que solamente dará sus 35 escaños si hay un gobierno de coalición, lo mismo que Sánchez no quiere, para no hacer enojar a Soros y sus patrones de la élite financiera. Otro camino para el PSOE es sumar los 35 de UP, los 10 de Ciudadanos, los 7 del PNV (el partido vasco más ‘light’) y los 3 de Más País. Aquí el punto es que Ciudadanos difícilmente irá junto a UP y el PNV, pues trae un discurso contra Iglesias y los partidos regionales.

La posibilidad de un gobierno PSOE-Ciudadanos, el sueño dorado del Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, está muerta. PSOE y Ciudadanos suman solamente 130 escaños, frente a los 140 del PP y VOX. Ni siquiera con los tres votos de Más País y absteniéndose los demás, se rebasarían los escaños de la derecha. Se necesitarían los sufragios de los partidos regionales no vascos y no independentistas catalanes (Ciudadanos ha sido su feroz enemigo), más la abstención de UP. Las presiones para que se cristalice esa suma serán enormes, pues es la forma más sencilla que Soros tiene de salvar a Pedro. La otra ya la ha dicho Sánchez: modificar la ley para que el candidato más votado sea investido, a fuerza, aunque no tenga mayoría. Sin embargo, difícilmente pasaría y, lo más probable, es que generara protestas en las calles.

Seguramente, se buscará que el PSOE sume con los partidos regionales, a excepción de los independentistas catalanes. Esa cifra da 142 escaños, dos más que los tendrían, unidos, PP y Vox. Habrá enormes presiones para que Ciudadanos y Unidas Podemos se abstengan, y dejen gobernar a Sánchez.

Más allá de todo lo anterior. Hay dos cosas que resaltan en los comicios españoles de ayer. La primera, un ascenso meteórico de Vox, el partido derechista que enarbola una línea nacionalista, catalogada como de “extrema derecha” por los liberales afines a Soros, simple y sencillamente porque saben que está ligada al presidente ruso Vladimir Putin, su peor enemigo. Pese a que los medios afines al gobierno de Sánchez lo bloquearon y a toda la propaganda en su contra, Vox creció de 24 a 52 escaños, respecto a la anterior elección. Más del doble. Por ello, este lunes amanece como la tercera fuerza política de España, rebasando a Unidas Podemos y Ciudadanos, los dos partidos que emergieron tras la crisis económica que se registró a inicios de la década, llevándose a los votantes descontentos de PSOE y PP, respectivamente.

¿El secreto de Vox? Coincidir con millones de personas en los temas “incómodos”, como el rechazo a la asimilación de los LGBT, de los migrantes africanos y árabes, con todo e islam, del feminismo. También pedir un freno tajante al independentismo catalán. Santiago Abascal Conde, su líder, es, desde ya, un Matteo Salvini español que, tal vez no llegue a gobernar (España no es Italia), pero si puede ser clave para que el PP lo haga.

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Gerardo Fragoso es periodista y analista político desde 2000. Ha laborado para medios como Milenio, La Crónica, Televisa, UniRadio, El Mexicano, Organización Editorial Mexicana, Newsweek, entre otros. De igual forma, es asesor en comunicación política.

Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.
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