Por: Marco Antonio Samaniego
TIJUANA BC 17 DE OCTUBRE DE 2019.-Dentro de los cambios que se han empezado a manifestar en el orden de la administración del poder, una gran noticia es que Carlos Romero Deschamps se fue, cuando menos de manera formal. La figura enquistada en el presupuesto nacional desde hace un cuarto de siglo, es un ejemplo de las debilidades de un sistema político que se define a sí mismo sustentado en la representación por partidos, pero que en realidad dejó espacios en los cuales, personajes tan distopicos como el mencionado, hicieron de todo el sistema político una vergüenza para el país.
Los análisis sobre el sindicalismo en México, con nombres tan simbólicamente sombríos como Fidel Velázquez, Napoleón Gómez Urrutia, Elba Esther Gordillo y muchos más – como Romero Deschamps - han llevado a una forma de organización laboral a quedar en el banquillo de los acusados, como parte de la corrupción que ha permeado numerosos instancias nuestro país.
Sin embargo, Deschamps, como los otros, no están solos. Hay partidos políticos que los acompañan y que avalaron su presencia durante años. Fueron funcionales para el poder y para las organizaciones políticas, al grado que en las cuotas de diputados y senadores siempre aparecieron miembros de los sindicatos para representar no al pueblo, sino cuotas de poder. La elección lo que hizo fue sancionar una decisión cupular previamente negociada.
Por ello, lo que observamos en todas las elecciones es dinero del pueblo gastado en tribunales, pruebas, testigos, sellos oficiales; semanas o meses para esperar la decisión de los tribunales, con abogados y jueces que justifican el gasto para una mejor democracia, pero que, con renuncias como está, dejan ver que lo podrido estaba podrido, con jueces, tribunales, partidos y numerosas leyes que se aplican selectivamente.
Esta renuncia no es sólo el acto público de Romero Deschamps de dejar una secretaria general de un sindicato, sino la muestra que ante tanta legalidad un personaje como este pudo vivir del sistema durante un cuarto de siglo. Consagrado por Carlos Salinas de Gortari, ha mantenido presencia con Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, así como diez meses con AMLO. Qué bueno que en este sexenio dice adiós, pero que mal que se vaya sin dejar explicaciones coherentes sobre su agradable renuncia. Ojala que los presidentes mencionados le expliquen al pueblo de México que negociaron con él en administraciones de distintos partidos. Que se sepa porqué a pesar de las evidentes muestras de corrupción, ellos estuvieron dispuestos a pagarle millones de pesos a alguien de quien se tenía sobrada información sobre sus excesos.
Este caso, a quienes están en las condiciones de hacerlo por su lugar en la administración, debería ser un punto de inflexión de cómo tantos años fue senador, diputado, y luego senador y luego y luego y luego, pero con resultado nulos. Y todo por ser secretario general del sindicato de petroleros. ¿Dónde está la congruencia de los partidos políticos al dejarlo permanecer tomando decisiones de particular relevancia? ¿Cómo durante un cuarto de siglo pudo cobrar como representante popular y líder sindical? ¿Porque, hace quince o veinte años, los partidos políticos sostenidos con el dinero del pueblo, no hicieron nada por expulsarlo y, de ser el caso, encarcelarlo? Hoy se va, pero con renuncia, no como una acción de algún partido o como efecto de un proceso en el cual la información sea necesariamente pública.
Esta renuncia deja ver que una reforma de Estado es indispensable para evitar que se reproduzcan los procesos que permitieron el encumbramiento y la permanencia de un personaje que desnuda al sistema político que permitió su existencia. Romero Deschamps puede terminar en la cárcel – como apuntan algunos analistas – o no. Pero sería maravilloso que se presentara en una audiencia pública para que explicara las razones, las negociaciones, los nombres, los detalles, los recursos que negoció, para escribir una historia moderna de México. Sería una muestra de que es necesario cambiar muchas, pero muchas prácticas en el terreno político.
Luego, deberían presentarse ante la audiencia (del senado, por ejemplo, pero con cámaras y sonido) los diferentes dirigentes de los partidos para, luego de ser nombrados, nos dieran sus versiones de los hechos. Serían necesariamente diferentes, pero con enormes posibilidades de lograr encontrar verdad en los argumentos para explicar por qué lo dejaron tanto tiempo ahí, como una muestra de la incongruencia de los partidos que negociaron sus idearios para evitar el tema.
Renunció, pues, uno de los personajes lúgubres de nuestro tiempo. No fue obligado por las instituciones encargadas de cuidar la administración de los recursos. Tampoco por la acción publica de un partido político, que debería, con fundamentos, haberse apuntado el logro. Simplemente renunció y ya. Pero deja una historia por escribirse, en la que todos los que hoy celebran, más que hacerlo, deberían reflexionar qué van a hacer para que un personaje así no aparezca de nuevo.
* Marco Antonio Samaniego López. Doctor en historia por el Colegio de México.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor